Una cosa es pertenecer a un clan y otra muy distinta es convertirse en un clon del clan.
Todos pertenecemos a un clan desde que nacemos. Una familia,una comunidad, una afición artística o deportiva nos convierten en parte de distintos clanes a lo largo de nuestra vida.
Si bien compartimos historias y experiencias comunes con los miembros de los distintos clanes a los que pertenecemos en distintos momentos de nuestra vida, ser un clon no es parte del contrato.
La conquista de la individualidad es sin duda lo que nos convierte en individuos. Uno se diferencia del otro y se delimita; va marcando sus bordes y creando unas distancias en el proceso de “crearse” a sí mismo.
Uno no solamente se descubre a sí mismo en sus similitudes y en sus diferencias con el resto, sino que también se crea según su propio diseño.
En el proceso de “descubrirse” no está implicada la libertad porque uno descubre únicamente aquello que ya existía; pero crear, es sin duda, un proceso totalmente distinto al de descubrir.
Para crear hace falta libertad; es más, todo el proceso de “crearse” no es otra cosa, que la aplicación de la libertad en uno mismo.
Uno se aplica la libertad a sí mismo cuando se contruye a si mismo como un individuo.
En este proceso no se descubre sólo lo que uno es, sino que se decide además, como uno quiere llegar a ser.
La construcción de la identidad no es únicamente inevitable, sino también elegible, consciente y trabajada en busca de un ideal.
Si bien hay cosas que no puedo cambiar; hay también muchas otras partes de mi identidad que son producto de mi elección personal y de mi voluntad.
Actualmente, la pertenencia a determinados clanes nos obliga también a convertirnos en clones. Pero esa exigencia nos implica una renuncia a nuestra individualidad.
Pertenecer a un grupo no debería conllevarnos de ninguna manera, convertirnos en una pertenencia de ese grupo.
Toda individualidad conlleva un proceso doloroso porque diferenciarme es delimitarme y cortarme en algún punto del resto. Delimitarse es siempre soledad, ser uno es soledad.
Toda separación resulta dolorosa en tanto que al separarme quedo solo, pero en todos los casos, la creación de la individualidad resulta generalmente liberadora.
En muchas ocasiones la separación que implica el nacimiento de la individualidad es percibida por el clan como una traicion al grupo o a los valores compartidos. Por eso la individualidad conlleva muchas veces sufrimiento tanto de un lado, como del otro.
El nacimiento de un individuo duele un poco a todos; al que nace, al que se resiste a soltar y al que deja nacer. Pero vale la pena.
La cultura occidental, basada en la filosofía judeo-cristiana ha condenado siempre a la hipocresía como al peor de los pecados.
“Lobos vestidos de ovejas” les llamó Jesús o “generación de víboras” les bautizó su primo Juan el Bautista.
Siempre la hemos condenado; pero muy poco hemos hablado sobre las múltiples ventajas que nos aporta ser un hipócrita.
Uno puede ir por la vida haciéndose el ecologista, mientras aterriza su jet privado en Ibiza, o puede comprarse el último iphone mientras prepara la pancarta para la marcha anticapitalista o puede también condenar la esclavitud del siglo XVIII, mientras le abre la puerta a la chica de la limpieza y le indica fregar los baños, cambiar sábanas y limpiar cristales, y por favor que no olvide dejar la cena lista para cuando el niño socialista vuelva de la marcha por los derechos humanos.
Lo más bonito de la hipocresía es la libertad que te otorga, para ser lo que quieras ser, en cada momento.
Y estos son, sin lugar a dudas, los valores supremos de nuestra época: “ser quien quieras ser en cada momento y porque tú lo vales”
La hipocresía está de moda y es un mecanismo muy útil para la exaltación de la libertad, la reinvención permanente y la aceptación social.
Lo más envidiable de la hipocresía no es únicamente la autorización que te da para ser quien quieras ser en cada momento, sino el auto convencimiento de que uno habita a cada paso de su hipocresía, en la coherencia más absoluta.
Esa seguridad y esa auto- justificación para la mentira son sin duda, envidiables.
