“El Espacio Creativo”

Tengo la costumbre de trabajar en espacios pequeños, porque la inmensidad me deja siempre sin palabras y sin pensamientos.

Hay algo en los espacios abiertos que nos relaja y nos deja mudos y silenciosos por dentro.Las playas, el mar, la montaña, me relajan y es sólo cuando estoy en esos espacios inmensos, cuando me siento realmente de vacaciones.

El pensamiento surgió siempre en la cueva, en espacios cerrados en donde el hombre se encuentra ensimismado y confrontado a sus carencias y necesidades y abocado a crear y a crearse soluciones, sin escapatoria.

Crear está ligado a la subsistencia y no hay mejores obras, que aquellas que se escriben y se realizan con desesperación.

Y no hay subsistencia posible, sin creatividad.

¿Quién escribe, sino está carcomido por las ideas que le zumban en la cabeza?

¿Quién crea, sino es por la necesidad de inventarse algo nuevo, sean soluciones científicas, tecnológicas, literarias, políticas, personales o económicas?

La creatividad se alimenta de cierto grado de anhelo y de los fanáticos.

Los tibios no crean, los tibios disfrutan y transitan tranquilos por la época que les toca, acomodándose a todo y sin sentir el ardor de tener que cambiar nunca nada.

¡Y yo cómo les envidio!¡Quién pudiera ser tan feliz! Reconociendo a tiempo la insignificancia de nuestra nimia existencia, en un mundo milenario de millones y millones de nadies. Pero unos «nadies» que en dos mil años crearon un mundo.

La creatividad se dispersa en la inmensidad, los cuadros se acaban a puertas cerradas, los libros se escriben a puertas cerradas, los licenciados se gradúan a puertas cerradas, los descubrimientos científicos se hacen a puertas cerradas y los inventos se plasman a puertas cerradas.

Si abres las puertas, la creatividad se te escapa por la ventana.

Hay que crear y crearse adentro.

En la reunión de padres de primero de primaria la maestra me dijo muy preocupada que mi hijo siempre estaba mirando por la ventana. Tenía 5 años y quería escaparse al patio a cada rato. Era normal, ¿quién no quiere escapar?

Pero si todos escapamos por la ventana al patio y a la playa ¿quién crea? ¿Quién piensa y cambia el mundo?

La creatividad no es un halo de luz agradable y suave que uno espera y recibe con alegría, sino un tipo de radiación contaminante de la que uno no puede, ni debe escapar.

Por eso los creativos se instauran unas rutinas con horarios rígidos y los respetan como si fueran condenas.

A la creatividad hay que hacerle un espacio; uno pequeño, sencillo y sin distracciones, hay que alimentarla con quietud, con horas de trabajo y de aburrimiento.

Hay que cerrar las ventanas y con el recuerdo del patio, de la playa, del mar, de la montaña, hay que inventarse un mundo nuevo.

JR

«NUBE SIN ALMA»

Se acercó intrigado y me preguntó: _¿Qué es la «nube»?

Es el lugar en donde suelo estar cuando intentas contarme tus cosas. El lugar en donde trabajo, estudio y aprendo; me informo y progreso, juego y cotilleo.

Aquel lugar que me eleva, pero que jamás me llevará al cielo.

Pero volvió a preguntarme:_¿Qué es la «nube»?

Es ese lugar mágico en donde no existen las distancias. En donde me encuentro con mis amigos, sin necesidad de ponerme los zapatos y me despido de ellos, sin sentir el calor de sus abrazos.

Donde encuentro un consejo sin una mano tendida y un consuelo sin pañuelos, lloro sin mojar un hombro y río a carcajadas en emoticonos.

Es un lugar que me transporta y me lleva a descubrir nuevos mundos, sin tener que hacer las maletas.

El lugar en donde me conecto con todos aquellos a quienes tengo lejos; mientras los que están a mi lado anhelan mi presencia.

Es un lugar misterioso, que hace que todo parezca cerca, que todo parezca fácil y que todo parezca posible.

Un lugar parecido al que me encuentro cuando escribo; conectado pero ausente.

Adonde estoy cuando no respondo a ningún nombre, cuando soy sordo a tu llamado, a tus pedidos, a tus urgencias.

Y me respondió:_”Pues entonces, «llueve».

De vez en cuando, baja de tu nube y lluéveme un poquito.

Transforma tanto aire en agua, alquimiza el vacio y conviértelo en materia.

Baja al mundo y llueve cargado de contenido y de cosas nuevas; de ideas, de risas con ruido y de abrazos apretados.

Llueve y moja la tierra con todo lo nuevo que has aprendido del aire, porque sin lo real, nada cunde. Y sin la experiencia, nada está vivo.

Llueve mucho y llueve fuerte porque ninguna otra cosa hace crecer a un alma.

Sólo la acción lo logra y es en la tierra, en donde todo germina.

Llueve, baja de la nube y «VIVE».

