“El Intercambio”

Hace unas semanas participamos en un intercambio internacional y llegó un adolescente norteamericano a vivir a nuestra casa.

Enriquecer la cultura lo llaman algunos, y yo compré el paquete, habiendo participado también, en alguno de esos intercambios durante mi adolescencia.

Pero claro, los tiempos no son los mismos, ni tampoco lo son las juventudes.

Aquello que compramos como una experiencia en familia se convirtió desde el primer día en una única frase monotemática y recurrente: «Where is the party?» ( ¿adónde es la fiesta?).

Y así transcurrieron 10 días de fiesta en fiesta. De lunes a lunes hasta las 12 de la noche, sin excepción, salieron de fiesta esos mismos niños que venían a conocer las costumbres de la familia española.

De más está decir, que voy tachando los días para que acabe esta linda inmersión familiar y cultural, que se parece más a la feria de Abril, que a cualquier otra cosa.

Nos decían que los chicos americanos eran independientes y trabajadores y que seguramente quedaríamos impresionados. Y probablemente lo sean por narices en su país, en donde no hay seguridad social, ni universidad gratis, ni derecho al paro, ni progenitores a su total disposición; pero aquí rápidamente engrosaron la fila del subsidio, del paternalismo y del bienestar al que están tan bien acostumbrados nuestros jóvenes.

Ni un plato ni un vaso levantaron durante su estancia, ni durante la fiesta que les organizamos. Los papeles y los vasos de plástico regaban el jardín al día siguiente. ¡Ellos! que son de la generación de Greta y se disfrazan de ecologistas en toda ocasión y a quienes se les enseña desde primero de primaria a levantar pancartas y a exigir derechos.

Las mujeres de mi generación en cambio, tienen problemas de espalda y recurren al yoga y al pilates por tanto fregar, montarles fiestas y recogerles a los abolicionistas digitales, toda la ropa del suelo.

Ellos tienen manos de pianista y hay que oírles hablar de política y disertar sobre los temas más variados con una destreza asombrosa, eso sí, sin haber movido jamás un dedo.

Cuando veo a la Greta ecologista me entra la náusea de Nietzsche y me acuerdo de esa juventud tan superior que pretenden vendernos, esa que explota de emoción en internet por cualquier causa a distancia, pero luego es incapaz de ayudar a quien está cerca, en nada, porque tienen corazones verdes sí, pero de emoticono.

El día después de la fiesta y con mucho por recoger, vi aparecer con asombro a mi americano y pensé, «viene a ayudarnos al fin», pero no; se había desvelado por una emergencia (se había olvidado la noche anterior el cargador del móvil fuera).

¿Y cómo se sobrevive a un Domingo por la mañana sin cargador? Imposible para un ser con alma digital. Lo encontró y se volvió a la cama hasta las 12.

De más está decir, que el dispositivo móvil del ecologista americano era el último modelo de Apple.

«El fruto nunca cae muy lejos del árbol» dice aquella frase sabia, pero a veces, si no prestamos atención; al fruto, (que se parece cada vez más a una granada de mano) lo vamos malogrando y motivando a la incongruencia, nosotros mismos.

Hay gente que teme al poder y al dominio de los robots, yo sin embargo, tengo pavor a esta generación de justicieros cómodos y exigentes que avanza acostumbrada a la reivindicación permanente, pero sin haberse ensuciado jamás las manos.

JR

«Primum vivere deinde philosophari»

( vive antes de filosofar)

“La Enfermedad del Positivismo”

A la depresión se llega igual de rápido por el camino de la indolencia, que por el camino de la sobre-exigencia.” JR

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El positivismo es un movimiento que se sustenta en la frase “ Yes we can” ( Si, podemos). Pero esta frase corta y optimista esconde también su lado oscuro.

Todo desafío se concibe originalmente en respuesta a un impedimento o a una prohibición externa, que se rebela contra un destino impuesto desde afuera, imposibilitando el libre desarrollo del individuo.

El hombre del positivismo cambia entonces el mandato externo del “no”,  por un mandato interno del “sí “ ( yes we can). Cambiando al “no” impuesto, por un “si” que se impone a sí mismo.