Pero lo que realmente me asombra del hipócrita es la facilidad que tiene para dormir bien de noche.
Mentir todos mentimos, fingir algo que no somos, o saludar con calidez a alguien a quien no tragamos, lo hemos hecho todos en alguna que otra ocasión; pero esa liviandad de conciencia que tienen algunos, es un verdadero privilegio.
Mi madre siempre me decía …«nosotros somos culposos» y es verdad, no dejamos de ser hipócritas porque seamos buenos, sino porque la culpa nos mata.
Pero más que la culpa, la verdadera razón es que la mentira no deja dormir bien. Creo que no son los principios, sino el terror al insomnio lo que nos detiene.
Una de las últimas veces en que asistí a misa un Domingo, conté la cantidad de veces que voluntariamente me echaba la culpa de todo.
“Por mi culpa, por mi culpa por mi gran culpa” repetí ininterrumpidamente desde los 7 hasta los 18 años de edad, sin casi darme cuenta.
No es de extrañar que después de tantos años de sugestión uno termine siendo un culposo patológico y que el mundo te utilice luego, como al chivo expiatorio de todos sus males.
Y lo peor de todo este asunto es que además, de tan acostumbrados que estamos a ser culpables, aceptamos toda culpabilidad sin siquiera protestar.
Uno va pidiendo perdón por la calle como un loco y sin haber molestado nunca a nadie.
Pero volvamos a la hipocresía y a sus múltiples ventajas; aunque tengo que admitir que su falta de publicidad me resulta imperdonable, porque ser un hipócrita es sin duda lo más rentable, tanto en lo social, como en lo económico y en lo político.
Y todo hay que decirlo; la gente prefiere siempre al hipócrita que al sincero en cualquier ámbito.
Las reuniones de hipócritas son sumamente placenteras, allí todos fingen ser lo que no son; el ignorante se hace el culto, el pobre se hace el rico, el racista con valla perímetral y alarma en casa se hace el “open borders”, el superficial se hace el artista, el empresario se hace el misionero, el activista incendiario se hace el santo, el capitalista se hace el socialista, el drogadicto se hace el verde etc…
Y así uno pasa una noche en una fiesta de máscaras venecianas, sin enterarse jamás de quién es quien.
“Se descubre antes a un mentiroso que a un cojo” decía mi abuela. Pero yo no creo que sea realmente así, porque el hipócrita no se considera a sí mismo un mentiroso, sino un convencido.
El mentiroso pide perdón, el convencido en cambio, busca a un culpable.
Y siempre encuentra a un culposo cerca, a quien cargarle con sus culpas.
No nos olvidemos tampoco que la culpa y el sentimiento de responsabilidad son características judeo-cristianas, de las cuales reniega todo comunista; para quien la responsabilidad siempre es de alguien que no es él.
Históricamente los socialistas/comunistas nunca abdican ni renuncian a sus cargos frente a un escándalo político.
Y esto siempre nos llamó la atención. Yo creo que la falta de vergüenza se da porque no ha florecido en ellos ningún tipo de responsabilidad, ni de culpa, ni de conciencia de sus horrores.
La justificación permanente de la hipocresía es parte de la cultura de izquierdas sobre la reinvención, la obediencia al ideal, a la liberación, a la causa, el derecho a la venganza, la extorsión con el apocalípsis climático y la tendencia al reciclaje selectivo.
El reciclaje selectivo significa que el único que recicla y ahorra debe ser usted.
Mientras haya culposos disponibles habrá mercado para el hipócrita, pero el problema aparecerá con la extinción del chivo expiatorio. ¿Quién se hará entonces responsable?
Cuando uno comprende al fin la cadena alimenticia del hipócrita empieza a entender el porqué de su gran preocupación por la preservación animal y la ecología.
Se le llamaba “cuento chino” a toda historia sin pies ni cabeza. Algo que de tan evidentemente ridiculo nadie se creía y aquellos que lo creían, eran generalmente estafados.
¿Quién no ha conocido a alguien en su vida a quien no le hayan hecho alguna vez un cuento chino para robarle dinero?
