«La Activista y el Arrepentido»

Muchas son las críticas que ha despertado la nueva serie de Netflix sobre Harry y Megan en los medios de comunicacion del mundo y tengo que reconocer, que gracias a ellos, encaré la tarea de analizar la serie con muchos prejuicios.

Me costó no apagar la tele después de los primeros diez minutos de victimismo «made in USA», pero decidí continuar hasta el final, para darle una nueva oportunidad a mi tolerancia.

Reconozco que después de tres capítulos, tanto Megan como Harry se ganaron mi afecto, (soy un hueso fácil de roer) y las historias de amor son mi talón de Aquiles.

Creo además, que Megan ha hecho muy bien en lanzar esta versión personal sobre su paso por la corona británica, porque más allá de su percepción individual sobre las cosas, nos ha dejado claro a todos los estudiosos de los fenómenos sociales, el choque de culturas que existe entre la modalidad cultural americana y la modalidad cultural británica.

Si bien es la modalidad cultural americana la que está actualmente colonizando Europa, no podemos negar que existen brotes nacionalistas europeos aquí y allí, que se resisten aún, a doblegarse ante este avance, aunque desgraciadamente, creo que serán los últimos destellos de resistencia, antes de que el inevitable e irrevocable dominio de la estupidez «woke» americana, se instale en Europa para siempre.

Este fenómeno de resistencia lo podemos ver en Italia con Giorgia Meloni y en todos aquellos movimientos que la prensa mal llama «ultra derecha» en Europa.

Estos movimientos no son otra cosa que manotazos de ahogado; los últimos intentos por preservar un pedacito de la cultura y las tradiciones europeas, frente a la invasión implacable de la estupidez americana, que arrasa vestida de activismo ecológico y humanitario, sin dejar de ser la mismísima ignorancia fanática, que nos sumergió en la oscuridad y el retroceso de la Edad Media.

Lo curioso del Imperio Romano fue que no sucumbió ante enemigos externos, sino que se destruyó desde adentro. Su caída se debió a la implosión social, que fue minando durante décadas y desde dentro, sus valores y todo aquello que lo había construido y sostenido a través del tiempo.

Hoy es el mismísimo Harry, el que intenta destruir el motor de su sustento; ese gran Imperio Británico, que lo mantuvo económicamente toda la vida y que sigue haciéndolo aún hoy, en su actual California.

Megan y Harry representan claramente el choque de culturas y el inevitable avance ideológico americano del que hablo.

Ella es la viva representación del activismo woke americano, nacido del resentimiento, alimentado con el pensamiento mágico y sustentado en la erradicación de cualquier tipo de responsabilidad individual.

Y Harry, es la Europa acomplejada que pide perdón por su identidad, se avergüenza de su historia, de sus tradiciones, de su progreso y de su pasado, y  entrega sin resistirse toda continuidad, toda autonomía y toda posibilidad de futuro.

Harry no está obligado a nada por Megan, porque Harry quiere ser como Megan, y es por voluntad propia que elimina sin dudar, cualquier diferencia de pensamiento, en pos de la aceptación de su pareja y con un sentimiento de culpabilidad permanente, que nos deja entrever cómo él se responsabiliza de todas las decisiones de Megan. Él asume la culpa de todo: «Si ella está sufriendo, es por mi culpa»  asegura y repite Harry a cada rato.

Europa no sólo se homogeneiza con América porque desea contagiarse de sus «nuevas»  ideas, sino que se responsabiliza de todo el sufrimiento que ésta padece y que supuestamente dió luz a esas ideas, basadas en el odio y el resentimiento por un dominio ancestral.

La abolición de todo resquicio  de identidad personal se plantea como una virtud en esta pareja, y es que para la mentalidad actual americana, cualquier diferencia, es un pecado mortal.

«Somos iguales» comenta Harry a cada momento, como si la necesidad de clonarse con Megan, fuese un requisito obligado para el buen funcionamiento de su pareja. 

El activismo americano evangeliza sobre «igualdad», aunque en la serie, quede en total evidencia que la igualdad de ellos con el resto del mundo, aunque suene bonita, es inexistente e impracticable.

La abolición de la desigualdad es el fundamento de la causa americana, y con ella se demoniza al rico, al noble y al genio. Toda diferencia se ataca por igual y por ser distinta, en esta obsesión por igualarlo todo y a toda costa.

Todo debe ser igual; debemos ser todos la misma masa uniforme, que es lo único que no ofende, ni discrimina a nadie.

Pero cuando esta cruzada del pensamiento mágico por la  igualdad fracasa, se culpa entonces al racismo.

Si no logramos ser iguales tú y yo, no se deberá a que la idea de  igualdad pudiera ser irreal, ni a qué tú seas más guapo, mas inteligente, más fino, más preparado, más educado, más valiente, más sociable, más ahorrador o más trabajador que yo; sino al mero racismo.

