La sociedad va avanzando espasmodicamente y como es nuestra costumbre, lo nuevo siempre nos deslumbra y nos arrastra.
Lo triste es que con la incorporación de lo nuevo, comenzamos a perder aquello viejo que también era valioso; por lo cual, en realidad no avanzamos nunca.
Se pierde por un lado, lo que se gana por otro y estas mudanzas, no constituyen en realidad verdaderos mejoramientos.
La sociedad se enriquece con las nuevas tecnologías, se agiliza el trabajo y se acortan las distancias, pero a su vez, vamos perdiendo capacidades sociales, tiempo de reflexión, memoria y esa creatividad que radicaba en todo lo esencial o primitivo.
El nuevo abanico de entretenimiento se considera ahora casi como el único espacio creativo.
Pero el entretenimiento como concepto, es el espacio que existe entre dos acciones.
Entre hacer y hacer uno se entretiene. ¿Pero dónde empieza y termina el hacer, en un mundo que está permanentemente entreteniéndose?
Las nuevas generaciones ya no ven el valor, ni encuentran el tiempo para los encuentros físicos, fuera del espacio virtual del entretenimiento.
(Nos vemos en la play, en WhatsApp, en snapchat, en instagram, en Tiktok).
Conozco jóvenes que evitan a conciencia el espacio físico y a toda costa, porque les cuesta la expresión oral y ni que hablar de la escrita, si no disponen de un teclado con emoticonos.
Y es que vamos enriqueciéndonos con artes nuevas, pero perdiendo a la vez nuestros antiguos instintos.
Es triste recorrer pueblos con ancestrales tradiciones que no tienen ya quien las continúe ni las preserve. A nadie le interesa el queso que hacían los abuelos, ni las plantas medicinales indígenas que curaron a tantas civilizaciones.
Las personas mueren y junto con ellas, muere toda esa experiencia y sabiduría.
Las nuevas generaciones están demasiado entretenidas para poder ocuparse de nada más.
Tuve un jardinero hace unos años que me enseñó todo sobre las plantas de mi jardín. Yo sabia que no estaría conmigo toda la vida y necesitaba aprenderlo todo, para cuando él ya no estuviera.
Trabajábamos codo a codo cada día que venía. Aprendí a sembrar, a podar cada planta, cada árbol, a pasar la sopladora, la cortadora, a resembrar y a fumigar los frutales.
«Usted robarme trabajo» me decía entre risas, mientras compartíamos tardes de instrucción, anécdotas, guantes, palas, bolsas de tierra y macetas con flores.
Hoy el ya no está conmigo, pero conozco mi jardín y sé llevarlo bien.
Cuando trabajo en él, suelo llamar a mis hijos para enseñarles, pero ellos están siempre demasiado ocupados con el entretenimiento digital y dando likes a las causas de Greta Thunberg.
Y entonces pienso …»cuando yo ya no esté, ¿qué será de mi jardín?»
Hay en la novedad millones de posibilidades y oportunidades maravillosas, pero hay en lo sencillo; milagro, fortaleza y tesoro.
No hay que olvidar que Colón encontró el nuevo mundo navegando en una carabela y Galileo con una lupa descubrió más que cualquier otro, con mucha más tecnología años después.
El hombre tecnológico gana en efectividad y rapidez lo que va perdiendo en memoria, en reflexión, en atención, en perseverancia, en silencio, en instinto y en fortaleza.
Existe en lo esencial un secreto que se desvela sólo a quien está dispuesto a escuchar y a volver de tanto en tanto, a las raíces.
JR