“El Tonto Útil”

Hay muchas formas de hacer política y muchos ámbitos en los que se hace política, aún sin ser concientes de estar haciéndola.

Hay política en los estados, en las empresas, en las familias y en todo tipo de relación.

Aristóteles decía que el ser humano era un ser político por naturaleza y no se equivocaba; ya que aunque reniegues de ella, tú también eres un ser político y haces política de alguna u otra forma.

En una familia cualquiera existe una política en cuanto se establece un sistema determinado que puede ser totalitario o democrático, déspota o anárquico, pero siempre existe alguno.

Sucede que en ocasiones se aplica además, aquella estrategia del poli bueno y del poli malo; en donde dos del mismo bando pactan adoptar distintos papeles para llegar a un mismo fin.

El poli bueno genera confianza e inspira ternura, tiene buenas intenciones, aboga por la unidad y el bien común y su discurso no suena a autoridad, sino a párroco franciscano. Pero en cuanto pueda, con esa cara de tonto y de buenazo te la clavará por la espalda y rápidamente le echará la culpa al otro.

El tonto útil es hoy muy demandado políticamente, ya que el votante contemporáneo al que hay que convencer es un votante que quiere parecer bueno a toda costa, que participa en causas humanitarias y que aunque reniegue de la religión tradicional se cree más moral y ético que nadie y está siempre ansioso por publicar su bondad en redes sociales.

¿Quién no sucumbe ante un discurso estilo «dalai lama» en un mitin político?

Pocos somos aquellos que odiamos la sobre actuación de la bondad y la inocencia y repudiamos abiertamente a todo este pseudomovimiento libre /eco -racial y vegano-pacifista tan hipócrita y oportunista.

Pocos somos ya los malos declarados, que preferimos llamar a las cosas por su nombre, queremos el ajuste sin engaños, indirectas ni anestesia, llamamos al negro negro, blanco al blanco y al coronavirus chino y de laboratorio, a la prensa movimiento marxista subvencionado por grandes empresarios como Soros y demás mafias y que luego se sorprenden y se ofenden cuando el comunismo les quita la libertad de expresión, esa misma que nunca ejercieron.

Somos unos pocos locos suicidas los que aún creemos que por decir la verdad no se tiene porqué ofender nadie.

Y pocos somos también los que no queremos la deformación de un idioma en torno a una asexuada letra «e» que terminará convirtiendo al castellano en italiano y al inglés en emoticono.

Si hay algo que caracteriza a la Democracia es la movilidad que genera. Hoy eres rico, mañana pobre o viceversa. Y ese viceversa no es otra cosa que el sueño americano.

Y lo mismo sucede hoy con los cadavéres politicos.

Todos aquellos politicos que se creían políticamente acabados, triunfan, porque hoy los tontos útiles venden y están muy demandados.

Todos necesitamos a un tonto útil al frente, a quien se le den bien las palabras bonitas y convenza pronto a este pueblo posmoderno, adicto a la mentira, a la novela romántica y a la emoción edulcorada.

Biden es un ejemplo de un tonto útil contemporáneo en los Estados Unidos, Alberto Fernández en la Argentina y Pedro Sanchez en España.

Sólo pon atención a las vicepresidencias de cada uno de ellos y te darás cuenta a qué ideología le sirve y le es útil el tonto útil de turno. ( socialismo- comunista)

El verdadero problema en esta cuestión no es el político tonto ni el vicepresidente malo, sino el votante customizado de bueno, de eco, de friendly, de paz, de amor, de mucho wiffi y pocas neuronas.

Un votante que no soporta una crisis ni un recorte y que ante la mínima sensación de miedo prefiere votar a un sistema totalitario para que lo mantenga calentito y lejos de los riesgos que implica el trabajo duro y el progreso.

«Protégeme de los tontos porque de los malos me cuido sola» rezaba mi abuela y tenía razón.

Hoy en día el verdadero riesgo no se esconde detrás de los malos sino de los tontos, porque para engañar a un pueblo buenista, estupidizado y alienado en redes sociales se necesita siempre a un tonto útil en el escaparate.

Pobrecito, ¡qué bueno es! Si parece un huevo kinder…

¡Pero no veas lo que esconden estos tiernos muñequitos!

JR

“Lo que esconde la máscara”

Muchos llevamos mascarilla porque la normativa nos obliga a ello, otros sin embargo la llevamos por temor al contagio y una gran cantidad de personas, la llevamos también por el temor a los insultos que nos propinarían los demás, si no la llevásemos.

