No es novedoso hablar con espanto de la actual fragmentación que azota al mundo de las democracias occidentales.
Hoy las noticias sobre manifestaciones y disturbios en los principales países occidentales son constantes y muchos culpan al sistema de dicha fragmentación.
La fragmentación no es consecuencia de la Democracia, sino por el contrario, ésta es la base sobre la cual toda Democracia descansa.
La Democracia americana, que fue sin duda el ejemplo que siguieron luego las Democracias europeas, se afirmó de entrada sobre un estado diverso.
En los Estados Unidos la unidad política no se oponía al reconocimiento de la multiplicidad de los grupos de intereses, ni de las diversas comunidades y minorías, sino que descansaba sobre ellos.
Por lo cual, la fragmentación no es un resultado de la Democracia, sino su origen y en el caso americano, es una continuidad de la cultura política de ese país.
Estados Unidos es una República basada en el pluralismo étnico, cultural y sexual que hasta ahora coincidía en un ideal común.
A este punto de encuentro se le denominaba «melting point», un punto en donde se propendía a la asimilación o integración de las diversidades. Y en donde la defensa de las identidades colectivas, se producía con discreción y moderación.
Hoy sin embargo, son las políticas de fragmentación cultural las que predominan y triunfan.
Esta fragmentación se presenta ahora al público como un mosaico de intereses irreconciliables, en donde se exageran y se acentúan las diferencias, se exacerban los resentimientos y se incentivan las actitudes victimistas y los reclamos y sospechas entre los diferentes grupos o comunidades.
Otra característica actual es la constante rehabilitación del pasado, el diálogo del presente con la memoria y la utilización de la memoria histórica como recurso de justificación para la venganza y para el resentimiento eterno.
Algo que empezó siendo el origen de la fundación de un estado diverso y conciliador; basado en la inclusión de múltiples pertenencias comunitarias hacia un fin de convivencia común, ha dado paso a un clima de intolerancia, propulsado por reinvidicaciones comunitaristas y políticas identitarias; de grupos que lejos de sentirse vinculados entre sí por un proyecto en común, se cierran ahora y cada vez más, sobre sí mismos.
Muchos creían que éste era exclusivamente un fenómeno americano, hasta que esta misma sensación de fragmentación apareció también en Europa.
Hoy muchos europeos comienzan a entender mejor la situación americana y la mala prensa que llegaba desde allí hasta el viejo continente.
Hoy Europa experimenta con asombro la aparición de identidades comunitarias llenas de odio y de resentimiento, juventudes alienadas por las causas más diversas; pero siempre en contra de un sistema al que aún pareciera que desconocen.
Aparecen hoy en Europa aquellas fracturas que enarbolan demandas de igualdad; una igualdad que ya está garantizada de antemano en la fundación del estado democrático; basado en la igualdad de derechos y de obligaciones para todos.
Pero la demanda de estos grupos, ya no apunta a la exigencia de derechos igualitarios, sino a eximirse de la igualdad en sus obligaciones.
JR
«La Democracia es la opción para la convivencia de lo distinto» JR