Existe en esta época una tendencia a sentirse especial. Y todos hemos aprendido poco a poco, a sentirnos especiales.
Este mal, nació con la publicidad y con el consumo. «Eres tan especial que te mereces este coche, este viaje, o esta casa». Y así la gente especial, hipotecaba su vida para vivir de acuerdo a su gran importancia.
Antiguamente, la gente se sentía corriente y no tenía tantas pretensiones, estaba contenta con la vida, con sus logros y no sentía que mereciera tanto más de lo que tenía.
El individualismo es sano en cuanto nos da autoestima, empuje y seguridad, pero en su extremo, hace que perdamos la noción de nuestra verdadera valía, colocando nuestras aspiraciones particulares muy por encima de donde deberían estar.
El individualismo extremo prioriza lo particular por sobre lo colectivo. Ya no importan las causas, sino mi beneficio particular.
Hoy las causas importan en la medida en la que beneficien mi imagen o mi cuenta bancaria.
Las causas tienden a parecerse más a una estrategia con un fin individualista, que a la disolución de lo particular en pos de un ideal más grande.
Otro problema con sentir que uno es especial es que va asociado al pensamiento de que uno merece algo, y su resultado no siempre es el trabajo acorde a ese merecimiento, sino el reproche.
Uno le reprocha a la vida no haberle dado algo, que a su parecer se merecía. Esa sensación de que la vida está en deuda con nosotros.
¿Pero quién es uno para merecer algo? Uno es una persona corriente como todas las demás. ¿Y por qué justamente yo voy a merecer algo más?
La realidad es que ninguno de nosotros es especial. Solamente aquello que hagamos con nuestra vida puede hacer que nuestras acciones sean especiales. Es lo que hacemos, no lo que somos, lo que nos hace especiales.
Uno es especial para su madre, para su abuela y para su hermano. Porque lo especial que uno pueda ser para otro, tiene que ver con el vínculo, pero no es una cuestión de naturaleza.
Lo único que nos diferencia es la acción. ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Has dejado algo bonito en el planeta, si tuvieras que marcharte hoy?
Sentirse especial no nos ha ayudado tanto como creemos, al contrario, ha generado mucho resentimiento, mucha envidia y mucha depresión. ¿Cómo es que yo que soy tan especial, no tengo esto o aquello?
Y el problema es que nos cambia el foco. El hecho de «ser» o «existir» no es lo que nos hace especiales, sino nuestra obra durante esa existencia.
Una característica de las personas que se sienten especiales por naturaleza es el desagradecimiento; que a mi parecer, es el peor de todos los defectos.
Quien se cree especial no agradece porque siente que está en su derecho a recibir.
No se sorprende, ni se asombra de lo que recibe. Lo da por hecho. Y generalmente nunca queda contento. Nada es suficiente para alguien tan especial.
Y esa falta de agradecimiento, de contento, de sorpresa y de alegría es su propia amargura.
Las personas corrientes siguen asombrándose del cariño que reciben, sin sentir que se lo merezcan. Cada cosa que reciben de la vida es una fiesta.
Muchos son los males que aquejan a esta época de confort. Pero el más dañino ha sido el sentirse tan especial. No lo somos.
Y cada cosa que recibimos, debería ser una fiesta.
JR
«El ego pregunta: ¿Por qué a mi? Y el alma responde: ¿y por qué no?