“Hipervisibles”

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En la época de la hiperproduccion no es casual que muchas otras cosas se hayan hiperactivado junto con ella.

La hiperproducción necesita del hiperconsumo para sostener su productividad y también de la hipercomunicación para publicitarla y ser hiperconsumida.

Este nuevo paradigma de lo “hiper” se traslada también al ser humano, al aplicarse el mismo formato “hiper”  para nosotros.

Todos aquellos que no tengan un producto determinado para vender, se convertirán ellos mismos en el producto en exhibición.

Las redes sociales nos han aportado además de un acceso directo e instantáneo al mundo, una plataforma de exhibición poderosisima, en donde nosotros también podemos producirnos, comunicar, publicitarnos y ser consumidos como si fuésemos un producto más en este mundo hiper consumista. 

Nos hemos convertido así, en posibles elementos consumibles de este nuevo ecosistema “pac man” dispuesto a devorárselo todo. 

El internet no ha derribado únicamente la barrera del tiempo y del espacio ofreciéndonos a la inmediatez y a la instantaneidad como a los nuevos valores espacio- temporales actuales, sino que ha derribado también la barrera de lo privado en pos de una moderna transparencia.

En esta modalidad transparente todo se ve y se muestra, pero sin obedecer a una coacción externa, sino autoabducidos hacia una hipertransparencia, que consiste en una exhibición voluntaria que nos empuja a mostrarnos, como nunca antes el ser humano se había mostrado.

Estamos hiperinformados, hipercomunicados y también hipervisibles para quien desee ver quienes somos, con quien estamos, qué pensamos, en qué creemos, qué nos gusta, qué consumimos y sobre todo de qué forma nos gusta ser vistos.

Esta exhibición de lo instantáneo esconde sin embargo, el peligro de prescindir de fecha de caducidad, ya que la red archiva y no perdona, ni olvida nada jamás.

La transparencia; que fue en los años 90 el estandarte de la sugestión; algo que mostraba a la vez que ocultaba; fue sin duda un componente importantísimo para la seducción.

Pero la transparencia actual, considerada por muchos como un valor de la mentalidad positiva, se ha llevado al extremo de lo “hiper”(alegando que quien no tiene nada que esconder, no debería temer ser transparente).

Pero cuando la hipertransparencia anula por completo lo oculto, el misterio y la privacidad, el individuo pierde entonces algo muy valioso en su condición de ser humano. 

Sabemos que a nivel mundial la privacidad es el precio a pagar por una supuesta seguridad, debido al tipo de controles necesarios para luchar contra las nuevas modalidades del mal, que ya no son enfrentamientos visibles ni declarados como lo eran antes, sino células infiltradas dentro de la propia cultura y del sistema, sin un uniforme en concreto, ni aquel antiguo distintivo de enemigo a la vista, que lo identificaba y que hoy nos convierte a todos, en posibles sospechosos.

Pero lo alarmante de esta hipertransparencia digital voluntaria, (que en ocasiones de tan transparente roza lo obsceno), es que ni siquiera es percibida como tal, por el individuo que hace de su exhibición cotidiana, una forma de vida.  Y que vive prescindiendo sin melancolía de lo privado, (eso que tanto solíamos cuidar los seres humanos pre-digitales como yo).

La privacidad era ese espacio personal  en donde casi nadie entraba y que no permanecia oculto por ser oscuro, sino por ser demasiado nuestro. 

Hoy la privacidad es un nuevo producto, que al ser hiperconsumible es también  hiperrentable.

La hipervisibilidad ha desencadenado junto a este exhibicionismo desmedido, otro vicio que no es otro, que el de la hiperhipocresía.

El exhibicionista desea ser hipervisible e hiperconsumido pero de una manera determinada y para serlo, busca a conciencia la forma de despertar el interés de su target.

Por lo que la hipervisibilidad se ha transformado también en la plataforma ideal para la hipermentira. 