A partir de este momento, ya no va a ser el afuera quien le imponga o le limite, sino que va a ser él mismo quien se auto-imponga una disciplina.

La productividad del individuo positivista siempre aumenta y a este incremento voluntario del trabajo y de la actividad en todos sus ámbitos, ya no se le llama explotación, sino «libertad», porque ésta es una explotación autoinfligida. 

Este individuo autodenominado “libre”, cuando se desliza hacia el extremo del positivismo, experimenta de forma creciente una tendencia manifiesta hacia la sensación de cansancio, de agotamiento mental, de falta de sentido, de dispersión, de aburrimiento y de fracaso, que le va llevando poco a poco a poner en duda a su motivación original del “yes we can” y a cambiarla por otra menos inclusiva: “todos pueden, menos yo”. 

El mundo del positivismo es el mundo del “nada es imposible” y frente a esta motivadora e utópica frase, (que enferma a todo aquel que se queda atrapado en su absolutismo), nace como reacción el depresivo; que frente a semejante auto-imposición del «sí» absoluto y del “todo es posible”,expresa su sensación individual de imposibilidad y de fracaso y la proyecta con el carácteristico “no”, para el cual “nada es posible”.

Muchos creemos que la depresión está en auge en el mundo rico occidental, no debido al aumento del sufrimiento externo, sino al aumento del sufrimiento interno; provocado en ocasiones por una exigencia desmedida, auto impuesta libremente desde adentro y a la que no se identifica fácilmente como a una forma de violencia.

Aquello que despista en esta falta de identificación es que nadie obliga desde fuera al individuo a poderlo todo, sino que ésta es una condena auto-impuesta, una violencia auto infligida que desencadena en depresión. 

El éxito impuesto desde afuera, al que muchos consideraban hasta ahora como al verdugo de nuestro tiempo, es en realidad, un dictador destronado.

El éxito, que es un sustantivo abstracto y que como todo aquello abstracto no puede medirse aisladamente; sólo puede contabilizarse en relación o en comparación con otra cosa.

Uno puede sentirse exitoso, dependiendo de con quien se compare y en qué aspecto se le compare.

Alguien puede ser más exitoso que otro en el aspecto económico y sin embargo, mucho menos exitoso que éste en el aspecto familiar, creativo, afectivo, cultural, intelectual o espiritual. Y es que el éxito no posee bordes delimitados ni parejos y no suele crecer siempre de una forma equilibrada.

Lo más contradictorio es que el positivismo extremo, (que ha cambiado el eje de la imposición del afuera hacia el adentro), deja ya de medir sus resultados en relación con el afuera; es decir, en comparación con el otro; porque el individuo positivista ya no compite con otro, sino únicamente consigo mismo.

El positivista crea un “ideal de sí mismo” al que denomina “proyecto de mi mismo” y lucha sin descanso por alcanzarlo, sin reparar en el abismo que en ocasiones le separa de él, ni en la posibilidad de que ese objetivo pueda ser para él, realmente inalcanzable.

Pero frente a cualquier impedimento que le sugiera una desaceleración, una revisión o un cambio de rumbo, el extremista no cede y por el contrario, no duda en aumentar el nivel de auto-agresión como método paliativo y para que le permita seguir adelante con su objetivo.

Es por por este motivo que el nuevo eje positivista, al que se percibió en un primer momento como a un movimiento «liberador», (que nos liberaba del “no”) esconde en su otro extremo, a un tipo distinto de esclavitud: la dictadura del «sí».

Pasamos de la esclavitud del «no absoluto» a la del «si absoluto» y del «nada puedes» al » lo puedes todo».

Este nuevo extremo ha generado a individuos que creyendo haber superado ya la imposición externa del «no», no logran superar jamás la del»deber ser”. Pero se han convertido ahora, en sus propios verdugos.

Estos seres están abocados a la actividad sin límites, a la ambición desmedida y al “multitasking” cotidiano y desenfrenado, tan característico del “siempre se puede un poco más” porque “nada es imposible” y «nada es suficiente”. ( filosofía en la que se tiende a educar actualmente a los niños).

