Lo más complicado que existe en la vida es ser una persona coherente; un ser que vive de acuerdo a lo que profesa.
Posicionarse sobre cualquier tema es siempre una declaración de intenciones y un compromiso de acción, acorde al discurso dado.
Y aunque uno nunca se tome tan en serio las palabras que pronuncia, nuestros interlocutores están siempre esperando a vernos en acción.
Por esta razón mucha gente evita decir en qué cosas cree y se mantiene en un limbo durante todas las conversaciones; para no tener que sufrir a posteriori reclamos de ningún tipo.
Nos hemos ido acostumbrando a vivir, tanto en la tibieza de los inteligentes, como en la incoherencia de los valientes y ya nada nos produce cortocircuito.
Ver al comunista deslizar sin pudor un iPhone 12 sobre la mesa y al ecologista usar mascarillas descartables sin ningún remordimiento, o a la chica de bien alardear de sus encuentros sexuales diarios en tinder, no nos produce ya ni la más mínima irritación, porque sabemos, antes de sentarnos a cualquier mesa, que todos los comensales son unos mentirosos.
Tanto los tibios que se cuidan para no posicionarse nunca sobre nada, como los valientes que se rasgan las vestiduras por una causa, los santos, los verdes, los tolerantes, los solidarios, ninguno es real y ninguno de nosotros hablamos jamás, como lo que realmente somos en casa y sin maquillaje.
A pesar de que la Biblia nos asegura que lo primero fue la palabra, cuando llegó la acción, la palabra se fue al carajo y comenzaron las demandas, las excusas y las distintas versiones.
Y todo por la sencilla razón de que la palabra era un verbo. Una acción que, o demuestra o niega la palabra.
Nos hemos ido insensibilizando a la incoherencia, en parte como una forma de protección; para poder seguir viviendo con los dedos en el enchufe, sin que nos dé corriente, y continuar disimulando que cualquier mentira nos parece verdad.
Muchos son los sabios que antiguamente aconsejaban escuchar el doble que hablar, pero claro, ellos no tenían redes sociales que les impulsaran a opinar compulsivamente de todo y todo el tiempo.
Los estoicos valoraban al silencio por sobre todas las demás virtudes, y no solamente por su ausencia de ruido, sino por la ausencia de mentira.
Hablar es hoy en día disimular, venderse, promocionarse, ensalzarse y disfrazarse de algo que desearíamos ser, pero que no somos.
De todas formas, la mayoría de las personas nunca nos escucha, ni le interesa realmente lo que tenemos para decir; pero aún así, están muy atentos a nuestra incoherencia.
Por eso mi consejo es que uno nunca debería fiarse de la sordera de aquellos a los que cree sordos.
Porque en cuanto vean tu iPhone 12 sobre la mesa, aquel maravilloso discurso antiimperialista, anti capitalista, ecologista y comunista que bordaste, se les quedará en off y te habrán visto.
JR