“ El sujeto Experimento”

Hemos leído mucho acerca de lo bueno que es detenerse en tiempos tan acelerados.

Y esta pseudo-pandemia que se cura con antibióticos y anti gripales, nos ha dado a más de uno la oportunidad de parar, de convivir meses en casa, de volver a encontrarle el gusto a la cocina, al orden, a la decoración, a la lectura, a los juegos de mesa y a la vida on-line.

Y así fueron pasando los meses; los primeros en un estado de terror profundo, en donde morían de a 700 personas diarias, pero no por la peste, sino por su falta de defensas o desatención, por su vejez, o por condiciones preexistentes y por la mala praxis de las curaciones que recibían.

Nadie quería ni quiere aún entrar en un hospital, en donde los médicos se comunicaban en un principio por un Whats up grupal, e iban probando con las víctimas distintas pociones y tratamientos experimentales. Muchos de los cuales eran recomendados por médicos de China, en quienes se confiaba ciegamente.

Después de tantos errores y de tantos muertos, comenzaron a desconfiar de los chinos y a curar con Azitromicina y amoxicilina, un virus al que en un principio consideraban altamente letal.

Todo eso, si tenías la suerte de que te dieran un antibiótico; porque en Europa es mucho más fácil comprar cocaina que conseguir que un médico te recete un antibiótico a tiempo.

Después de tantos meses, los gobiernos le encontraron el gusto a este encierro y el trabajador también.

Estar en casa cobrando sin trabajar y tener al pueblo sin libertad, son alternativas muy tentadoras para todo gobierno totalitario.

Todavía tenemos a aquellos que ponderan el encierro, echan más leña al miedo y alimentan el quiebre de un sistema que los mantiene a todos.

El ser humano suele ser así de autodestructivo y cuanto más cae, más se empuja hacia el vacío.

Tengo que disentir con todos aquellos que creen que estamos más profundos, más conectados y más humanos después de la pandemia, porque yo veo suceder justamente lo contrario.

Este aislamiento ha creado a seres temerosos, cobardes, odiosos con el prójimo, alcahuetes, deprimidos, hipocondríacos, dependientes y profundamente enfermos.

Porque el miedo y la falta de libertad generan todas las dolencias típicas de la cobardía.

El internet ya nos había convertido antes de la pandemia en seres aislados, adictos al emoticono y a las faltas de ortografía. Ya éramos seres narcisistas, enganchados a un espejo que nos timbraba a cada rato para informarnos cuánto nos querían los otros y siempre desde lejos.

Cada like es para un narciso, lo que es para la planta cada gota de agua.

Ya éramos seres aislados en nosotros mismos, mucho antes de esta peste, atrofiados de valentía y alejados de la cercanía que nos alivia del «yo» y construye el «nosotros».

Hoy esta patología se ha intensificado y la indignación de perder la libertad se ha calmado, como se enfría todo en los seres cobardes.

La indignación del nuevo esclavo se ha ido transformando en un descontento convivible, tibio, patológico, como cualquier enfermedad crónica sin síntomas ni solución.

El esclavo digital es un esclavo voluntario, cómodo y satisfecho.

El esclavo y el cobarde no se irritan y si lo hacen, se les pasa enseguida, con tal de no tener que actuar en consecuencia y verse obligados a esgrimir algún signo de valentía.

Uno se acostumbra a todo, incluso a perder la dignidad y se va enamorando poco a poco de su mal, como el secuestrado se enamora de su verdugo.

Así funcionan el aislamiento y el miedo; crean a pueblos cobardes, que se creen principalmente tolerantes, cívicos,resilientes, saludables y cautos.

El aislamiento borra al otro, lo demoniza y destruye la cercanía que necesita la acción común para todo progreso y para toda defensa, anula la negatividad de la ruptura que exige la valentía y nos condena a una esclavitud solitaria, silenciosa, yerma, consentida y perpetua.

JR

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