Y con eso, justificamos todo, desde lo más pequeño hasta lo más grande.

El racismo es el nuevo «one size fits all», esa talla de camiseta que le quedaba bien a todo el mundo, aunque a todos nos quedara como el culo. 

Hoy, el racismo es la excusa imbatible para todo. Todo dolor, fracaso, error, desgracia o injusticia, que no encuentra respuesta, es por default, racismo.

La modalidad americana ve racismo en todo lo que se mueve.

Desde hace décadas en los Estados Unidos, se formatea a los niños para odiar a su país, aborrecer su cultura, su pasado y su bandera y esto mismo vienen importando a Europa, de la mano de los socialismos europeos.

A los niños que no son blancos se les predispone a culpar al racismo, de cualquiera de los posibles fracasos en su vida adulta.

En primaria se les entrega un paracaídas que lleva escrito… «Si fracasé, seguro que fue por racismo».

Con esta predisposición fomentada desde la escuela, el niño sabe de antemano, que pase lo que pase, siempre habrá alguien a quien responsabilizar de sus problemas y de sus fracasos.

Los americanos se han vuelto tan insoportablemente sensibles, que cuando ves venir a alguno, es recomendable cambiar de acera.

No vaya a ser, que te acuse de algo. ¡Y cuidado! Porque a  cualquier mal lo diagnostican como racismo. Y es que han eliminado por completo de su formateo cerebral, a la responsabilidad individual.

¡Y lo peor es que Harry y Europa están igual! Uno ya no sabe qué decir ni qué ponerse, porque todo ofende y hiere mortalmente a todo el mundo.

Creo que a los ingleses les pasó lo mismo con Megan, que a mí me pasó con Barack Obama.

Vivimos la llegada al poder de gente de color como un hito histórico, un momento de alegría y un avance cultural, como un factor de conciliación y de unidad y sin embargo, sucedió todo lo contrario.

Tanto Obama como Megan no han hecho más que perpetuar las brechas, alimentar odios, revivir  resentimientos y echar leña a un fuego, que estaba ya casi extinto.

No es casual que los dos sean activistas, porque el activismo consiste en separar a unos de otros; en enfrentar, no en unir. La creación del enemigo es lo que hace al activista. Sin enemigo, no hay lucha. Y sin lucha, no hay trabajo ni plataforma para el activista.

Hoy, las llamaradas de la guapísima activista woke llegan hasta Buckingham Palace.

Mi único consuelo es que no hay nada nuevo bajo el sol. Así ardieron también Roma, Troya, Atenas.

Si es que al final, no se aguanta tanto progreso… ¿ A quién culpamos si todo va bien?

JR

«Los Valores de las Pelotas»

Querido diario:

Después de terminar con mis posteos lacrimógenos en Twitter y Facebook, sobre la angustia que siento por la guerra de Ucrania, por el calentamiento global y por el dolor del inmigrante ilegal que llega a Texas vestido de Adidas, sintonizo finalmente con mi cara real, esa que se esconde detrás de cada hipócrita y me encuentro por fin, con la alegría por la pelota.

Ya he posteado sobre todo aquello que considero como políticamente correcto, (eso que los medios de comunicación me indican y la sociedad espera de mi), como es el odiar a Trump, despreciar a Elon Musk, la obligación de ponerse urgentemente la quinta dosis de una vacuna en pruebas y culpar a Putin de todas las demás cosas.

Ahora me tomaré un descanso y sintonizarė el canal en donde pasan el mundial más caro de la historia, que transcurre en un país islámico y en donde las mujeres no pueden conducir, destaparse la cabeza en público o salir de su casa sin un hombre, y donde los inmigrantes no pueden ir al baño sin pedir permiso y sin custodia y mueren en el anonimato de una cuneta, mientras construyen bellísimos estadios de fútbol.

Bueno, no nos espantemos, porque así se construyeron todas las grandes maravillas del patrimonio de la humanidad. ¿O no?

No hay nada nuevo bajo el sol, por lo menos, no hasta que venga un socialista, al que le convenga sacar a la luz en campaña, que la esclavitud es el nuevo mal del siglo 21.

Día a día sigo asombrándome de la capacidad de racionalización que tiene el ser humano.

Mi cerebro es capaz de manipular cualquier realidad y acomodarla según mi conveniencia.

«Serán sólo 90 minutos», me digo a mi mismo.

Al fin y al cabo es un partido y ya que estoy, aprovecho también para sentirme un patriota.

Ni eso soy, porque al país le tengo un asco terrible y por las dudas, también el dinero fuera… pero por 90 minutos me abrazo a un compatriota y hasta me tapo con su bandera, pero sólo por la pelota.

Juro que hace un par de meses, si veía al mismo compatriota circular sin mascarilla o sin vacuna, llamaba a la policía para que lo arrestaran. Pero resulta increíble, el poder de unión y de solidaridad, que le aporta a uno, un balón.