El individuo en exhibición vive entonces una contradictoria realidad – virtual, entre lo que es, lo que desea ser, lo que cree que es, lo que quiere mostrar que es y lo que necesita ocultar en pos de esta hipertransparencia, que al acelerarse tanto, en vez de mostrar, finge y esconde.

Cuando la luz de los focos en vez de alumbrar nos ciega, deja de servir como plataforma para volvernos mas cercanos y accesibles y nos baja a la categoría de producto ávido de ser consumido a cualquier precio.

 

JR

“Vivo de aquello que los otros no saben de mí”   Peter Hadke

“Esclavos de la Planificación”

“Existe algo mágico y a la vez terrorífico en todo aquello que escapa a nuestros planes y es la toma de conciencia sobre nuestra falta de control” JR

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Es muy importante organizarse porque las cosas no suceden si no nos hacemos un plan de acción a conciencia.

Tanto en el trabajo como en la vida privada, la organización resulta fundamental para que las cosas funcionen. Si uno no se organiza bien, la casa es un caos, uno llega tarde al trabajo y no hay nada en la nevera a la hora de la cena.

No hay duda de que rendimos más  y funcionamos mejor con una agenda organizada y a medida que pasan los años y las tareas se diversifican y se multiplican, disminuyendo también proporcionalmente nuestra capacidad de memoria, contar con un sistema de planificación resulta fundamental para toda supervivencia organizada.

El problema aparece cuando la planificación se vuelve tan obsesiva que nada de lo que esté fuera de ella se contempla o se aprecia.

En la planificación obsesiva, todo aquello fuera de la lista se descarta sin más, como si fuese un estorbo. Cualquier situación espontánea o imprevista se esquiva en pos del cumplimiento del deber, como si nos hubiésemos convertido en empleados de nosotros mismos, sin derecho a vacaciones. 

Pero lo más curioso de toda nuestra organización es que ninguna de las cosas verdaderamente importantes de nuestra vida figuran jamás en agenda.

Entablar una amistad inesperada, enamorarse, ponerse de parto, tener un accidente, reírse a carcajadas, contemplar una puesta de sol, ser feliz, abrazar a un hijo, tener una idea, contagiarse una neumonía o morir, son cosas que nunca encontrarás en la agenda de nadie y sin embargo, resultan ser las cosas más importantes de nuestra vida.

Es curioso con cuanta disciplina uno se prepara y se organiza para las cosas que en perspectiva no tienen tanta importancia y qué poco preparados estamos para esas pocas cosas que son las que de verdad importan.

JR

 

”Como sólo me preparo para lo que debería sucederme, no me hallo preparado para lo que me sucede, nunca” A. Porchia

“Identificar lo Valioso”

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No existe nada que sea valioso, si no hay alguien dispuesto a darle valor.

Pero el valor pasa muchas veces desapercibido, cuando nuestra mirada está enfocada hacia otro lado o hacia algo más.

La sensación de validez de las cosas, suele a veces aparecer luego de perderlas. Uno toma conciencia al perder, que aquello que ha perdido era valioso. Y al concientizarse de su valor se percata además, de la dificultad que tenemos para dar valor a las cosas “in situ” ( en el momento en que suceden o que están presentes).

La valorización de las cosas posee generalmente una cualidad retrospectiva, nostálgica e irrecuperable.

La dificultad en la percepción “in situ” del valor consiste en que tendemos a creer que podríamos tener algo más o mejor que aquello que tenemos en ese momento. 

Un corresponsal en Londres durante la Segunda Guerra Mundial escribía en una de sus crónicas para un periódico español: _ ¿Cómo es que durante la guerra los ingleses siguen jugando al golf, mantienen sus costumbres, sostienen ecuanimidad en su justicia y continúan disfrutando de su tradicional libertad? _se preguntaba.

Los ingleses creían que sin aquellos valores no se podía ni se debía hacer la guerra y que si la guerra se hacía sin ellos, se perdía.

Porque cuando uno se enfrenta a otro es porque está convencido de que aquello que posee merece ser defendido y la mejor manera de defender tus valores no está en el frente, sino en la vida cotidiana.

