“Ética y Estrategia”

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En el mundo posmoderno la empresa ha dejado de ser esa entidad, en donde se trataba sólo de obtener beneficios y de distribuir dividendos entre los accionistas, para convertirse en un ente que aspira a contribuir con el bien común; sea éste humanitario, científico, cultural o ecológico.

La desaparición de aquella antigua moral religiosa del sacrificio y de bordes estrictos y de aquel “dar hasta que duela”, ha sido superada y suplantada por una nueva moral («dar mientras consumo”, “dar mientras disfruto”), que no trata de una caridad dolorosa impuesta desde el exterior, sino que nos insufla una conciencia de responsabilidad moldeable, individualista e indolora; más acorde a los nuevos tiempos. 

Ante la aparición de un consumidor responsable, hiperinformado y que posee una amplitud inmensa de productos similares entre los cuales elegir, la empresa debe ahora diferenciarse del resto, no sólo en calidad, imagen, precio, comunicación, innovación y diversidad de producto; sino también éticamente.

En las escuelas de negocios, desde hace años se viene formando a profesionales en una conciencia ética y en la capacidad para diseñar nuevas estrategias que enamoren al consumidor y rentabilicen a la empresa. 

El neoconsumidor busca ahora ser moralmente superior y mostrar con su consumo, algo más que la mera satisfacción de una necesidad. Hoy el producto le define y le expone como persona responsable y comprometida.

El consumo busca ahora una filosofía que lo eleve por encima del mero acto de consumir. Uno ya no consume, sino que apoya una causa.

Hoy se invierte en el corazón y cada empresa busca su alma. ¿Qué es lo que la mueve? ¿En qué invierte? ¿En qué cree? ¿Cuáles son sus valores?  Son algunas de las preguntas que se hace el neoconsumidor antes de elegirlas.

En este rediseño moral de la empresa se han involucrado los filósofos y los coaches como instructores del staff y a modo de evangelizadores New age, van moldeando al personal acorde a la nueva ética empresarial elegida por la marca.

De esta re programación no se libran ni siquiera los altos directivos, que son reeducados conforme a los nuevos valores e instruidos también, en los nuevos comportamientos que exige esta nueva era ética empresarial. 

Para buscar su alma, cada empresa elige un mecenazgo a conciencia y acorde con su imagen y procura que su generosidad esté siempre a la vista y bien comunicada.

La solidaridad ética es un negocio win- win, (en donde todos ganan) y aporta en estos tiempos, muchos más beneficios que cualquier otra campaña publicitaria tradicional.

Un sistema ético y publicitario denominado “caridad espectáculo” se ha difundido también entre actores, periodistas, artistas, deportistas y políticos, que hoy recurren a una vistosa solidaridad, como estrategia para ganarse la simpatía y el corazón del público y vender su producto. ( imagen, película, perfume, obra de teatro etc)

Pero también existe el espectáculo con fines caritativos, que pone a la causa en primer plano y éste resulta ser el escaparate perfecto para venderse, pero sin hablar de sí mismo o del producto, sino guardando un disimulado segundo plano, ya que a menor ostentación, mayor parece ser el impacto que produce esta estrategia.

Si bien es cierto que las empresas colaboran hoy como nunca antes en labores humanitarias y sociales, impulsando la investigación científica y protegiendo el medio ambiente, no debemos olvidar que estas responsabilidades le corresponden a los estados, con el dinero público recaudado de los impuestos; pero ante la falta de responsabilidad política, son las empresas las que toman ahora las riendas.

No es casual que el votante civilizado sea cada vez más propenso a confiar más en empresarios que en políticos.

El mundo va cambiando y va despertando también nuevas formas de conciencia y nos alerta sobre las ventajas que éstas nuevas caridades publicitarias nos aportan a corto y a largo plazo.

A aquellos que vaticinaban destinos catastróficos para esta sociedad insaciable de consumo, debo decirles que la sociedad nunca antes en la historia habia sido tan responsable sobre su papel en el planeta.

El consumo, lejos de destruir la conciencia, la ha creado.

Y las empresas; estigmatizadas como los monstruos del capitalismo; son quienes la alimentan y la financian. 

Hoy business ya no es sólo business. Hoy el business es ético y la ética también es business, porque ser éticos nos compensa a todos y además, paga buenos dividendos.

JR

“Existencia a la Carta”

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De niño lo que más me impactaba era la multiplicidad de opciones que ofrecían los menús de los restaurantes.

Nosotros vivíamos en un entorno rígido, de normas sociales estructuradas, que a la vez moldeaban el pensamiento y las preferencias, acotando los espacios en donde elegir.

Las opciones por aquel entonces eran pocas y las conocidas por todos, pero el menú del restaurante con sus 10 páginas llenas de platos, eran para mí un deleite en donde se nos permitía ocasionalmente, saborear las delicias de la libertad y elegir ese día lo que íbamos a comer.

