Si la democracia nos augura la igualdad de derechos y de obligaciones para todos, también lo hace con respecto a la belleza.
Que la belleza sea un derecho o una obligación, ya dependerá de la mirada de cada uno.
La belleza era antiguamente un don reservado para unos pocos. «Lo que natura non da, Salamanca non presta» decía mi abuela, sin referirse al talento innato que no se consigue en la universidad, sino a la fealdad sin solución, que no se arreglaba con ungüentos.
Hoy mi abuela estaría asombrada de ver cómo la fealdad se mejora y además se paga en módicas cuotas.
Los feos se convierten rápidamente en exóticos y los menos dotados en guapos, (quirófano y gimnasio de por medio).
Si bien la belleza ha tenido distintas acepciones a la largo de la historia; en nuestra época ocupa un lugar preponderante y es un producto masificado y al que casi todos aspiran llegar, sin importar la edad, ni el estrato social al que pertenezcan.
Las feministas sostienen desde los años sesenta, que los estándares de belleza son generados por el patriarcado, con el fin de dominar a las mujeres; pero actualmente las mujeres no desean ser guapas para los hombres, sino para y por ellas mismas.
Y los hombres, también se han sumado ahora, a esta carrera por ser cada vez más bellos.
En la era de la autonomía y del «do it yourself» cada uno se proyecta y se produce a su antojo. Y la belleza lejos de ser un mandato, es hoy una elección voluntaria, pero no excluyente. Hoy las mujeres no desean ser solamente bellas, sino también exitosas en todos los ámbitos.
Cuando mi primo era joven sólo salía con chicas feas porque decía que las guapas no hacían ningún esfuerzo por agradar. En cambio las feas eran simpáticas, estudiosas, divertidas, cariñosas e intelectuales.
Hasta hace unos años ser bella era suficiente, hoy sin embargo, la belleza sola, no nos sabe a nada ni a los hombres ni a las mujeres.
Dentro de los estándares de belleza actuales se considera a la delgadez como el fin último y supremo; en una época en donde curiosamente los índices de obesidad son los más altos de la historia de la humanidad.
Nunca estuvo el hombre tan obsesionado con ser delgado y nunca hubo tantos gordos en el planeta como ahora.
¿Será que el contraste es otro signo de nuestra época o será que la obsesión con algunas cosas no nos augura jamás buenos resultados?
Muchos comparan este ascetismo del cuerpo delgado con el ascetismo del alma de la Edad Media. Dos obsesiones iguales, pero enfocadas en aspectos distintos.
Si una niega al alma, la otra negaba al cuerpo, pero las dos engendraron locura.
¿Es acaso la locura, fijación?
Si el concepto médico de enfermedad es el desequilibrio de la armonía preexistente, puede que no estemos muy errados en suponer que todo aquello que no se desarrolla de manera armoniosa, se enferma.
La obsesión por el alma daña al cuerpo y la obsesión por el cuerpo daña el alma.
Quizás mantener un equilibrio entre las dos partes que nos hacen ser seres humanos, sea lo más aconsejable.
Olvidarnos de que no somos sólo un cuerpo, ni somos sólo un alma, sino las dos cosas simultáneamente.
Un alma radiante sin un poco de belleza y toda la belleza sin la chispa de un alma que acompañe, son la misma fealdad.
JR
«Hay belleza en el equilibrio y en aquello que se percibe como completo»