“La Hipocresía en tiempos de Pandemia”

Lo único que nos salva en estos tiempos de encierro a los ciudadanos es el humor.

La gente se cura riéndose de sus propias desgracias y de su propia ridiculez en tiempos de desgracia y no hay nada que enferme más que la seriedad.

Abundan también las cadenas solidarias y los mensajes empalagosos que intentan convencernos de que el Corona nos trae la oportunidad de amar, de unir y de volver a plantearnos el sentido de la vida.

Particularmente, no he sufrido ningún tipo de transformación mística, quizás porque siempre he hecho lo que tenía que hacer aunque me costara, y no he llevado una vida que me convoque a grandes arrepentimientos, ni a cambios de rumbo urgentes.

Y para ser totalmente sincero, si salgo vivo del Corona, volveré a ser el mismo de siempre.

Sobre la oportunidad de amar al prójimo que plantean algunos en épocas de pandemia, tampoco estoy demasiado convencido.

En épocas de pandemia la gente se aísla, teme por su propia vida y la vida de quienes tiene a su cargo y evita todo contacto con alguien más, a menos que su trabajo esté en juego.

Si eres médico, enfermero, policía, farmacéutico o cajero de un supermercado, no te queda otra opción que estar allí, poner el cuerpo con la equipacion adecuada y darlo todo; pero la solidaridad para el resto de los ciudadanos, existe únicamente a golpe de WhatsApp.

En tiempos de pandemia todos nos amamos a distancia y móvil de por medio. La caridad tiene ahora unos límites de un metro bien definido. Y el confinamiento obligado, nos proporciona la excusa perfecta para no mover un dedo por nadie.

Y aunque los políticos intenten convencernos de que esto es una guerra, el comportamiento en tiempos de pandemia no es igual al de la guerra.

El ser humano se vuelve muy mezquino en épocas de pandemia, aunque se empeñe en hacer creer a todos lo contrario.

En la guerra, el individuo pone el cuerpo, en la pandemia lo esconde.

La guerra nos obliga a ser valientes, mientras que la pandemia nos permite seguir siendo unos cobardes.

Hay pocos generosos y entregados y generalmente, son aquellas personas que menos apegadas están a la vida.

Otra contradicción en los tiempos de pandemia es la poca empatía social de los que se autodenominaban socialistas y humanitarios y la poca fe de aquellos que se creían hombres de fe.

Todos aquellos que juraban creer en una vida mejor después de la muerte, hoy curiosamente no parecen estar ni tan entregados, ni tan convencidos de sus creencias.

Están igual de desesperados que los ateos, que sostienen que después de esto no hay nada más.

La fe no es rezar para que pase lo que tú quieres, la fe es entregarse a que pase lo que tenga que pasar.

Y es por eso, que el terror a la muerte de la gente religiosa nos alerta sobre su falta de fe y de religiosidad, así como la falta de solidaridad, deja al descubierto a los falsos socialistas y a los feministas millenials del cambio climático.

Un hombre de fe es un hombre tranquilo; aún en tiempos de pandemia. Y un hombre digno es un hombre coherente.

Otro agradable entretenimiento en este encierro son las cadenas de los alegres ecologistas, que disfrutan de las aguas cristalinas de Venecia, ahora llenas de cisnes y de patos, las calles vacías de Roma, la reducción del smog en ciudades como Madrid, que ahora brilla con cielos azules, pero que nos han costado ya más de mil muertos.

Es curioso ver a esta gente tan eco-sensible disfrutar de tanta pureza a costa del reciclaje humano y del derrumbe de las economías. Que todo estará más limpio cuando estemos todos muertos, eso es seguro.

Y volverán los cisnes y las aguas transparentes, las ballenas y los glaciares para el deleite de Greta Thunberg y de los sensibles millenials.

Hay que cuidarse de lo que uno desea con tanto fanatismo, porque a veces, se hace realidad y hasta resulta que con viento a favor, no se mueren sólo los viejos.

El encierro cuesta al principio, pero poco a poco, uno va acostumbrándose a él cada vez más.

Durante las primeras semanas nos pica todo el cuerpo, pero en las semanas siguientes, uno se deja de rascar.

Después de todo, antes del encierro también vivíamos cada uno en nuestro mundo virtual, el encierro exterior no es tan distinto a nuestro ser interior, ni al confinamiento digital en el que habitamos habitualmente.

Seguramente las semanas siguientes a la liberación, valoraremos volver a andar por la calle, circular libremente o ir al trabajo; pero mucho me temo que seguiremos distanciados del otro, tocaremos menos, estockearemos más y olvidaremos pronto.

La humanidad se repone a todo, sigue adelante y resetea, pero el distanciamiento, la frivolidad, la estupidez y la desconfianza seguirán creciendo, por mucha cadena sentimental que enviemos por WhatsApp.

JR

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