
«Quiero emprender» anunció con rotundidad el joven a su padre a la hora de la cena, dejando atrás un puesto en una multinacional muy bien pago y con muchos beneficios.
Mientras intentaba no atragantarse del susto por el pronóstico de tener que mantener a un entusiasta desempleado en casa, le preguntó sobre el proyecto.
Pero en este emprendimiento no había plan, ni idea, ni proyecto. La única idea era la de ser un emprendedor.
¿En qué? Preguntó el dinosaurio intrigado. «Ni idea». » Ya buscaré» » Ya me llegará la idea» dijo el emprendedor kamikaze.
Los dinosaurios que nacieron en la era del trabajo, suelen quedarse perplejos ante semejantes noticias. Y más aún si se anuncian a la hora de la cena, porque tienen la mala costumbre de perder el sueño con tanta innovación, y tener que madrugar al día siguiente para irse a trabajar.
De más está decir que el emprendedor kamikaze no espera a concretar otro trabajo para dejar el que ya tiene, porque sabe que siempre habrá alguien para atajarle la valentía, se llame padre dinosaurio o estado de bienestar.
El emprendedor kamikaze cuenta con una red protectora que le facilita y le alimenta el salto mortal. Ese que los dinosaurios ni se atreven a soñar.
El emprendedor kamikaze no piensa en el mañana. Él vive el hoy y si no es feliz cambia, si le cuesta, claudica y si le duele, huye.
No se prepara antes de emprender porque siente que ya está listo y verá sobre la marcha quién le ayude a sacar su proyecto adelante.
Si para salvarle las deudas hay que hipotecar la casa de la abuela, pues adelante. Porque no hay límite en esto de apostarle todo al ideal de un futuro sin traje, ni jefe, ni horarios, ni oficina.
El objetivo del emprendedor kamikaze es la libertad y la felicidad inmediata, urgente, impostergable. Conseguirla es su objetivo, caiga quien caiga y pague quien pague.
El dinosaurio en cambio, entiende a la felicidad como el resultado de un esfuerzo, de una continuidad, de un camino arduo recorrido con voluntad y con constancia, ese perfume que emana del trabajo bien hecho.
Lo increíble de todo este asunto es que hasta hoy, el dinosaurio estaba convencido de que él era un emprendedor, un valiente, un quijote.
Pero hoy, a la hora de la cena, se dió cuenta de que ya era un dinosaurio.
JR