El virus ha dejado claro el temor que nos genera la posibilidad de morir o de enfermar y lo aferrados que estamos a la vida; aunque antes del virus, hubiésemos presumido de vivir elevados y desapegados de la vida terrenal.

Hoy los hare krishnas, los budistas, los apóstoles de la vida eterna, de los 7 paraísos musulmanes y de la reencarnación hindi, han dejado sus creencias a un lado, se han enfundado la máscara y se han encerrado en casa a cal y canto.

Y es que con el corona dando vueltas, hasta las creencias dejan de ser tan creíbles como antes.

Resulta curioso en tiempos de peste ver adónde se nos queda la fe, el amor a la humanidad, a la libertad y todas esas grandezas espirituales de las que presumimos tanto en la bonanza.

El budista de pronto deja el «om» e intimida al vecino del quínto piso que trabaja en un hospital, la abuela católica insulta a aquellos niños que no llevan mascarillas por la calle y unos cuantos pacifistas de izquierda les desean la muerte por corona a los adolescentes del botellón.

Y es que hemos visto de todo en estos tiempos, y sobre todo, hemos observado cuánto nos importan los demás.

Mientras estábamos sanos y el único peligro era Trump, era muy fácil hacerse el bueno, el solidario, el humanitario. Y es que llorar y dar likes a las imágenes de fAcebook es muy fácil; lo difícil es dejar de odiar a todo aquel que no respete la distancia social.

Y es que hoy, más que nunca y a pesar de la mascarilla, podemos ver realmente quien está detrás de cada una.

Algunos creen que la mascarilla no sólo les protege del virus sino también de la mirada del otro, del juicio y del pánico que nos generan incluso nuestros amigos.

Pero ante todo, la mascarilla expone nuestro temor; al virus, al otro, a la muerte.

Cuesta reconocer que somos generaciones de cagones; acostumbradas a la paz, a la Democracia, a los derechos, a la salud gratis, a la educación gratis, al Mc Donalds, al bienestar, a Netflix, al inconformismo permanente, a muchas décadas de comodidad, de derroche, de delivery, de hipotecas, de viajes en cuotas,de indemnizaciones y de subsidios.

Somos el resultado de muchos años de progreso, de democracia y de salud; pero en cuanto algo de eso se nos trastoca, somos capaces de matar al vecino, si le vemos salir sin perro durante la cuarentena.

Muchos creen que estar encerrado en casa o usar una mascarilla es un signo de virtud y se creen poseedores de una superioridad moral que otros no tienen.

Usar una mascarilla, permanecer encerrado en casa y cumplir la normativa está muy bien, pero no te hace mejor persona.

Definitivamente te hace más obediente, más temeroso y más precavido; pero no más bueno; porque no nos engañemos, si te quedas en casa es por ti, pero en cuanto veas por el balcón al vecino del tercero fuera, sabes que llamarás sin dudar a la policía.

No es casual que el virus sea chino; porque poco a poco vamos implementando y normalizando el terror, la destrucción de la clase media, la dependencia del estado, el espionaje y el delatar a nuestra hermana si hace falta; todas esas buenas costumbres típicas de la China comunista y de la antigua Unión Soviética.

Si el Corona fue creado en un laboratorio para cambiarnos las costumbres, sin duda lo está logrando.

Este virus más que una enfermedad, se parece a un viaje exprés hacia una igualdad, regida por un sistema de terror tan antiguo como totalitario.

No todos los temores engendran salud y el normalizar la cobardía es dar un paso atrás en la evolución del ser humano.

Es difícil encontrar un equilibrio entre seguir y parar, pero urge hacerlo, aún asumiendo los riesgos.

No se puede vivir escondido, ni oprimido, ni aterrado, ni vigilado, ni privado de la libertad. Y si la nueva libertad incluye una mascarilla, pues bienvenida sea, pero la libertad nunca debería resignarse.

JR

“La Igualdad Desmesurada”

Si algo caracteriza al ser humano y lo diferencia de cualquier otra especie es su capacidad para perfeccionarse. Y esa capacidad es la que le diferencia también de otro ser humano.

Uno sabe desde pequeño que posee esa capacidad, nazca donde nazca.

La condición social o económica de cada niño limita, pero no impone un estancamiento en las sociedades democráticas avanzadas, en las cuales prevalece la igualación de las condiciones para todos los ciudadanos.

