La consigna de nuestras mentalidades contemporáneas consiste en propender hacia la autonomía y la independencia.
Todos hemos ido aprendiendo, nos guste o no, a amoldarnos a los nuevos tiempos y a sus nuevos paradigmas inclusivos; con coraje, con convicción o aceptación; pero ante todo, con respeto y elegancia.
Hoy, cada uno es dueño de su propio cuerpo, de su sexo, de su reproducción, de su muerte y de todas las elecciones que atañen a su libertad individual.
La eutanasia, el aborto, la maternidad subrogada, la libertad sexual o la elección del propio género, son algunas de las concesiones que nos atañen desde niños y por ley a casi todos.
Y todo aquello que vaya en contra de esas libres elecciones es considerado ilegal o discriminatorio.
Hemos conseguido a través de los siglos, ser nosotros quienes decidamos sobre nuestro propio cuerpo.
Podemos incluso decidir ser hombres, ser mujeres o ser seres «fluidos» (personas que fluyen de una sexualidad a otra, sin identificarse con ninguno de los dos sexos).
También podemos decidir si abortamos o si seguimos adelante con un embarazo, o si afrontamos una enfermedad mortal u optamos por la eutanasia.
Sin embargo, la aplicación de la vacuna contra el COVID no parece seguir este mismo patrón y comienza a circular que será obligatoria, con la excusa de que la negativa a darnos dicha vacuna, expone a los demás a una cruel enfermedad.
Pero en el caso de haber pasado la enfermedad y de haberla superado con mis propias defensas o simplemente, de no fiarme de los efectos colaterales de la vacuna a corto y a largo plazo. ¿Por qué estoy obligado a dármela?
¿No soy acaso dueño de mi cuerpo?
¿No era «my body my choice» el lema de toda esta civilización liberada occidental?
Este tipo de imposiciones nos sobresalta a todos aquellos que creemos vivir en un mundo en donde tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra propia vida, a cada momento.
La elección de ponernos o no una vacuna de dudosa efectividad y de múltiples efectos colaterales, pareciera no pertenecer al resto de libertades inclusivas, tan promocionadas por los movimientos de izquierdas.
Toda esa «libre elección»sobre el propio cuerpo, de pronto desaparece ante una imposición que descarrila el argumentario de libertad y de autonomía, en el que se nos ha ido adoctrinando durante décadas.
¿Soy o no soy dueño de mi cuerpo?
¿O es que sólo soy dueño de mi cuerpo para aquellas cosas que concuerden y promocionen a la ideología de turno?
¿Es acaso el concepto de libertad una falacia, acomodada a los intereses creados? ¿Una libertad que va variando de entonación y de color según la conveniencia del partido?
¿Es la liberación contemporánea un deseo real de libertad o es una excusa para fracturar aún más el tejido social, fomentando la creación de bandos rivales que fortalecen a los gobernantes y debilitan a los gobernados?
Hay un virus mucho más peligroso dando vueltas, uno que no se esquiva con vacunas y es la manipulación reiterada y organizada, que arrea a las vacas hacia el matadero, tarareándoles cánticos de libertad.
JR