“Crítica a la otra mejilla”

El fundamento de la tolerancia se basa en la capacidad de tolerar lo distinto y evitar todo tipo de violencia que lo distinto nos despierte.

Uno se controla y se educa en la no-violencia permanentemente pero la violencia, no es algo que pueda ser superado definitivamente, sino una característica natural de todo ser humano.

No es que haya gente violenta y gente no violenta. Todos somos violentos y todos estamos constituidos por la capacidad de violencia.

La única diferencia es cómo y de qué manera la controlamos o no, y en qué ámbitos la ejercemos o la evitamos.

No todos somos violentos de la misma forma, ni con la misma gente. Algunos son violentos en casa y sumisos fuera, algunos son violentos consigo mismos y pacíficos fuera, algunos son violentos a los golpes y otros con palabras, con omisiones, con actitudes, con gestos o con acciones violentas.

Pero de la violencia no se escapa nadie y saber identificarla en nuestra vida es importante, a la hora de profundizar en su estructura.

La civilización occidental fue construida sobre aquella frase que Jesucristo trajo de la India y que entraba en total cortocircuito con la filosofía de su educación judía.

La frase «poner la otra mejilla» de Jesucristo era totalmente opuesta a la de la justicia judía:»Ojo por ojo, diente por diente» que implicaba la igualdad y la proporción en toda respuesta.

Si alguien te quitaba un ojo, tú respondías igual, pero no le debías quitar además del ojo, las orejas y los dientes, sino solamente un ojo.

Ésta era la forma justa de que la violencia se saldara y terminara su proceso.

La frase «poner la otra mejilla» en cambio, no aboga por un castigo justo y proporcionado al daño recibido, sino que establece la capacidad de aguantar y de no reaccionar contra la violencia recibida, como normativa.

Esta actitud de no respuesta fue uno de los principios básicos del hinduismo y del budismo. Y para ver los resultados de estas dos filosofías, no tenemos más que ver cómo acabaron estas sociedades y estos países caracterizados por la no reacción, (siempre dominados y subyugados por invasiones de civilizaciones fuertes).

Cuando mis hijos llegaban a casa golpeados o insultados del colegio, yo nunca les impulsé a poner la otra mejilla, sino a cortar de cuajo con la violencia.

«Si te pegan sin razón, tu pégale igual «, «si te insultan sin merecerlo, tú le insultas igual »

Mis hijos me miraban espantados cuando yo les daba estos consejos, en vez de decirles que pusieran la otra mejilla, pero yo les expliqué que la teoría de la otra mejilla es una incitación a la continuidad de la violencia.

Y a la violencia no se la detiene motivando a más violencia y permitiendo más violencia, sino cortándola de cuajo.

El violento tiene que saber que él no es el único con capacidad de ser violento. Y que todos podemos ser violentos, si queremos serlo.

Porque la violencia no es exclusiva de unos pocos, sino patrimonio de todos.

La única diferencia está en cómo la ejercemos, en cómo la controlamos, en cómo la canalizamos, en cómo la educamos y en cómo aprendemos a observarla permanentemente en nosotros mismos.

Cuando el violento y el loco ven que hay otro casi tan violento y casi tan loco cómo él, se calman. Y ahí se corta la violencia.

La postura de la otra mejilla es en cambio, mucho más violenta, porque presume de una superioridad moral.

El violento percibe a aquel que no reacciona ante su violencia, (no por miedo sino por principios), como a un ser que se siente superior a él moralmente y esta percepción genera mucha más violencia aún.

Éste en vez de calmarse se violenta aún más, porque se le permite la violencia y se le motiva a seguir.

Los llamados pacifistas conocen muy bien esta táctica y la violencia que ejercen los autodenominados «pacíficos» es la violencia de la superioridad moral.

No es casual que los paises en donde más tranquilo se viva sea en aquellos en donde hay un ejército, una policía y una legislación justa y fuerte para todos, porque la presencia (aunque invisible) de un límite, calma todo tipo de violencia; mientras que la actitud de tolerancia infinita y de la otra mejilla, la motivan.

Al final, somos como niños. Y no es casual que los niños más maleducados y violentos sean siempre aquellos, que no conocieron jamás un límite.

JR