(Con esto me refiero a aquellos países en donde la Educación de calidad se le garantiza a cada niño.)

El niño adquiere así la oportunidad para perfeccionarse y si ha nacido en una familia en donde la cultura no abunda, gracias a la escuela, puede conocer y acceder a un mundo nuevo y diferente al habitual.

En las sociedades democráticas esta igualación de condiciones implica también una oportunidad para desigualarse de la realidad familiar.

O sea, un niño nacido en un entorno pobre o sin cultura podría el día de mañana cambiar su condición.

Por lo tanto, la igualación de las condiciones da paso también a una nueva desigualdad de condiciones, gracias a la cual, el niño pobre se convierte años más tarde en un hombre rico o culto.

Pero como podemos observar, la desigualdad sigue presente; ya que sus amigos pobres, que no han podido, no se han esforzado, o no han gozado del talento o de la suerte suficiente, seguirán siendo pobres.

Hoy en día hemos ido un paso más allá y se considera que la Democracia no debe solamente proporcionar la igualdad en la oportunidad, sino además garantizar el mismo resultado de progreso para todos, algo que hasta ahora dependía únicamente del esfuerzo, de la habilidad o de la suerte de cada uno.

Este es el concepto del subsidio; que es un refuerzo para seguir igualando, aunque este mecanismo no dé siempre los mismos resultados; ya que lo que unos aprovechan como un impulso para seguir perfeccionándose, otros lo utilizan como un recurso para evitar cualquier esfuerzo.

Existe actualmente una tendencia mundial a desvalorizar el esfuerzo del individuo y a dar por sentado que todo logro ajeno es siempre un beneficio de clase o un privilegio de raza.

Pero aunque haya algunas excepciones, el común denominador del éxito en países democráticos es la suma del esfuerzo, la dedicación y la perseverancia del individuo.

Esta tendencia social y política que rechaza abiertamente el mérito y que es partidaria de una igualdad que no presuponga ningún esfuerzo por parte del individuo, se asemeja curiosamente al comportamiento aristocrático, una condición, que sin ningún esfuerzo se recibía o se heredaba sin más.

La igualdad que establece la Democracia es una igualación de condiciones a nivel legal y esto nos garantiza una salida desde la meta (relativamente) justa, pero que impone a su vez y una vez iniciada la carrera, el esfuerzo particular de cada uno.

La igualación de las condiciones no garantiza la igualdad en el resultado a menos que la carrera esté amañada; porque por mucho que igualemos las condiciones, siempre serán unos mejores que otros. Y que lo sean, lejos de ser una injusticia, es lo que garantiza el progreso de la humanidad.

Intentar igualar a toda costa degenera inevitablemente en una igualación negativa.

El igualar es siempre hacia abajo porque sólo se puede igualar hasta donde lleguen todos, intentando además que nadie sobresalga sobre otro, para evitar herir, diferenciar o discriminar.

Esto no sólo es un comportamiento anti- natura, sino altamente dañino.

Cuando en alguna disciplina se requiere que todos los colectivos estén presentes se aplica una igualación en las condiciones, pero si el que gana el premio no pertenece a una minoría comienzan entonces los reclamos.

No sucede lo mismo sin embargo; en deportes como el baloncesto, en donde ciertas minorías llevan siempre una ventaja sobre otras razas, sin que nadie diga nada.

Existe una exacerbada tendencia a imponer el reclamo de igualdad constantemente y muchas veces injustamente.

Una mujer talentosa no quiere ganar por ser mujer, quiere ganar por tener talento e imagino que sucederá lo mismo en todas los demás colectivos que se consideran oprimidos o discriminados.

Nadie que tenga dignidad quiere que le dejen ganar sin merecerlo.

Un niño de 10 años cuando ve que su padre hace trampa para dejarle ganar a las cartas, se ofende, porque existe en la ventaja y en la concesión una desvalorización implícita.

Jugar con ventaja es la confirmación de una irreversible desigualdad.

Y no duele tanto asumir la desigualdad como su condición de irreversible.

Al niño no le duele tanto perder, como que su padre crea que nunca podrá ganarle.

La igualdad se ha puesto de moda y la opinión pública condena a cualquiera que ose rebatirla en cualquier aspecto, pero yo me atrevo a decir, que no siempre la igualdad es deseable, ni resulta beneficiosa.

La igualación de las condiciones es la base de toda Democracia, pero no garantiza la igualdad.

Y no toda igualdad beneficia a la Democracia.

JR