
Si le preguntas a cualquier joven qué quiere de mayor, pocos serán aquellos que te digan algo distinto al deseo de ser millonarios.
En mi época uno deseaba poder llegar a ser un buen médico, tener una casa propia, un coche, hacer un viaje o vivir en el campo o cerca del mar.
Nuestros sueños también eran sueños; quizás no eran tan ambiciosos como los de ahora; pero al menos, no soñábamos todos lo mismo.
Hoy existen distinciones para todo, esta es una época en donde nadie quiere parecerse a nadie porque todos desean la originalidad, y sin embargo, es curioso ver como todos sueñan lo mismo.
Sabemos que la juventud hace lo que sea por tener 5 minutos de fama y hacerse virales en las redes sociales. Si para eso hay que asesinar a la abuela on line, lo harán, asi que a andarse con cuidado, porque estos soñadores hacen cualquier cosa por la causa.
Si bien es cierto que la suerte existe; para que la suerte cunda hay que estar muy preparado y trabajar mucho y de continuo para que ésta permanezca y dé frutos duraderos.
Pero la letra pequeña no se la lee nadie. Esfuerzo, trabajo, continuidad, resistencia al tedio; son conceptos demasiado pesados para los nuevos aspirantes a millonarios que veneran a la instantaneidad y al clic como si fueran un Dios.
Este sueño tan común al que aspira esta nueva generación tan ecológica y contradictoriamente tan consumista, refleja nuestra tendencia inevitable a la incoherencia y a la fantasía.
Desde pequeños se nos alimenta de fantasías y se nos promueve la capacidad de imaginar lo imposible como posible.
Y esa capacidad de soñar lo imposible es fundamental para todo progreso. ¿Quién hubiera soñado tener luz eléctrica, internet o aviones?
Los soñadores son necesarios y lo fueron siempre. Pero soñar esos sueños, sin tener conocimientos de electricidad, mecánica o ingeniería hubiera quedado sólo en un sueño frustrado.
Todos podemos soñar, pero pocos estamos preparados como se debe para hacer de ese sueño una realidad.
La fantasía nos alimenta y nos motiva, cultiva la fe y promueve la esperanza pero ¿qué pasa cuando la fantasía no se hace realidad?
El problema es que la intolerancia al fracaso está también en boga. Para todo te recetan ahora una pastilla y desde niños se medica la falta de concentración, la hiper actividad o la desmotivacion a base de productos químicos.
Hoy no se receta fortaleza, trabajo, constancia o superación sino viene ya en pastilla.
Ni se les ocurre a los médicos decirle a los padres que lo que el niño necesita son límites claros y frecuentes, atención, cariño o cuidados que no recibe de parte de sus progenitores, porque la mayoría de ellos, prefiere seguir cubriendo esas carencias a base de medicación.
Si alguien te llama gordo; como hicieron los niños toda la vida con nosotros; el niño actual se debate entre acuchillar al agresor, tirarse por la ventana o recurrir a la anorexia.
El camino del medio es evitado porque ese camino incluye aceptación, fortaleza, resistencia, esfuerzo, superación, trabajo, constancia y una dura dosis de realidad.
La fantasía es muy bonita hasta que empieza a hacernos daño. Y el daño aparece cuando no se combina a la fantasía con realidad.
Una cucharada de fantasía y 4 de realidad es la dosis medianamente adecuada para mantenerse sano y para que no nos gane el delirio, ni nos venza la frustración.
Mantenerse real es mantener los pies en la tierra y las manos trabajando; por supuesto siempre soñando, pero nunca quietos.
Recuerdo hace dos años cuando mi hijo menor descubrió que papá Noel no existía.- “quise venir primero a preguntártelo a ti” me dijo muy serio. Y permaneció dos dias sin hablarme después de confirmar el engaño.
Ninguno de mis otros hijos había reaccionado así; quizás si un poco desilusionados, pero nunca con esa sensación de haber sido traicionado vilmente y de forma continuada a lo largo de los años.
Intenté justificarle mi mentira en pos de alimentarle una ilusión, de que fuera un niño como todos los demás; pero con ese niño no hubo manera.
Y agradecí en ese momento no haberle apuntado jamás a ninguna religión, porque hay personas que no llevan nada bien el exceso de fantasía.
Cada uno debe aprender a lo largo de la vida, cual es la receta indicada que le conviene; qué cantidad de fantasía necesita para mantenerse motivado y no decaer en el desánimo y qué dosis de realidad le conviene para que la frustración no le pille nunca desprevenido y lo reviente.
Lo bonito de soñar es poder volar un poco fuera de la realidad y descansar de a ratos de ella, pero sin que nuestro despertar nos duela como un engaño.
JR