Algo urgente es algo que urge hacer cuando apremia el tiempo.
Todos estamos sin embargo, muy habituados a esta palabra, tanto en el trabajo como en la vida. ¿Pero qué nos muestra la urgencia?
La urgencia denota una falta de previsión, un mal diagnóstico sobre una situación o tarea determinada y una mala gestión o administración en el empleo del tiempo para alcanzar un objetivo.
Llega el verano y uno apunta como urgente bajar un poco de peso. Ya quedan escasos meses para ponerse el bañador y la dieta se impone como algo urgente.
Esta urgencia denota en realidad, que no existió durante el año una mesura en la alimentación, de lo contrario, esta urgencia hoy no existiría.
Lo mismo nos sucede en época de exámenes o ante la entrega de un trabajo. Si uno hubiese administrado bien su tiempo de estudio y de trabajo, la urgencia hoy no sería tan apremiante.
La falta de previsibilidad también da lugar a la urgencia; uno no prevee determinadas circunstancias adversas posibles o realiza un diagnóstico equivocado sobre una situación, subestimando la complejidad de una tarea. Y al descubrir su error, siente la urgencia de repararlo o compensarlo de forma inmediata.
Sin duda vivimos en un tiempo lleno de cosas urgentes; en donde todo era para ayer; en gran parte por un exceso de tareas y en otras, por una falta de organización o por la carencia de una acción constante y persistente hacia un objetivo.
Pero de todas las urgencias, las más dolorosas son aquellas que tienen que ver con lo afectivo. Porque son aquellas que ponen en evidencia nuestra falta en términos de atención, de presencia, de ocupación, de estar en donde se nos necesitaba, cuando se nos necesitaba.
Esas urgencias suelen ser aplazadas por la urgencia de otras cosas, a las que consideramos en su momento, como mucho más urgentes.
En este tipo de urgencias se nos exige una acción inmediata, reparadora o salvadora de un daño.
A veces el daño es ya irreparable y el tiempo que nos queda para subsanarlo es escaso, pero es ante estas urgencias, en donde uno aprende a conocer el valor del tiempo que ha dedicado a cada cosa.
Hay un tiempo para todo, dicen algunos, pero la realidad es que nunca hay tiempo para todo, porque el tiempo es limitado y el «todo» representa una infinidad de deseos inabarcables en ese espacio.
Desgraciadamente no es cierto que haya tiempo para todo y debemos aprender a conciliar todas las urgencias; pero sin perder de vista jamás, cuáles son las más urgentes.
JR