Porque si ya has perdido tus valores en la vida cotidiana, ¿de qué sirve meterse en una guerra para luchar por ellos?

Lo primero que deberíamos hacer antes de entrar en cualquier enfrentamiento es tomar conciencia del valor que tiene aquello que defendemos. Y si aquello no resulta estar tan presente, entonces lo mejor es rendirse y dejarse conquistar por una cultura superior e impregnarse de nuevos valores, tradiciones y costumbres con resignada sabiduría.

¿Para qué defender aquello que no se practica porque ya no se considera valioso?

Lo importante para toda cultura es identificar sus verdaderos valores y sus verdaderas carencias y acorde a ello, evaluar qué cosas son las que merece la pena defender y qué otras es mejor perder.

Porque en ocasiones es mejor dejarse conquistar con humildad y sabiduría por el cambio, que presistir en la incongruencia.

A veces se gana mucho más perdiendo vicios tradicionales, que preservando con una irracional obstinación, quistes innecesarios.

JR

”Que lo tuve todo, lo sé»

«Lo sé porque después no lo tuve más.”

A Porchia

“El Lenguaje Textil”

“ Cuando me miro al espejo me pregunto ¿Qué pretenden verse los demás?”

A. Porchia.

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Hay muchas maneras de comunicar y de mostrarse y la indumentaria es una de aquellos recursos con las que contamos, para exhibir nuestra identidad.

Hoy las nuevas corrientes feministas abogan por que cada una sea libre de vestirse como quiera y en el mundo occidental de los libres, eso está por supuesto garantizado.

Pero lo que olvidamos es que por más que uno sea libre de ir vestido como quiera, tu indumentaria siempre comunica.

Dice quien eres, da a entender quien aspiras a ser y refleja tu posicionamiento en el mundo.

Cada uno puede ir vestido como quiera, siempre que se haga cargo de aquello que comunica con su atuendo.

Uno debería además, estar al tanto de que en ciertos barrios, algo que está bien visto en el tuyo puede resultar llamativo, extraño, ofensivo, pretencioso o  simplemente intolerable.

Siempre admiré la elegancia de mi padre y la dedicación que pone en elegir cada día su camisa, su traje, sus zapatos y hasta el pañuelo que sabe hacer combinar con la corbata.

Su elegancia no es otra cosa que la expresión de su alegría de vivir y el respeto de salir a la calle vestido de la mejor manera posible.

Su vestir no es sólo un vestir, sino una celebración de la vida, de la buena convivencia y de la buena educación. 

Pero hay muchos otros meticulosos del vestuario como mi padre; los que se visten de skaters, de surfers, de polistas, de pijos, de gimnastas, de ciclistas y hasta aquellos que van de rapers, de renegados o de sucios y que cuidan al máximo cada detalle de su vestuario porque buscan transmitir al salir al mundo, una forma de ser, de pensar o un estado de ánimo en particular.

Yo mismo he deseado algunas veces, tener a mano un burka para poder salir de casa con el pijama escondido debajo, en esos días en los que escribo y en los que no saldría de mi agujero por nada del mundo.

Pero como no tengo otra opción que la de volver a la vida, ni tampoco cuento con un burka en el armario, me peino y me visto de ciudadano estándar y resignado en mi igualdad, vuelvo a la realidad vestido con unos jeans y una camiseta.

El burka, el hábito, la kipa y todos los atuendos religiosos son también formas de comunicarle al mundo que eres diferente a los demás, aunque a nadie le interese saber a quien rezas por las noches.

Pero lo más extraño de algunas diferencias tan subrayadas es cuando empiezan a parecerse a aquello contra lo que se manifiestan ideológicamente contrarias.

Esto lo he visto en múltiples ocasiones cuando encuentro a los burkas integrales en la fila del Disneyland Paris, con las orejas de Mickey Mouse colocadas por encima.

Y es entonces cuando el cortocircuito del mensaje identitario me explota en el cerebro.