Hay momentos en que la conciencia me vuelve, pero entonces, rápidamente me consuelo viendo a los pacifistas, a los veganos, a los socialistas, a los independentistas catalanes que van con cualquier equipo que no sea España, a los ecologistas, a las feministas, a los apostóles fanáticos del distanciamiento social y de los derechos humanos, a los embajadores de los derechos LGTBI y a los de la vacuna obligatotia, al Emir y al Vaticano; sintonizar todos juntos el mismo mundial y todos, sin ningún remordimiento.

Mal de muchos, ceguera de todos. Sí…como los confinamientos y la represión actual en China.

Me repito como justificación a mi indiferencia, que los chinos siempre fueron muchos y contaminaban demasiado el planeta y que «a lo mejor se lo merecen»,  como cantara Alejandro Sanz, mientras el CEO de la manzana roja les bloquea el Airdrop, para que sigan aún más aislados e indefensos y nosotros, igual de ciegos.

Luego nos asombramos de que los campos de concentración nazis no le importaran a nadie en 1943. ¿Le importa a usted acaso, lo que estén sufriendo hoy los chinos? Seguramente le importen más los ucranianos porque son altos, rubios y de ojos azules. Y aunque lo diga en alto, nadie le acusará de racista porque la guerra de Ucrania es políticamente correcta y económicamente muy conveniente. No así, la lucha por la libertad de expresión en China.

Por la «democracia» de los ucranianos llegaríamos hasta la tercera guerra mundial; pero por la libertad de expresión del pueblo oprimido chino, ni a la esquina, porque Biden tiene un affair secreto con Xi, que rogamos que el pajarito azul no destape.

Mientras sintonizo el canal de cable, me entran noticias nuevas sobre Irán: muy pronto ejecutarán a los detenidos en las protestas en contra del asesinato de Mahsa Amini, asesinada por tener el velo mal colocado. Son los pequeños detalles oscuros que tiene «la religión de la paz», ahora también con el permiso de Biden para obtener la bomba nuclear; pero si hay fútbol, vamos todos. Yo nunca fui racista, ni político, ni religioso, ni discriminė a nadie. Mi ideología es el balón. De oro, por supuesto.

Aunque usted no lo crea, a la ceguera hay que publicitarla y protegerla mucho, cueste lo que cueste. Los rusos y los nazis llamaron a este proceso «propaganda», latinoamérica le llama «fútbol para todos», los americanos la impusieron desde el parvulario como»Critical race Theory» y los chinos le llaman «Tik Tok».

Por suerte, de financiar la ceguera se ocupan los gobiernos con sus impuestos, los subsidios, los mundiales y los empresarios corruptos, junto a todas sus organizaciones y de la mano firme de los medios de comunicación.

Menos, el del canario azul de Elon Musk, y es por eso, que le odiamos tanto. ¿Quién osa hoy en día, promover la libertad de expresión? ¿A quién se le ocurre semejante disparate?

¡Sólo un loco de atar como Musk entra a su nueva compañía con un lavamanos, en un mundo plagado de Poncios Pilatos! ¡A la hoguera! ¡Menudo facha resultó ser el creador del Tesla!

Pero eso sí, con pelotas. Ya avisó en un tweet, que si lo encuentran suicidado, no fue él. Habrá que pensar en otras opciones muchachos. Seguro que ideas no les faltan. Dediquen las navidades a preparar sus venganzas, igual que hacen cada día con Trump. Sin descanso. ¡A por ellos!

Vuelvo a la tele y me repito a mi mismo, que siempre en toda dieta existe un día libre; el día del permitido le llaman; ese día en el que uno se atiborra de todo aquello de lo que renegó durante la semana. Igual que esos asesinos seriales o esos depredadores sexuales, que cada cierto tiempo, se dan un gusto. Pero el resto del mes, juegan a ser niños buenos.

Da igual, porque ahora gracias a las nuevas leyes que redacta una ministra sin estudios de derecho y feminista, ex cajera de un supermercado en España, todos los violadores salen libres, «si o si», después del acto. Despreocúpese.

Me convenzo de no hay nada peor que la culpa y eso sólo lo sabemos bien, aquellos que la sembramos cada día a través de las redes sociales y a conciencia.

Ya habrá tiempo para seguir llorando por Zelensky y por las mujeres oprimidas del régimen talibán, ya habrá tiempo de seguir echándole la culpa a la gente de bien por el calentamiento global, el racismo, el machismo, el contagio del coronavirus, el frio, el calor, la lluvia, el alto índice de criminalidad en el metro de Nueva York, la esclavitud del Imperio Romano, la corrupción política y la inflación de los rusos.

Hoy es día de mundial, hoy es mi día libre, mi permitido.

Y como diria el Diego: «pelota mata valor» o quizás, estos sean los valores de las pelotas.

JR