Uno corrige cuando se ha equivocado y podríamos definir a la acción de corregir con la de deshacer aquello que estaba hecho porque se le considera erróneo, falso, incompleto, injusto o hiriente.
Muchas son las correcciones a las que esta época nos impulsa y existe a mi parecer, un despertar de la sensibilidad, que a veces resulta ser bastante extremo y partidista.
La corrección política se ha impuesto como norma diplomática vital del existir.
Uno ya no puede ir por el mundo diciendo lo que piensa y no basta ya con disimular, como hacíamos hasta ahora.
Desde pequeños se nos enseñaba que decir la verdad podía ser en ocasiones ofensivo y entonces, uno aprendía a callarse ciertas cosas, en pos de una buena convivencia.
Pero ahora vamos un paso más allá. Ahora no sólo se deben callar verdades evitables en pos de una vida civilizada, sino que debemos empeñarnos en hacer que lo falso sea verdad.
De niños observábamos a nuestra madre ser simpática con aquella vecina a la que odiaba y uno aprendía con el ejemplo sobre corrección política; o en otras palabras, aprendía a ser un falso.
Hoy sin embargo, hemos ido más allá, ahora los niños nos observan aclamar a viva voz las virtudes y hazañas inexistentes de la vecina a la que odiamos.
Ya no se promueve el disimulo diplomático y la corrección política, sino la mentira descarada y su propagación indiscriminada.
Igual que el agua caliente, todo tiene sus grados. Una cosa es un disimulo en aras de una buena convivencia y otra, la instauración de la hipocresía como norma absoluta.
Mi bisabuela que era una persona extremadamente positiva y educada, insistía en ponderar siempre a todo el mundo.
Una tarde charlaba con el verdulero del barrio; el pobre era feo y tenía un solo diente. Pero mi abuela que era tan educada, le decía con toda su buena intención:»¡Ese diente que tiene señor Mario, qué bonito es!»
Por supuesto que debería existir un límite, entre la educación extrema, la falta de educación y la hipocresía radical, pero aunque parezca mentira, ese límite no es tan fácil de encontrar. Y menos ahora, en donde todos se ofenden por cualquier cosa.
En estos años hemos aprendido que ofenderse es un negocio. El que se ofende gana siempre y el que dice la verdad es quien debe pedir perdón.
Hoy tenemos correcciones hasta en la Historia. Si no nos gusta, puede cambiarse, derrumbarse o quitarse de los libros, en aras de no herir ninguna sensibilidad que esté a flor de piel.
Todos sabemos que la historia de la humanidad fue un asco; pero lo que sucede, es que la vida antiguamente también era un asco.
¡Uno sólo piensa en volver a 1990 a vivir sin wiffi y se quiere morir!
¡Imaginad entonces, lo que sería la Edad Media, el Imperio Romano, el Renacimiento, la primera y Segunda Guerra Mundial! ¡Toda vuelta atrás sería un verdadero castigo!
Pero que algo no te guste, no significa que no haya existido.
La historia de la humanidad es la que es; violenta, olorosa, contaminante, carnívora, sanguinaria, injusta, bélica y cruenta. Lo importante es conocerla, aprender y tirar para adelante.
Porque seguir mirando hacia atrás y cultivar odios ancestrales, no ayuda, ni cambia nada.
Aunque no vamos a negar que los políticos saben que desenterrar odios, hace campaña y da muchos votos.
Otro rasgo peculiar de la relación de nuestra época con la Historia es el complejo.
Hoy la población blanca se ha asumido como culpable de todas las desgracias del mundo. Y lo hemos hecho a conciencia y con buena voluntad.
Poco a poco, se nos ha ido responsabilizando de cosas que no hemos presenciado más que en Netflix o en los libros de historia. Pero como debemos disculparnos de alguna forma por todo, nos vemos obligados a corregir.
La compañía de aviación escandinava SAS hizo pública una publicidad en la que intentaba promocionar sus destinos en Escandinavia, pero que escandalizó a los escandinavos.
En la publicidad se informaba que en Escandinavia no había en realidad nada que fuera realmente escandinavo. Todas aquellas cosas por las que uno viajaba para conocer el país, eran en realidad extranjeras.
Ni la repostería, ni las sillas, ni las albóndigas y hasta los vikingos, parece que tampoco eran los rubios que pensábamos que eran.
¿Qué diría Ragnar Lothbrock de tanta corrección histórica?
Yo tenía ganas de ir este verano hacia el norte, pero después del anuncio de SAS, creo que al final me saldrá más barato pasarme una tarde por Ikea.
Se advierte claramente una intención conciliadora e integradora en el comercial, pero…¿hace falta? ¿y en qué medida?
¿Vamos a tener que modificar nuestra historia para no herir a nadie y para que incluya forzosa y falsamente a todos?
¿Vamos a tener que renunciar a nuestra cultura, a nuestra identidad, para que nadie se ofenda? ¿O con permitir la expropiación cultural será suficiente? ¿Adónde está el límite? ¿Habrá un límite?
Hoy enseñar Historia o Filosofía es un riesgo que no todos están dispuestos a correr. Demandas, protestas, manifestaciones fuera de clase, son el pan de cada día. Hay que enseñar con mucho cuidado porque hoy, todo hiere a todo el mundo.
Hasta Sócrates y Platón están siempre en el banquillo de los acusados en las universidades americanas, por avalar la existencia de esclavos en el siglo V a.c.
¡Cuidado! porque todo lo que digas ha de ser utilizado en tu contra siglos después, y mirado a través de una lente posmoderna ecoliberal.
Por eso recomiendo siempre a todos aquellos que tengan asistencia doméstica o profesional de cualquier tipo, a que actúen y se deshagan de ella, antes de que sea demasiado tarde y evitar que sus tataranietos escupan en sus tumbas.
En Ciencias en cambio, todo parece ser mucho mas tolerante. Aunque yo siempre consideré a los números primos como súper racistas.
¿Por qué el 4 es discriminado y no puede ser un número primo? ¿Con qué derecho? ¿Y por qué los números llevan el artículo masculino?
Tiempo al tiempo compañeras y compañeros; la reivindicación llegará pronto porque no hay límites para el absurdo.
Y nosotros los arrepentidos, seguiremos eternamente culpabilizándonos, bajando la cabeza y corrigiendo.
JR