¿Un burka con orejas en la fila del emblema del mundo occidental norteamericano?

En esas situaciones, uno no distingue si la combinación del atuendo se debe a una intención integradora con el mundo occidental o a una ignorancia alarmante sobre la doctrina religiosa que se profesa. O una conveniencia, según la circunstancia.

Muchos tildan de frivolidad a la moda y es cierto que la frivolidad se cuela en todos los ámbitos de la vida, porque la frivolidad nace y crece dentro de todos los fanatismos.

Pero la verdadera importancia de la vestimenta radica en que ésta habla de ti, sin necesidad de que te presentes e incluso mucho antes de que salgas de casa.

Porque lo que cuenta no es solamente cómo te vean los demás, sino cómo deseas tú ser visto y que pretendes que vean cuando te ven.

JR

“En toda frivolidad extrema se esconde además de una evidente inseguridad, el deseo de ser distinto y mejor que los demás” JR

“El Trabajo Desvalorizado”

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Hace unos años, un amigo al que hace mucho no veía y que estaba pasando por una dura ruptura matrimonial me visitó en casa.

Al ver mi habitación hizo una exclamación que me dejó desconcertado.

– “Ahora entiendo porqué sigues casado y feliz.” _ “¡Es que tienes una manta morada sobre la cama! _  exclamó.

Ante mi mirada atónita, me explicó muy serio que en el feng shui tener elementos morados en la habitación matrimonial, augura armonía.

El comentario me resultó divertido y me alegré en ese momento de que hubiera sido esa casualidad, la que hubiese protegido a mi matrimonio durante tanto tiempo.

Pero al rato comprendí que atribuir mi éxito a la suerte, era la manera que tenía mi amigo de alivianar su fracaso.

Cuando se marchó y habiendo conocido  ya los detalles de su ruptura; que no eran más que una interminable lista de intolerancias, engaños, rivalidades y una falta de disciplina conjunta; su comentario dejó de parecerme tan simpático para generarme entonces, una rabia espantosa.

La manta morada había sido para él la responsable de mi éxito. No lo eran nuestro cariño, nuestra lealtad, la paciencia mutua, la superación de la monotonía de la crianza de los hijos con alegria y entusiasmo, la rutina vista como oportunidad para crear un hogar de paz y estabilidad, ni la aceptación de los tiempos difíciles, de los tiempos del otro, de los logros del otro y de los espacios del otro con respeto y disfrute.

No, todo eso para él no contaba, ya que él había reducido nuestro trabajo silencioso a la suerte de tener una manta morada sobre la cama; un detalle casual que había generado según él, un matrimonio feliz.

Existe una liviandad extraña que tiende a desvalorizar el trabajo del otro y a convertir en más pesada la carga de aquel que no está dispuesto a hacer ese esfuerzo.

Es mucho más fácil decir que el otro tuvo suerte, que reconocer que uno nunca quiso hacer el esfuerzo para tener esa suerte.

Esta tendencia a desvalorizar el trabajo ajeno, no sólo está presente en la vida privada, sino también en la vida profesional.

Si bien es cierto que uno está siempre expuesto a múltiples desgracias aleatorias en todos los ámbitos de la vida, también es cierto que el esfuerzo está actualmente a la baja y que todos sus resultados beneficiosos, suelen ser atribuidos posteriormente a la suerte.

Entre nosotros va creciendo una injusticia desvalorizante hacia todo aquel que logra las cosas con años de trabajo silencioso.

Se da más importancia al ruido, al éxito inmediato de aquel que de un día para el otro pasó de no tener nada a tenerlo todo, que al imperceptible trabajo de todos los días.

El hacer de la hormiga; organizado, tenaz, conjunto, estoico, previsor, incansable; ese trabajo invisible y constante es injustamente atribuido a la cómoda y liberadora superstición de haber contado con un amuleto o con una manta morada sobre la cama.

 

JR

“ La liviandad de una carga depende de la fuerza de las manos que la llevan” JR