Esta falta de «saciedad», que es la incapacidad de sentir que uno ha alcanzado un objetivo y parar para darse el tiempo de disfrutarlo, aumenta por el contrario y de forma destructiva la velocidad y la actividad hasta producir el “burn out” ( los quemados); esos pobres individuos que nunca logran alcanzar un reposo gratificante. Y que se queman a sí mismos, en pos de una superación nunca alcanzada.

Con la nueva obsesión colectiva del “nada es imposible” el individuo actual se auto impone una disciplina extrema en multiples aspectos y esta sobre- exigencia es la que le devuelve a la misma sensación de fracaso y de impedimento de la cual intentaba escapar en un principio, pero ahora yendo de la mano del prometedor “yes, we can”.

Y comienza a despeñarse ahora, desde la cumbre aún difusa de la auto-realización, hacia la auto-destrucción.

JR

“Conocer y aceptar nuestras limitaciones no es siempre la evidencia de un fracaso, sino la oportunidad de una liberación.” JR

«El Victimismo que da Poder»

En un mundo en el que la desigualdad es la norma, la tendencia al resentimiento sólo necesita de un pequeño empujón para incendiar al pueblo.

Los gobiernos radicales lejos de trabajar en pos del bienestar social y el progreso de los más desfavorecidos, luchan a capa y espada para sembrar odio y resentimiento en el corazón del pueblo, sometiéndole de esa manera a un tipo distinto de esclavitud.

El resentimiento es otra forma de aprisionamiento, en este caso uno acotado al plano mental y que imposibilita cualquier avance.

Es curioso cómo en esta época se enaltece al débil y se repudia cualquier demostración de fortaleza de carácter.

Si uno logra posicionarse como una víctima cuenta de antemano con ventaja por sobre cualquier otro contrincante porque despertar lástima, es hoy la máxima virtud.

El feminismo, entre otros movimientos del siglo 19, se ha vuelto a poner de moda en Europa y va de la mano de los populismos que azotan la región, pero de aquel feminismo del siglo 19; (en donde fue la demostración de la fortaleza de la mujer la que consiguió sus derechos) ya no queda nada.

Este nuevo feminismo digital insiste en el victimismo como método de triunfo.

«Cuanto más víctima seas, más conseguirás. Y si intuyes que vas perdiendo apoyos, lo mejor es recurrir a un pasado en donde tu victimismo consiga mutar radicalmente ese mal presagio.»

Hoy en día toda mujer que quiera ser popular y aclamada debe exponer públicamente algún intento de violencia  acometido contra ella en algún momento de su vida, para que el pueblo solidario y compasivo se vuelque automáticamente a modo de ola humana a demostrarle su empatía.

El mundo se ha acostumbrado a adorar sistemáticamente a las victimas y a repudiar a los fuertes y todas las figuras públicas que necesitan del apoyo popular masivo salen en a exponer sus tragedias particulares, con la intención de acrecentar su popularidad. 

«Busca bien en tu pasado y seguramente encontrarás algún episodio en donde fuiste discriminada o sufriste abusos de algún tipo»  me decía una feminista hace algún tiempo, ofreciéndome en bandeja la estrategia infalible del resentimiento; tan necesaria actualmente para ganar adeptos, adhiriendo a su causa. 

Seguramente si rebuscara bien encontraría algo para ser una víctima yo también, pero lo curioso es que nada está más lejos de mis intenciones que pertenecer a ese grupo, ni considero que la empatía esté necesariamente ligada a la pertenencia.

Mi ideal siempre ha sido la fortaleza ante el sufrimiento y la superación como opción al resentimiento, por lo cual mi entrada al club de las víctimas me estaría rotundamente denegada.

Aquel que enarbola el rencor como método de triunfo no es fuerte, ni será capaz de cambiar las condiciones de aquellos que sufren, porque tampoco ha sido capaz de cambiar las suyas propias. Lo primero que debe disolverse es el resentimiento.