J.R

29/8/2014

«Una carta de amor, será tan solo un calco, una copia frugal del sentimiento, una carta de amor, no es el amor, sino un informe de ausencia» Mario Benedetti.

“Todos Menos Tú”

Pocos libros han tenido tanto consenso y han hecho tanto daño, como esta saga de manuales de ayuda para detectar a la gente tóxica que te rodea.

Aún recuerdo a amigos alabando el libro, como si se tratara de la aparición de un nuevo Evangelio.

Lo curioso del libro es que servía como un detector y todo el mundo reconocía al instante a los millones de tóxicos que le rodeaban, pero nadie nunca se reconocía a si mismo como tóxico.

Si los tóxicos son todos los que nos rodean y los que nos rodean también detectan a los tóxicos a su alrededor. ¿Adónde están los tóxicos? ¿Quiénes son los tóxicos?

El gran éxito de esta saga consistió en que eran libros para aprender a echar la culpa de todo al otro y ese fue en realidad su anzuelo.

No eran libros de autoayuda o de introspección, como tantos otros, sino un concepto ideado para adiestrarnos a tirar la mierda afuera.

Tirar la mierda afuera es sencillo y no conlleva demasiado esfuerzo y podríamos decir, que nos sale de forma bastante natural.

A esta tarea nos apuntamos todos sin problema, pero en donde no queda nadie, es en el aula de mirar hacia adentro y de hacernos cargo de nuestra propia toxicidad y responsabilidades.

No siempre es el otro el culpable de nuestros fracasos, de nuestras derrotas, de nuestras frustraciones o malestares. Y seguir motivando a una sociedad a tirar la mierda afuera, será seguramente muy rentable para este psicólogo que escribe, pero es poco productivo para una sociedad que intenta avanzar en la diversidad y en la conciliación.

«Cargue cada uno con sus culpas y no habrá culpables» decía el sabio Antonio Porchia, dándonos una lección de responsabilidad infinita; porque cuando uno acepta sus propias toxicidades, rebaja también las ajenas.

Ni yo estoy tan desinfectado, ni tú tan infesto.

Aquel antiguo e incómodo «Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra» nos intimaba a la reflexión y costaba mucho más digerirlo, de lo que nos cuesta ahora, terminar el manual sobre la detección de culpables de Bernardo Stamateas.

El problema es que estos best sellers han llenado al mundo de víctimas, pero nadie se reconoce como culpable.

Leer estos libros es una fiesta, como aquella que se arma en los pueblos cuando se llenan de cotilleos malignos sobre los vecinos. Uno disfruta secretamente de la fiesta, que es igualita a aquella sobre la que nos cantaba Joaquin Sabina, en la que estaban «todos menos tú».

JR

«La Cultura de la Manía»

«Descubrir la utilidad de tus manías es el primer paso para liberarte de ellas, o para aferrarte a ellas aún mas» JR

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De aquel viaje que hice a la Argentina me traje a casa un souvenir y éste fue la palabra “hinchapelotas”.

La escribí con rotulador indeleble en la puerta de la nevera, para estar advertido en todo momento.

Esta palabra me resultó sumamente atractiva, tanto en su pronunciación, como en la amplitud de su contenido, ya que abarcaba tantas cosas, que sustituirla en inglés, me hubiera llevado a articular un montón de palabras distintas.

Ser un «hinchapelotas» es una característica que aparece cuando las cosas, en vez de convertirte en un ser mas relajado y natural, te convierten en un fanático que no disfruta de nada, ni deja disfrutar a nadie.

Este impedimento se debe siempre a la aparición de algún inconveniente, al que el maniático considera ajeno a si mismo y que logra interferir en su proceso de disfrutar de las cosas.

Hay muchos tipos y clases de «hinchapelotas», como son por ejemplo el naturista fanático, el deportista fanático, el religioso fanático, la madre obsesiva, el intelectual fanático, el ecologista fanático, el hipocondriaco, el paranoico, el perfeccionista, el adicto a internet, etc.

Son muchos y muy variados los caminos de los que disponemos para convertirnos en auténticos hinchapelotas.

Esta característica tan común, comienza a manifestarse cuando sientes que la vida en vez de ensanchar tus horizontes, empieza a limitarte, hasta el punto en el que vivir, ir a cualquier parte o tomar cualquier decisión, se vuelven un trastorno para ti y para todo aquel que te rodea.

Salir a cualquier parte se vuelve un inconveniente, porque todo fanatismo te va limitando a un espacio que está acotado a unas condiciones determinadas.

Ya no puedes ir libre a cualquier sitio, ni gozar de las cosas que los distintos momentos y espacios te ofrecen, porque te descubres a ti mismo atado a determinadas rutinas y estilos de vida, sin los cuales te vuelves un discapacitado para poder sobrevivir.

El hinchapelotas depende de una estructura determinada que él mismo se ha impuesto y que le va limitando cada vez más, en los distintos aspectos de su vida.

