Quienes han vivido en estos últimos 40 años han conocido un mundo que no volverá a ser igual.
Estos individuos se han criado en un mundo analógico que vio nacer a un mundo digital; y estas personas hoy pueden relatar la experiencia de una infancia muy distinta a la actual y tener la sensación de ser muy viejos, sin serlo.
Lo que da la sensación de ser viejo, no es la edad, sino las experiencias distintas vividas. Quien ha vivido vidas diferentes a las que habita actualmente siente la sensación de haber vivido más.
En cambio, quien ha vivido siempre lo mismo, no madura, aunque se vuelva físicamente viejo.
Las vidas monocromáticas no dan perspectiva ni profundidad, sino que se estancan en la frivolidad de «lo mismo de siempre» que detiene la mirada y genera enfermedades propias del aburrimiento; como son la depresión, la obesidad y demás trastornos alimenticios, la obsesión por la belleza, la imagen, la salud, los viajes, los bienes materiales, el éxito, el sexo y demás obsesiones que generan motivos superficiales de demencia.
La demencia de la post guerra era el resultado de experiencias traumáticas vividas, mientras que la demencia actual es generalmente el resultado de la frivolidad y del aburrimiento en el que se vive. Los tiempos demasiado cómodos generan personas enfermas de falta de un sentido profundo de la vida.
Hemos comprobado que en épocas de paz, de estabilidad y de Democracia son otras las enfermedades que prosperan y se caracterizan generalmente, por la inconformidad permanente y por la falta de voluntad para la superación; tanto de lo cotidiano, como de lo inevitable.
Esta es la época de la «asistencia» en donde el individuo necesita ayuda para todo.
Es una época marcada por la medicación y por los «coaches»y ha criado a individuos incapaces de bastarse por sí mismos en casi nada.
Somos una población de gente dependiente y deprimida, pero que justifica su incapacidad de bastarse solo con la «necesidad social», una que desde afuera se observa como una carencia profunda de voluntad y de fortaleza.
La culpa suele estar puesta en el otro o en el entorno social que nos rodea, evitando así la responsabilidad personal y la superación individual.
La gente no puede hoy en día ni hacer gimnasia sin alguien que le venga a buscar a su casa y lo saque a pasear como si fuera un perro.
Y esto que nos resulta tan moderno y normal, es un síntoma de ausencia de voluntad y de falta de autonomía muy grave.
Quien tiene todo, sin haber conocido el no tenerlo, suele sentir que siempre le falta algo. Y está en su derecho a sentirlo, porque lo que le falta es la experiencia de haber producido dicho cambio por sí mismo.
Quien sólo ha conocido las experiencias del «si», necesita la experiencia del «no» para poder notar la diferencia.
El estado Democrático como padre protector y uno mismo como padre carnal, prefiere evitarle toda experiencia dolorosa a sus hijos, pero que a la larga, demuestran haber sido necesarias.
Los últimos 70 años marcaron un mundo sin grandes guerras; los combates se privatizaron y se sectorizaron, al igual que lo hizo la economía y la vida de los ciudadanos; y el bienestar general que proporcionó la Democracia se extendió promoviendo libertad, educación, derechos e igualdades de todo tipo.
La generación de los millenials vivió este apogeo de libertad, de derechos y de igualdades, pero no siempre lo apreció, porque quien no conoce lo diferente, permanece incapacitado para realizar una valoración adecuada.
Curiosamente, quienes más traumatizados estamos hoy con esta pandemia somos quienes menos cambios hemos sufrido en nuestra propia vida.
Y utilizo la palabra «sufrir» porque los cambios se reconocen como cambios porque duelen. Lo que no duele, no es cambio, sino simplemente una alternancia en la postura.
El número 40 en la historia de la humanidad es un número que siempre simbolizó el cambio.
Cuarenta fueron los años de las tribus en el desierto, cuarenta los días y cuarenta las noches del diluvio, cuarenta los días de Jesús en ayunas en el monte de los olivos y cuarenta son hoy los días que se estipulan en una cuarentena ante una pandemia.
El 40 es el símbolo de algo que cambia para convertirse en algo distinto a lo que fue, pero con dolor.
La cuarentena nos cuesta más a aquellos grupos acostumbrados a la bonanza, a la libre expresión, a la protesta permanente y a la malcríanza que nos ha generado la Democracia, en donde todo es posible, porque todos tenemos voz.
No es de extrañar que valoren más la Democracia los grupos que conocieron otra cosa distinta. Y que la rechacen y la desprotejan, justamente aquellos que desconocen totalmente las otras opciones.
El grupo más joven es justamente el que menos valora y agradece la Democracia y es también el que más celebra las muertes de las personas por esta pandemia, en pos de la naturaleza. Miedo daría quedar en manos de una generación tan ecológica, tan ignorante y tan práctica y cruel.
La Democracia es el «si» por excelencia.
La generación que sólo ha conocido la vida en Democracia y en liberad tiene durante éstos 40 días de cuarentena, la oportunidad de aprender una palabra desconocida para ellos y sin duda la más difícil del diccionario: «NO»
JR