Este mismo cuento y chino nos lo contaron a todos hace muy poco tiempo, con respecto a la mala cocción de un murciélago en un mercado de Wuhan, que provocó un virus mortal que paralizó por más de un año a todo el planeta.
Hoy el cuento chino finaliza oficialmente y se comprueba que este virus fue creado intencionalmente en un laboratorio chino, con la complicidad de Faucci y como un arma biológica.
Muchos son los sorprendidos ante esta nueva revelación y lo peor de todo este asunto, es darnos cuenta de que la gente es capaz de creerse cualquier disparate que le cuenten. El secreto está, en repetírselos muchas veces.
Después del cuento chino llegó el verso verde; si, ese tan ecológico que le cuesta al contribuyente americano muchos más billones de dólares y millones de puestos de trabajo perdidos.
Verde, verde, muy verde y todo gestionado por rojos comunistas ricos, que supuestamente detestan el dinero capitalista, pero que en el segundo que llegan al poder, lo acaparan todo.
La promesa verde son futuros trabajos verdes, futuras carreteras verdes, futura gasolina verde y un rediseño completo de nuestro sistema de vida inventado por Soros, China, Ocasio Cortes y Bill Gates.
Y mientras tanto, inflación y pobreza blanca, negra y marrón para todos, así nos vamos acostumbrando poco a poco, a la carencia y al subsidio típicamente comunistas.
Menos para todos, parece ser la receta de este nuevo “tec-com lab” salvo para los integrantes del gobierno rojo, que gracias a Dios, conducen un Tesla eléctrico y tienen instalada una base de carga en cada casa… y todo pagado por el contribuyente. ¡Qué verdes!
Históricamente, de los comunistas, no hemos visto más que la proliferación de la pobreza y un capitalismo de estado espeluznante; pero me temo que mi visión no es ni muy azul, ni muy verde.
Lo curioso es que los jóvenes de hoy, que estudian hasta los 28 años de edad sin tener necesidad de trabajar, no hayan oído jamás hablar sobre los desastres históricos del comunismo en el mundo.
Se ve que los libros de historia ya se han prohibido o censurado por la izquierda y los pobrecillos no han tenido oportunidad de estudiarlos. Y yo me pregunto, ¿qué carajo estudiarán tanto?
Pero según me cuentan los rojos, ahora el foco está puesto únicamente en la teoría crítica de la raza, que parece ser muy útil para seguir creando odios y división.
Quizás por esa misma ignorancia tan típicamente universitaria, es que los jóvenes de hoy tienen tanta ansia por experimentar la destrucción comunista en carne propia y yo les deseo a todos ellos bandera blanca y mucha suerte.
“No hay nada como la experiencia para aprender” dicen los científicos; aunque esperemos que no sean esos, los mismos científicos que nos aseguraron la descomposición natural del murciélago en CoVID19.
“La historia se repite” dicen siempre. Y los viejos son los únicos que la recuerdan.
Por eso duele tanto ser viejo y tener la cabeza en su sitio. Ver suceder los mismos errores una y otra vez, desespera.
Pero todo sea para que estos niñatos con sobredosis de educación, subsidios, derechos y privilegios sigan aprendiendo.
Había una vez un cuento chino, un cuento verde, un cuento rojo…y un niño que como no aprendía, repetía el curso…
¡Que bonito ha quedado el verso verde y qué atrevimiento el mío, insistir tanto en los colores en un mundo en donde colorear es ahora tan racista!!!!
Si le preguntas a cualquier joven qué quiere de mayor, pocos serán aquellos que te digan algo distinto al deseo de ser millonarios.
En mi época uno deseaba poder llegar a ser un buen médico, tener una casa propia, un coche, hacer un viaje o vivir en el campo o cerca del mar.
Nuestros sueños también eran sueños; quizás no eran tan ambiciosos como los de ahora; pero al menos, no soñábamos todos lo mismo.
Hoy existen distinciones para todo, esta es una época en donde nadie quiere parecerse a nadie porque todos desean la originalidad, y sin embargo, es curioso ver como todos sueñan lo mismo.