Hoy sin embargo, prefiero los menús escuetos de pocos platos, porque el exceso de posibilidades me agota.

Y el mismo agobio que me provocan los menús con demasiadas opciones, lo siento también con la televisión; aquella oferta inmensa que hace sólo unas décadas me emocionaba, hoy me satura y siento que este exceso de posibilidades es quien me ha devuelto a la lectura.

Cuando llevo a mis hijos a comer fuera  intento obligarles a pedir todo lo que nunca cocinamos en casa, impulsándoles a probar cosas nuevas y deseando que ellos también aprovechen esa libertad, de la misma forma en que lo hacía yo. Pero he comprendido que es inútil intentar que alguien que no ha conocido su falta, la valore como uno.

Mis hijos, acostumbrados a esta nueva sociedad psicologizada, en donde todo se les consulta y se debate, condenan cualquier signo de autoridad como a un ultraje a su derecho de ser libres.

Sin duda el derecho fundamental que nos ha ofrecido la Democracia es el derecho al cambio y a la diversidad de pensamiento y de opciones.

La Democracia ha terminado con aquellos sistemas autoritarios y disciplinarios que  imponían rigidez tanto en lo social, como en lo económico o en lo político y hoy todo está sujeto a la opción, a la opinión y al cambio.

En estas últimas décadas al individuo se le ha abierto un horizonte que hasta entonces le era desconocido; un ámbito móvil que le autoriza al libre deslizamiento de un lado hacia otro, en todos los aspectos de su vida.

Nadie está ya aprisionado a un ámbito físico, social o económico definitivo, ni condenado a permanecer siendo pobre, inculto, o a pasar socialmente inadvertido, porque hoy el individuo tiene posibilidades de cambiar su realidad privada, social o económica si lo desea y si está dispuesto a hacerlo.

Esta democratización del mundo se ha ido colando en todos los ámbitos y uno puede hoy ser quien desee ser y diseñar su propia vida a la carta.

La sociedad disciplinaria, en donde los sistemas morales establecían el comportamiento de los individuos se ha remplazado por una sociedad psicológica y permisiva, abierta a todo y enemiga de toda censura; en donde todo es viable y todas las opciones están siempre disponibles.

Pero pareciera que nuestra sociedad actual no se limitara ya a ofrecer una multiplicidad de opciones y a diversificar la tolerancia, sino que nos incita y nos impone el cambio, como única forma de existencia libre.

La quietud y la inmovilidad son hoy sinónimos de falta de libertad, aún aunque las elijas, porque existe un mandato tácito hacia el cambio que hoy en día, lejos de representar la posibilidad y disponibilidad de opciones, se ha convertido en una obligación.

Las nuevas ideologías sostienen que uno ya no está definido ni siquiera por la propia naturaleza y que la libertad de elegir, no excluye ni siquiera a la realidad de ser un hombre o ser una mujer.

A los niños se les enseña desde muy pequeños un panorama de “vida a la carta” en la que se les ofrece todas las opciones disponibles, pero mucho antes de que aparezca en ellos la necesidad de buscar esas opciones.

Si bien la libertad en dosis adecuadas resulta estimulante para los niños, en dosis extremas sin embargo, puede provocar mucho desconcierto, porque para poder manejar la libertad, uno necesita conocer primero sus propios bordes.

Existe actualmente una nueva dictadura de la libertad, que no deja el espacio necesario para esta auto delimitación personal, ni para el crecimiento, ni para la maduración.

Cuando pienso en esta sobredosis de libertad desde edades tan tempranas, me invade una sensación de vértigo y de vacío y me imagino flotando en el espacio, en un entorno totalmente ilimitado y abierto, en donde me encuentro igual de impotente que un esclavo y ansío desesperadamente encontrar algo fijo a lo que ceñirme; algo que me contenga y me limite.

¿Será así como se sienten estos niños?

Y es en esas pesadillas de libertad, en donde los límites dejan de parecerse a una privación de opciones, para ser en cambio, lo que nos salva.

JR

 

 

 

“La cultura del Bienestar”

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Todo aquello que se acelera va incursionando inevitablemente en otros mundos. Uno avanza y a medida que avanza, va descubriendo espacios nuevos que anhela conquistar.

El impulso imperante de auto superación ya no se limita al ámbito de lo profesional y de lo material, sino que poco a poco, va avanzando también hacia el mundo de las sensaciones. Uno debe ahora además de progresar, sentirse bien. 

El superhombre ya no desea solamente superarse con el fin de alcanzar un éxito que le permita el acceso a las cosas y a una reputación, sino que ahora además va más allá y anhela conseguir un bienestar, al que aspira llegar con el mismo tipo de esfuerzo.

