Estudiar filosofía no te convierte en un filósofo, ni estudiar medicina te garantiza ser capaz de curar un virus, porque una cosa es la mecánica de una disciplina y otra muy distinta es la creatividad; una cosa es saberte el manual de memoria y otra muy distinta es ser capaz de crear un manual nuevo.
Con esta pandemia pasa lo mismo, se mitigan los síntomas, se atienden las urgencias con lo conocido, con aquello mismo con lo que curamos lo de siempre; pero frente a lo desconocido el manual ya no sirve o ya no basta.
Y lo mismo sucede con la organización de un estado frente a una pandemia.
No hay una única opción que sea válida para todos, sino que cada opción tiene que ir de acuerdo a la realidad de cada estado.
No es lo mismo gestionar una pandemia en Alemania que en Bolivia o en Brasil.
El mismo manual no sirve en esos casos y copiar del compañero en el examen puede no traerte los mismos resultados.
Es aquí cuando se pone en juego la creatividad y la libertad de cada uno; porque para crear hay que liberarse de lo establecido y del temor que implica innovar.
Cuando la pandemia comenzó en China, cerrar las fronteras o prohibir la entrada a los chinos en Europa o en Estados Unidos, era para el buenismo europeo una medida «racista».
Había que seguir recibiendo a los chinos en masa e incluso hacer campañas como la del alcalde de Florencia «abrace a un chino» para mostrarle al mundo lo abiertos que eran los italianos.
Una semana después, Italia se convirtió en un cementerio. Pero al menos habían demostrado que no eran racistas y eso parecía ser para algunos políticos lo más importante.
Ahora China ya pasó el virus y lo primero que hizo fue cerrar sus fronteras. Pero ellos curiosamente no son tildados de racistas, sino de precavidos.
Ahora intentan además, ser los salvadores, ellos, tan comunistas, tan crueles y genocidas con su población, los silenciadores de la mortalidad de su virus desde el principio; hoy sin embargo, parecen ser los buenos de toda esta historia.
Y es que tanto buenismo mata y no sólo mata neuronas.
Si Platón es el filósofo del mundo ideal, Aristóteles es el filósofo de la inmediatez, de lo que sucede en cada momento como viene y como es, sin divagaciones ni sueños.
Y es que Aristóteles fue un clasificador nato, un filósofo de lo útil, de la resolución de lo cotidiano.
Lo mismo pasa en el amor; está el amor platónico y está el amor aristotélico.
El platónico es un amor ideal, divino y buenista; el aristotélico en cambio, es ese amor real que se levanta todas las mañanas a hacer algo útil por ti.
El platónico es más romántico mientras que el aristotélico es más práctico y eficiente.
Todos sabemos cuan complicadas son las decisiones en tiempos de pandemia y se ve mucho amor platónico en esta cuarentena; mucho lavado de manos al estilo Poncio Pilatos; mucho ecológico deshumanizado y sin estudios y mucho filósofo de la Edad Media pronosticando castigos y profecías.
Pero es la inmediatez y su eficacia lo que nos salvará, tanto en lo sanitario como en lo económico y en lo social. Esa mirada científica que clasifica y descubre lo mejor para cada uno en cada momento.
«El objeto condiciona el método» nos diría Aristóteles, obligándonos a repensar lo pensado y a acomodar la observación a cada circunstancia y a cada realidad.
Y es que a veces, la creatividad nace rompiendo barreras para crear nuevos moldes, aunque los demás te critiquen.
Es un momento de experimentación, de trabajo, de constancia y de resistencia; tanto para el que lleva semanas encerrado en un piso de 10 metros cuadrados con niños pequeños, como para los profesionales de todos los ámbitos.
Necesitamos encontrar, no aquello que funcione bajo condiciones ideales, sino aquello que funcione bajo condiciones reales.
Y en la política necesitamos menos divagues y amores platónicos y muchos mas eficaces Aristóteles.
JR