“La letra Pequeña del Sueño”

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Cuando éramos niños y admirábamos con mis hermanos los yates majestuosos en los puertos, mi madre nos decía que esos enormes y preciosos yates, daban muchísimo trabajo a sus dueños.

De esa forma entendimos desde chicos que la riqueza era también una preocupación.

Desistimos así y sin ningún sufrimiento, de perseguir objetivos demasiado excéntricos o inalcanzables, a la vez que comprendimos que no teníamos tampoco la obligación de cumplir expectativas parentales de riqueza.

Hoy en cambio, los padres admiran y fomentan el deseo de riqueza frente a sus hijos ¿Quién no ha visto a un padre soñar con tener un hijo millonario o famoso como Messi, para que mantenga a toda la familia?

¿Y quién no ha visto a esos pobres niños que en cada partido corren por conseguir el sueño del padre ambicioso y que por desgracia sólo cumplirán algunos pocos?

Al resto nos queda ser gente normal; trabajadora, emprendedora, feliz en lo nuestro; de esa que alquila un pedalin en la playa y se lo pasa de miedo.

En el mundo moderno se nos incita a soñar continuamente, pero no como sueña mi gato; (quien según mi hija pasará el 70 por ciento de su vida durmiendo); sino como sueñan los hombres, que no nos conformamos sólo con existir como el gato, sino que deseamos “ hacer”, “ser alguien”, “dejar un legado”, “cambiar algo”.

Sin duda todos debemos soñar, hacer e intentar dejar nuestro pequeño mundo mejor a cómo lo encontramos. Pero este objetivo parece en ocasiones no ser suficiente, si no somos vistos, reconocidos, exitosos y famosos.

Ya lo decía Nietzsche con su «voluntad de poder», que lo que nos hace hombres es esa voluntad de superarnos, de querer dejar un rastro visible que nos haga sentir vivos y así dejar de ser sólo seres que existen.

Pero en estos tiempos de hiperconsumo la falta de reconocimiento o de éxito material no sólo provoca un sufrimiento extremo por las privaciones materiales que ofrece, sino que afecta psicológicamente a aquellos individuos que la experimentan como a una crisis de identidad; una experiencia humillante y deprimente que acarrea sentimientos de vergüenza y de auto devaluación.

Hoy en día las enfermedades psicológicas están a la orden del día en todas sus variantes, y es que el “no cumplimiento del sueño” ha disparado enormemente unos índices de depresión y de violencia alarmantes, porque esta nueva precariedad ( ya sea material o de reconocimiento) ha fomentado a un individuo que se descalifica sistemáticamente a sí mismo y que además está ofendido con el entorno que no le reconoce y que no le ha permitido cumplir su sueño del éxito.

La mala interpretación del sueño americano consiste en interpretarlo como a un éxito basado en el reconocimiento, en vez de entenderlo como a la  posibilidad de progreso y de superación que ofrecía America.

Lo que nadie nos cuenta es que el progreso duele, es incómodo, es madrugador, pasa noches en vela, no tiene fines de semana y trabaja hasta el cansancio. Y el éxito contemporáneo que desean algunos es instantáneo e indoloro. 

Todo aquel que sueña debería informarse bien sobre las condiciones y efectos secundarios de cada tipo de sueño, (esas que vienen en letra pequeña y que nadie te lee para no quedar como un pesimista).

Hoy el “american dream” es el emblema de la mentalidad occidental, que aspira a mejorar y a mejorarse, a superar y a superarse, pero quien lo identifique únicamente con el éxito material o con el reconocimiento, no encontrará en ese sueño realización, sino sufrimiento y frustración.

El éxito, entendido como reconocimiento y riqueza, lo consiguen poquísimos en vida, otros pocos después de muertos, algunos con suerte a los ojos de sus familiares y amigos, y el resto no lo consigue jamás.

La incitación permanente a “soñar”  ha generado sorpresivamente altos índices de frustración y de descontento, en aquellos que creían que perseguir el sueño les llevaría sin escalas al yate y que se derrumban anímicamente cuando se ven remando un bote alquilado en el lago de El Retiro.

La “Relatividad” debería ser lo primero en enseñarse a los niños en la escuela, porque de todas las teorías resulta ser la más necesaria para aprender a mirar y a enfocar correctamente todas las cosas. Algo que para alguien es un bote alquilado, para otro es el paseo más relajante del mundo. Y así sucede con todas las demás cosas.

La disciplina, algo que hoy se asocia casi con el maltrato infantil, debería retomarse también y sin dudar, ( por supuesto sin la incoherencia y la violencia del siglo XIX), si el objetivo de la nueva población es el de cumplir sus sueños.

Toda disciplina ayuda sin duda a formar el carácter y a fortalecer la psiquis que se necesita para afrontar las dificultades, las pérdidas y las desilusiones que a todos nos deparará la vida.

Sin embargo, la educación hiperpsicologizada contemporánea, contraria a cualquier tipo de límite, responsabilidad o sanción, que evita exponer al niño a cualquier tipo de frustración, ha creado a individuos volátiles y débiles psíquicamente, sin fronteras de contención ni fortaleza; acostumbrados a la felicidad inmediata y efervescente que les proporciona continuamente su entorno familiar; ese que se va amoldando gustoso e inmediatamente a todas sus exigencias, necesidades y antojos.

Niños que tiempo después en la vida adulta, sienten que el mundo les ha traicionado.

Para formar a hombres fuertes, hay que educar a niños flexibles en la mirada y resistentes en el carácter, porque aunque la publicidad engañosa nos venda como fáciles y posibles todos los sueños, los sueños suelen ser siempre muy duros y suelen estar muchas veces escondidos en lugares poco vistosos y en donde menos te los esperas.

JR

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