Toda auto superación va ligada inevitablemente a una sobrexigencia, que por supuesto supone un sufrimiento y un cansancio, porque todo aquello que se fuerza, duele; como duelen las piernas después de una clase de gimnasia.

Pero la cultura del bienestar irrumpe y nos impone a las sensaciones placenteras como objetivo, mentalizándonos en que cada acción debe de estar unida siempre a una sensación de placer que la valide. “Si no lo gozas, no sirve”.

El trabajo, aquella actividad forzosa a la que estamos obligados, corre entonces un grave peligro, porque inevitablemente en cada ocupación existen siempre sensaciones desagradables.

Y por muy maravilloso que se pinte a un trabajo, todo trabajo tiene también su parte pesada, su esfuerzo y su lado oscuro, simplemente porque esa es la cualidad intrínseca del trabajo.

Por lo cual, esta nueva imposición de estar siempre felices y de sentirnos siempre bien, genera un cortocircuito en todo ser humano trabajador y sobre todo en las nuevas generaciones, que aún no conocen el trabajo y que esperan de él una sensación de bienestar continuada y prometida, que por supuesto no encontrarán al 100 por cien jamás, en ninguna ocupación. 

Esta tendencia hedonista que considera al placer como objetivo último se propaga por todos lados.

Existe un mercado emergente focalizado en las sensaciones que conquista todos los ámbitos.

Los placeres 360 grados triunfan a la vez que confunden y provocan sensaciones contradictorias en los individuos que no las alcanzan, y que dudan, de si el problema son ellos o es el trabajo que tienen.

La atención del mercado ya no está puesta en la utilidad del producto, sino en las sensaciones que éste provoca y el ambiente placentero en el cual se lo presenta. Hoy parece importar más el packaging, la decoración y el perfume ambiental de la tienda, que la utilidad del producto que vas a comprar.

Se motiva al consumo, ya no por la necesidad del objeto, sino por las sensaciones placenteras que produce el consumir o » la experiencia del consumo».

_“Lo importante es que te sientas bien” _ parece ser la consigna primera en estos tiempos para todo. El esfuerzo y el sacrificio son hoy mala palabra.

En esta búsqueda prioritaria por “sentirse bien” parecen ya no importar las consecuencias que produzca este comportamiento hedonista e irresponsable, en una sociedad cada vez más enfocada en el sí mismo y en la búsqueda de la sensación como norma; una sociedad habituada al dopaje en todas sus variantes, como recurso para poder encajar dentro de esta tendencia, que sólo admite al placer.

Quedando vedadas, todas las demás sensaciones del abanico sensorial contemporáneo. 

Esta búsqueda frenética por el placer 360 grados no está acotada únicamente a una juventud ávida de experiencias, sino que ya no tiene límite de edad y nos ha acostumbrado cada vez más, a la proliferación de hogares rotos; porque para quien busca un placer siempre renovado, una relación estable o una familia resultan ser un impedimento. 

Sin embargo, la imposición de la cultura del bienestar es más dañina en aquellas sociedades en las que no se han alcanzado niveles de progreso adecuados, porque esta consigna del placer como objetivo último, aumenta la sensación de precariedad, de sufrimiento, de desigualdad y de resentimiento en poblaciones carenciadas.

Desgraciadamente, se ha malinterpretado al bienestar y se lo ha establecido como a un derecho universal, en vez de entenderlo como al resultado del desbordamiento de la abundancia.

La abundancia que produce el trabajo y su forma de administrarse, es lo que crea el bienestar y no al revés. Y pretender un bienestar sin hipertrabajo, resulta ser un objetivo altamente perjudicial para cualquier sociedad. 

La abundancia es el resultado natural de una sociedad hiperproductiva que enfocada en el trabajo, deja como consecuencia y como opción, la posibilidad de un bienestar.

Irónicamente el superhombre productivo es quien menos se permite estos lujos, porque generalmente suele dedicar toda su energía al trabajo y cuando se decide a «estar bien» suele encarar esta nueva opción de bienestar como a un nuevo target, al que persigue con el mismo ahínco que dedicaba antes al trabajo.

Se vuelca entonces a los deportes, a los viajes y al ocio en general, con el mismo fanatismo con el que se dedica al trabajo.

Muchos otros, creen que la cultura del bienestar es la posibilidad de vivir sin trabajar y exigen este pseudoderecho que creen que les corresponde, para gozar de este imaginario estado, sin percatarse de que en exceso, éste enmascara una sensación latente de inutilidad y de total dependencia.

Sin embargo, los más sensatos, viven al trabajo con esfuerzo y sacrificio y con la aceptación de sus inevitables luces y sombras, entendiendo al bienestar como a la oportunidad que el trabajo otorga para la desaceleración en todas sus formas.

JR