Mucha gente se queja hoy, de que vive una vida sin sentido y la describe como a una sensación de infelicidad que crece y que está plagada de múltiples obligaciones y rutinas inamovibles, siendo incapaces de reconocer que son ellos mismos, quienes se han impuesto las prisiones que les encarcelan.

Convertirte en un «hinchapelotas» es un proceso lento y silencioso, que ocurre mientras tú no te das cuenta e incluye a las manías mas extrañas y diversas, que van desde temores de todo tipo, hasta múltiples obsesiones; que pueden incluir a la alimentación, la limpieza, el deporte, la dependencia del lujo, del orden, o de la tecnología y todas esas costumbres, sin las cuales el individuo es incapaz de subsistir a corto plazo.

El «hinchapelotas»sufre al sentirse incapaz de desenvolverse en ámbitos que no le provean de sus amuletos y que le impidan aquellas rutinas obsesivas, de las que se ha vuelto dependiente.

Las personas que le rodean también sufren teniéndole cerca, porque son quienes deben soportar las consecuencias directas de todas sus limitaciones y en estos casos, tienen la opción o de sobrevivir volviéndose igual de hinchapelotas que ellos, o de sufrir para siempre permaneciendo a su lado.

El contagio es sin embargo lo que abunda, procreando además a nuevas generaciones de «hinchapelotas» que avanzan, criados a base de manías e intolerancias. Una generación que aún desconocemos en qué decantará.

Esta es una generación criada entre la limitación, la alergia, los tabúes, las intolerancias variadas y el miedo hacia todo aquello que rompa con los moldes rígidos en los que han sido obligados a crecer, siempre alimentados a base de temores y de inseguridades o hacia el terror frente a la escasez de cualquier abundancia.

Sin embargo, la reacción espontánea de todo adulto medianamente sano, que se expone a sufrir a un «hinchapelotas», es tratar de evitarle a toda costa.

Y así es como uno deja de invitar al «hinchapelotas» a su casa y evita compartir espacios y momentos con él, ya que el «hinchapelotas» logra con sus manías, complicar toda convivencia y estropear, sin tener conciencia de su mal, todos los momentos en los que el grupo pareciera tener la posibilidad de ser feliz.

Siempre aparece algún inconveniente o alguna carencia que imposibilita que florezcan los momentos agradables y relajados en el grupo, y éste se ve obligado a soportar continuamente sus prisiones, que suelen incluir desde la necesidad vegetariana hasta la obligación de la proteína, pasando por la rigidez de sus horarios o por cualquier tipo de superstición, temor o contagio con respecto a casi cualquier cosa.

La cultura del «hinchapelotas» incluye al arte de amargarse la vida por nimiedades, pero es curioso como hoy en día, esta modalidad de vida ha logrado ponerse de moda y ser venerada por una sociedad de consumo, que consume entusiasta hasta las manías que le venden.

La gente asocia a la estrechez con una superioridad intelectual, social o moral, y presiente que las manías son el sello que pueden convertirles en gente «especial», gente que posee una sensibilidad extrema y que es intolerablemente consciente de todos los peligros.

Convengamos que la única superioridad del ser humano, radicó siempre en su capacidad de ser flexible y de haber podido adaptarse a las distintas realidades existentes de una manera sencilla.

Ser un maniático hoy se promociona como un elemento «chic», que incluye además, a la posibilidad de convertirte en un ser superior, en algún extraño sentido.

La gente hoy aspira a la manía de la misma forma en que ansía ser aceptada dentro de cualquier club selecto.

Las modas se imponen a su vez con nuevos productos que acompañan y motivan a la manía y la elevan a una categoría de lujo, ganando nuevos adeptos y generando una rentabilidad altísima, cosa que incentiva aún más al mercado, a seguir desarrollando nuevas formas de alimentar la manía.

Hoy las marcas buscan nuevas y originales maneras de sacar provecho a la obsesión, convirtiendo a la locura, en el nuevo articulo de lujo.

Ls locura lleva hoy nuevos nombres y muchos nuevos fanatismos son enaltecidos con la excusa de responder a ideales mas puros, más tec, y mas sanos; pero sin la conciencia de que la condición de inmovilidad y estrechez que caracteriza a toda manía, es aquello que la descubre como a la locura de toda la vida; disfrazada ahora de limpieza, de sanidad, de cuidado, de tecnología, de espiritualidad o de puro narcisismo; pero loca como siempre.

El «hinchapelotas» no es otro que el loco de ayer, el de hoy y el de siempre: aquel que habita en una rigidez de convicciones tal, que ni vive, ni deja vivir a nadie.

Desgraciadamente, todos aquellos buenos momentos que el hinchapelotas se pierde, mientras se distrae con otras cosas; y que logra también hacer perder a todo aquel que le acompaña, son en realidad el único alimento que nutre de igual manera el cuerpo, el alma y el intelecto.

Me traje como souvenir una palabra, que desde hoy me acompaña para siempre, como recordatorio y como advertencia, y he decidido en este tiempo, purgar con ímpetu muchas de mis manías, quedándome únicamente con aquellas que sean ya incurables.

JR