Sabemos que la juventud hace lo que sea por tener 5 minutos de fama y hacerse virales en las redes sociales. Si para eso hay que asesinar a la abuela on line, lo harán, asi que a andarse con cuidado, porque estos soñadores hacen cualquier cosa por la causa.
Si bien es cierto que la suerte existe; para que la suerte cunda hay que estar muy preparado y trabajar mucho y de continuo para que ésta permanezca y dé frutos duraderos.
Pero la letra pequeña no se la lee nadie. Esfuerzo, trabajo, continuidad, resistencia al tedio; son conceptos demasiado pesados para los nuevos aspirantes a millonarios que veneran a la instantaneidad y al clic como si fueran un Dios.
Este sueño tan común al que aspira esta nueva generación tan ecológica y contradictoriamente tan consumista, refleja nuestra tendencia inevitable a la incoherencia y a la fantasía.
Desde pequeños se nos alimenta de fantasías y se nos promueve la capacidad de imaginar lo imposible como posible.
Y esa capacidad de soñar lo imposible es fundamental para todo progreso. ¿Quién hubiera soñado tener luz eléctrica, internet o aviones?
Los soñadores son necesarios y lo fueron siempre. Pero soñar esos sueños, sin tener conocimientos de electricidad, mecánica o ingeniería hubiera quedado sólo en un sueño frustrado.
Todos podemos soñar, pero pocos estamos preparados como se debe para hacer de ese sueño una realidad.
La fantasía nos alimenta y nos motiva, cultiva la fe y promueve la esperanza pero ¿qué pasa cuando la fantasía no se hace realidad?
El problema es que la intolerancia al fracaso está también en boga. Para todo te recetan ahora una pastilla y desde niños se medica la falta de concentración, la hiper actividad o la desmotivacion a base de productos químicos.
Hoy no se receta fortaleza, trabajo, constancia o superación sino viene ya en pastilla.
Ni se les ocurre a los médicos decirle a los padres que lo que el niño necesita son límites claros y frecuentes, atención, cariño o cuidados que no recibe de parte de sus progenitores, porque la mayoría de ellos, prefiere seguir cubriendo esas carencias a base de medicación.
Si alguien te llama gordo; como hicieron los niños toda la vida con nosotros; el niño actual se debate entre acuchillar al agresor, tirarse por la ventana o recurrir a la anorexia.
El camino del medio es evitado porque ese camino incluye aceptación, fortaleza, resistencia, esfuerzo, superación, trabajo, constancia y una dura dosis de realidad.
La fantasía es muy bonita hasta que empieza a hacernos daño. Y el daño aparece cuando no se combina a la fantasía con realidad.
Una cucharada de fantasía y 4 de realidad es la dosis medianamente adecuada para mantenerse sano y para que no nos gane el delirio, ni nos venza la frustración.
Mantenerse real es mantener los pies en la tierra y las manos trabajando; por supuesto siempre soñando, pero nunca quietos.
Recuerdo hace dos años cuando mi hijo menor descubrió que papá Noel no existía.- “quise venir primero a preguntártelo a ti” me dijo muy serio. Y permaneció dos dias sin hablarme después de confirmar el engaño.
Ninguno de mis otros hijos había reaccionado así; quizás si un poco desilusionados, pero nunca con esa sensación de haber sido traicionado vilmente y de forma continuada a lo largo de los años.
Intenté justificarle mi mentira en pos de alimentarle una ilusión, de que fuera un niño como todos los demás; pero con ese niño no hubo manera.
Y agradecí en ese momento no haberle apuntado jamás a ninguna religión, porque hay personas que no llevan nada bien el exceso de fantasía.
Cada uno debe aprender a lo largo de la vida, cual es la receta indicada que le conviene; qué cantidad de fantasía necesita para mantenerse motivado y no decaer en el desánimo y qué dosis de realidad le conviene para que la frustración no le pille nunca desprevenido y lo reviente.
Lo bonito de soñar es poder volar un poco fuera de la realidad y descansar de a ratos de ella, pero sin que nuestro despertar nos duela como un engaño.