Educar es como caminar sobre una cuerda floja porque para mantener el equilibrio, uno no puede irse ni demasiado hacia un lado, ni demasiado hacia el otro.
Ni siempre “si” ni siempre “no”, porque cuando todo es “si” se acostumbra al niño a la irrealidad y cuando todo es “no» se lo conduce hacia la frustración y hacia el desánimo.
Los “no” dan valor a los “si” y los “si” dan valor al “no”.
Todo buen funcionamiento responde siempre a un sistema de equilibrios, que actúa de forma alternada según la circunstancia, pero respondiendo a una causa y generando inevitablemente una consecuencia.
Asi funcionó siempre nuestra sociedad: de ambientes muy estructurados y moralistas salieron hijos hippies y rebeldes y de los hippies, salieron hijos que espantados de tanto “omm”, volaron a trabajar a Wall Street.
Para dominar el equilibrio en estos tiempos digitales, mi amigo profesor enseña cada día llevando una peluca de un color distinto a clase. Los niños saben que en su clase hay un ambiente serio para el estudio, pero que en cualquier momento, puede adquirir un tono festivo.
Sólo hay que estar atento a los distintos momentos dentro del aula. Y cuando empieza la fiesta, nadie se corta un pelo porque… ¿Qué inhibiciones puede tener un niño pequeño que tiene un profesor con peluca?
La generación digital acostumbrada a aprender, a informarse, a relacionarse, a jugar y a entretenerse a través de una pantalla, necesita de un equilibrio que sólo lo proporciona el contacto humano. Y la fiesta, también actúa como factor desestructurante y como contrapeso, porque de lo contrario, el individuo digital reserva toda su diversión y su risa para el espacio privado que pasa frente a la pantalla.
El joven actual, acostumbrado a relacionarse virtualmente y con emoticonos, teme con pavor al discurso oral, por eso existen hoy, cantidad de cursos para aprender a comunicarse verbalmente con personas off line y jóvenes que no se apañan ni para pedir una pizza por teléfono, sin atolondrarse y estropear el pedido.
La digitalización ha favorecido la hipercomunicación, pero a la vez, ha entumecido la comunicación física a todos los niveles.
La generación Netflix sólo necesita de wiffi y una buena serie para pasar una buena velada y aquellas antiguas juventudes, desbocadas y alcoholizadas, que se evadían en la fiesta permanente, no pertenecen ya a estas juventudes contemporáneas de las que hablo, porque la única adiccion peligrosa de la generación Netflix es el exceso de conectividad.
La generación Netflix disfruta de espacios recreativos individualistas y saludables, es adicta a las series, a los juegos on line y a la vida virtual, pero es consciente de que de vez en cuando necesita también de algunos espacios de alegría off line.
Una parte de esta generación, (los mayores), acostumbrados al viejo hábito de conversar y a la reunión social pequeña, la protegen como si fuera un rito antiquísimo que no desean perder; pero en los más jóvenes, la tendencia es diferente.
Al salir de su universo netflico individualista, sus preferencias son generalmente, participar en eventos masivos de lo más diversos.
Lo mismo participan de la fiesta del Orgullo, como de la celebración de Halloween, del triunfo del campeonato de fútbol, de la feria del pueblo, de los encierros de Pamplona, del Año nuevo Chino, de la tomatina, de la Maratón contra el Cáncer, o de la Navidad; pero su pasaje de la pantalla a la alegría colectiva, continúa esquivando la comunicación tal como la conocíamos.
Este grupo utiliza este tipo de eventos masivos únicamente como promotor de alegría y no como encuentros comunicativos entre sus participantes.
De todas maneras, aunque asistan a cualquiera de esta clase de eventos, los individuos Netflix suelen pasar más tiempo subiendo fotos y respondiendo a comentarios en Instagram, de lo que están realmente presentes en cualquier celebración.
La fiesta como evento identitario ya no existe para esta generación, porque ellos celebran sólo por celebrar, no buscando identificarse o pertenecer a un grupo y tampoco consideran que su participación en estos eventos les vincule especialmente a alguno de estos colectivos o comunidades para siempre.
La generación Netflix es hija de la generación ideológica y comunitaria; por eso se ha desvinculado de las ideologías con asco y hartazgo, para sumarse sin compromisos al interés general y al entretenimiento per-se.
Esta tendencia a la transversalidad desvinculante, es como una línea que no se posiciona ni a la derecha, ni a la izquierda y que puede percibirse desde la generación ideológica y partidista como ignorancia, tibieza, falta de interés o simplemente como la pereza de la juventud por posicionarse en algún lugar definido, que les obligue a defender algo o a tener que sostener verbalmente una postura o una opinión por demasiado tiempo.
(No olvidemos tampoco, que el individuo Netflix está acostumbrado a ser un mero espectador)
Pero un individuo verdaderamente transversal es en realidad, aquel que renuncia a colocar sus ideas en el espectro político clásico de izquierda o derecha indefinidamente y que habita en una diagonal que toca puntos distintos y alternos, según la circunstancia.
Muchos lo llamarán oportunismo o conveniencia; pero para el hombre Netflix esto implica un ensanchamiento en la mirada.
La transversalidad no queda jamás aprisionada en la ideología o en la visión pautada y fija de una comunidad identitaria, sino que aspira a librarse de ella.
Los políticos tradicionales, que contaron siempre con apoyos ideológicos eternos e incondicionales (uno nacía y moría comunista, liberal, demócrata, republicano, católico o musulman) ya no pueden contar con seguridad con esta generación hiperconectada, hiperinformada e hipercomunicada; que habita un mundo hiperdinámico de consumos, de información, de entretenimiento, de redes y de cambio; que detesta la televisión tradicional, desconfia de las noticias, evita los telediarios y no conoce ni concibe alianzas eternas con nadie.
Y que dirige su voto de la misma forma en que vive; mutando transversalmente de serie en serie, según el perfil.
JR