La astucia de pertenecer al club de los oprimidos,que ubican al culpable siempre fuera, es el método infalible de los tiranos y enmascara la incapacidad de dar soluciones a los problemas reales de la gente. (La responsabilidad de sus desgracias siempre las tiene otro, por lo tanto las soluciones nunca están, ni estarán a su alcance) 

Ser vitima de algún abuso y exponerlo públicamente es hoy la condición indispensable para cualquier puesto de poder, tanto en la política como en el mundo del espectáculo, porque estar en el bando de los fuertes podría dar a entender que perteneces al bando de los abusones. (Cuidado! actualmente si no eres abusado, se deduce que eres uno de los abusadores, por lo cual ser una víctima es la única opción que tienes para librarte de una condena injusta).

Quien basa su fortaleza en la debilidad, promoviendo el resentimiento, expone su incapacidad de superación y alguien incapaz de superar su propia debilidad será incapaz de luchar por invertir la tuya.

Detrás de cada uno de los tiranos que han azotado a la humanidad siempre hay una historia personal de resentimiento, que más tarde se redirigió hacia una causa social o política. ( veamos por ejemplo la infancia de Fidel Castro; hijo de un magnate cubano y de su empleada doméstica)

Dar poder a los resentidos es peligroso y nos ha llevado siempre por mal camino.

Quizás porque la habilidad que requiere el verdadero poder es la de la superación constante.

JR

«La capacidad de superación es sin duda, la característica principal de un buen líder» JR

“La Generación del Bienestar”

Cuando el año lectivo vuelve a empezar dejamos atrás aquel espacio benévolo de las vacaciones, en donde el tiempo carece de obligaciones, para volver a los quehaceres trabajosos, abocados a mantener a la generación del bienestar.

Mi generación, que es la generación del trabajo; gente que a los 20 años ya trabajaba aún estudiando una carrera universitaria, no conoce estas modas de la depresión post vacacional y demás enfermedades psicológicas, hoy sin embargo, terminales en la generación del bienestar.

Porque en mi época uno se tomaba una aspirina y volvía al trabajo, sin tanto dramatismo.

Y es que nosotros, la generación del trabajo, entendíamos al bienestar como al resultado de nuestro trabajo.

La generación del bienestar en cambio, es aquella que utiliza con descaro los derechos laborales, la que alimenta la ferocidad de los sindicatos, odia a los empresarios, desconoce el funcionamiento del estado (que se mantiene gracias a los impuestos del contribuyente que es quien trabaja y cotiza, y el de las pequeñas empresas que son quienes arriesgan su capital y crean empleo).

Esta cómoda generación es adicta a la protesta, a la depresión y a las bajas laborales de todo tipo y se conocen todas las trampas para conseguir un subsidio, aún sin merecerlo.

Tienen además una creatividad nata para encontrar nuevas formas de conseguir apoyos económicos, ya sea por ecologistas, veganos, discriminados, o por pertenecer a alguno de los múltiples y variados colectivos sexuales o hasta como defensores de las gallinas abusadas sexualmente en los gallineros, procurando conseguir todo tipo de indemnizaciones por los más insospechados abusos; esos que encuentran por doquier y allí por donde van.

—Lo que sea, con tal de no trabajar jamás y seguir viviendo del cuento— dicen algunos.

Y es que tener tanto tiempo libre promueve el desarrollo de las inteligencias y también el de las gilipolleces más variadas.

La generación del bienestar se educa en la escuela pública, se sana en los hospitales públicos y sigue estudiando carreras universitarias hasta los 40 años en universidades públicas.

Algunos permanecen inalterablemente ignorantes a pesar de décadas de formación gratuita y otros, se gradúan con 2 títulos y cuatro másteres para salir luego en manada a cortar las calles porque no encuentran trabajo.

Uno de los motivos por los que esta gente «superformada» con el dinero de la generación del trabajo, no encuentra trabajo, es porque no ha trabajado nunca y fuera de lo académico, no han dado jamás un palo al agua.

Pero pretenden entrar al mercado laboral siendo jefes y cualquier otro puesto, para alguien tan formado, les queda chico.

El pequeño empresario, a quien el estado cruje a impuestos, les teme; ya que contratar a estos sujetos con «derecho a todo» menos a trabajar, le suele salir generalmente carísimo.

