Todo aquello que se acelera va incursionando inevitablemente en otros mundos. Uno avanza y a medida que avanza, va descubriendo espacios nuevos que anhela conquistar.
El impulso imperante de auto superación ya no se limita al ámbito de lo profesional y de lo material, sino que poco a poco, va avanzando también hacia el mundo de las sensaciones. Uno debe ahora además de progresar, sentirse bien.
El superhombre ya no desea solamente superarse con el fin de alcanzar un éxito que le permita el acceso a las cosas y a una reputación, sino que ahora además va más allá y anhela conseguir un bienestar, al que aspira llegar con el mismo tipo de esfuerzo.
Toda auto superación va ligada inevitablemente a una sobrexigencia, que por supuesto supone un sufrimiento y un cansancio, porque todo aquello que se fuerza, duele; como duelen las piernas después de una clase de gimnasia.
Pero la cultura del bienestar irrumpe y nos impone a las sensaciones placenteras como objetivo, mentalizándonos en que cada acción debe de estar unida siempre a una sensación de placer que la valide. “Si no lo gozas, no sirve”.
El trabajo, aquella actividad forzosa a la que estamos obligados, corre entonces un grave peligro, porque inevitablemente en cada ocupación existen siempre sensaciones desagradables.
Y por muy maravilloso que se pinte a un trabajo, todo trabajo tiene también su parte pesada, su esfuerzo y su lado oscuro, simplemente porque esa es la cualidad intrínseca del trabajo.
Por lo cual, esta nueva imposición de estar siempre felices y de sentirnos siempre bien, genera un cortocircuito en todo ser humano trabajador y sobre todo en las nuevas generaciones, que aún no conocen el trabajo y que esperan de él una sensación de bienestar continuada y prometida, que por supuesto no encontrarán al 100 por cien jamás, en ninguna ocupación.
Esta tendencia hedonista que considera al placer como objetivo último se propaga por todos lados.
Existe un mercado emergente focalizado en las sensaciones que conquista todos los ámbitos.
Los placeres 360 grados triunfan a la vez que confunden y provocan sensaciones contradictorias en los individuos que no las alcanzan, y que dudan, de si el problema son ellos o es el trabajo que tienen.
La atención del mercado ya no está puesta en la utilidad del producto, sino en las sensaciones que éste provoca y el ambiente placentero en el cual se lo presenta. Hoy parece importar más el packaging, la decoración y el perfume ambiental de la tienda, que la utilidad del producto que vas a comprar.
Se motiva al consumo, ya no por la necesidad del objeto, sino por las sensaciones placenteras que produce el consumir o » la experiencia del consumo».
_“Lo importante es que te sientas bien” _ parece ser la consigna primera en estos tiempos para todo. El esfuerzo y el sacrificio son hoy mala palabra.
En esta búsqueda prioritaria por “sentirse bien” parecen ya no importar las consecuencias que produzca este comportamiento hedonista e irresponsable, en una sociedad cada vez más enfocada en el sí mismo y en la búsqueda de la sensación como norma; una sociedad habituada al dopaje en todas sus variantes, como recurso para poder encajar dentro de esta tendencia, que sólo admite al placer.
Quedando vedadas, todas las demás sensaciones del abanico sensorial contemporáneo.
Esta búsqueda frenética por el placer 360 grados no está acotada únicamente a una juventud ávida de experiencias, sino que ya no tiene límite de edad y nos ha acostumbrado cada vez más, a la proliferación de hogares rotos; porque para quien busca un placer siempre renovado, una relación estable o una familia resultan ser un impedimento.
Sin embargo, la imposición de la cultura del bienestar es más dañina en aquellas sociedades en las que no se han alcanzado niveles de progreso adecuados, porque esta consigna del placer como objetivo último, aumenta la sensación de precariedad, de sufrimiento, de desigualdad y de resentimiento en poblaciones carenciadas.
Desgraciadamente, se ha malinterpretado al bienestar y se lo ha establecido como a un derecho universal, en vez de entenderlo como al resultado del desbordamiento de la abundancia.
La abundancia que produce el trabajo y su forma de administrarse, es lo que crea el bienestar y no al revés. Y pretender un bienestar sin hipertrabajo, resulta ser un objetivo altamente perjudicial para cualquier sociedad.
La abundancia es el resultado natural de una sociedad hiperproductiva que enfocada en el trabajo, deja como consecuencia y como opción, la posibilidad de un bienestar.
Irónicamente el superhombre productivo es quien menos se permite estos lujos, porque generalmente suele dedicar toda su energía al trabajo y cuando se decide a «estar bien» suele encarar esta nueva opción de bienestar como a un nuevo target, al que persigue con el mismo ahínco que dedicaba antes al trabajo.
Se vuelca entonces a los deportes, a los viajes y al ocio en general, con el mismo fanatismo con el que se dedica al trabajo.
Muchos otros, creen que la cultura del bienestar es la posibilidad de vivir sin trabajar y exigen este pseudoderecho que creen que les corresponde, para gozar de este imaginario estado, sin percatarse de que en exceso, éste enmascara una sensación latente de inutilidad y de total dependencia.
Sin embargo, los más sensatos, viven al trabajo con esfuerzo y sacrificio y con la aceptación de sus inevitables luces y sombras, entendiendo al bienestar como a la oportunidad que el trabajo otorga para la desaceleración en todas sus formas.
JR