Lo más curioso de esta generación tan culta, tan ecologista y formada con nuestro dinero, es que desconocen el funcionamiento del estado; a quien consideran como a un grifo siempre abierto y de inagotables recursos.

Sin saber que el estado sólo existe, si hay contribuyentes que paguen impuestos con el fruto de su trabajo para crear al estado, mantener a los políticos y a todos sus acomodados y mantener un estado de bienestar cada vez más amplio; ese que prometen los políticos, para que les sigan votando aquellos que desconocen, de donde proviene el capital que crea al Estado.

«Es gratis» dicen los súper cultos titulados.

No señor, nada es gratis. Somos la generación del trabajo, quien viene financiando tu salud, tus rutas, tu transporte público, tu educación y tus múltiples subsidios.

El estado es simplemente un buen o mal administrador de todos nuestros recursos.

El bienestar era algo que la generación del trabajo ansiaba generar con el fruto de su esfuerzo y de su trabajo.

Hoy en cambio, el bienestar es para los cómodos un derecho adquirido sin trabajo.

Y el trabajo, es aquello que la generación del bienestar intenta evitar a toda costa; viviendo «gratis» eternamente con el fruto de nuestro trabajo.

Y es que señoras y señores de la generación del trabajo: con las mejores intenciones, hemos creado y criado a un monstruo.

JR

“Storytelling y Emoción”

De todos los talentos, uno generalmente admira más aquellos que no posee y en mi caso, ese es la memoria.

Admiro profundamente a aquellos que son capaces de repetir historias, contar chistes o recordar anécdotas antiguas.

Yo sin embargo, voy olvidando sistemáticamente todo lo que aprendo y lo único que recuerdo de las cosas, son las sensaciones que me dejan.

Académicamente esto es un desastre, pero psicológicamente es una bendición, ya que uno transita por la vida siempre liviano, limpio y reciclado; porque hay algunas ignorancias que protegen y que además permiten nuevas absorciones; algo escencial para la creatividad.

El arte de saber contar historias fue siempre fundamental; así se creó toda nuestra cultura y se propagaron todos nuestros saberes y nuestras religiones.

Las mejores historias siempre triunfaron y hasta las más increíblemente inverosímiles, siguen estando hoy aún vigentes.

Muchos priorizan a la sinceridad y creen que la única historia con valor es aquella que es real. Pero el problema con lo real, es que suele ser siempre muy subjetivo.

Por eso, aún en épocas en donde el «Big Bang» está comprobado, muchos siguen prefiriendo el cuento de los 7 días de la creación.

Y es que cada uno elige en qué creer, aunque le demuestren lo contrario. Porque creer es un acto voluntario.

Cada uno tiene sus autores preferidos, sus versiones particulares de las historias y de las cosas y elige cada noche los cuentos que prefiere para dormir.

Como soy plenamente consciente de que aunque me cuentes una historia, no seré capaz de repetirla una semana después, lo que más valoro; no es en realidad la veracidad de tu historia; sino lo que me hace sentir esa historia.

Y es esa sensación, lo que perdura en mí cuando tu historia me abandona.

Tuve un amigo con una mente prodigiosa, capaz de contar las historias más maravillosas y de transformar toda realidad en algo distinto. «El alquimista» lo llamé, porque sólo los magos tienen el don de hacer de lo cotidiano una fiesta.

_»No le creas las cosas que te cuenta » me decían muchos_ pero sus historias eran tan maravillosas y despertaban en mí sensaciones tan agradables, que la veracidad era lo que menos me importaba.

Creer era un placer y una elección plenamente consciente y voluntaria. Yo elegía creer para transportarme a un mundo distinto.

Porque uno quiere creer aquello que le hace sentir bien, aunque te mientan.

Quien sabe contar historias posee un gran poder y es consciente de que su relato es siempre un anzuelo; pero quien logra despertar con su historia una emoción que perdure y logra llevarte con lo puesto a un lugar distinto; ese es definitivamente un maestro.

Amamos las historias desde la época de las cavernas. No tanto por el ansia de saber, sino por la necesidad de sentir.

JR