El mundo digital ha cambiado nuestra vida y nada ha quedado fuera de su influjo; ni siquiera la imagen.
Si antiguamente la imagen fotográfica era la representación de lo real, en la era digital ha dejado de serlo.
La imagen es hoy la optimización de lo real y esto sucede gracias a que disponemos de todo tipo de técnicas y de filtros informáticos para transformar lo real en ideal.
No es casual que plataformas como Instagram triunfen de manera rotunda, en un mundo que encontró en la imagen optimizada, la manera de alcanzar su ideal y de captar la atención.
Existe un síndrome llamado «el síndrome Paris» que afectaba principalmente a los turistas japoneses. A ellos se les presentaba una imagen tan idealizada de Paris que al llegar al verdadero Paris, sufrían de una gran desilusión.
Este síndrome desataba en los afectados alucinaciones y reacciones psicosomáticas diversas como mareos, sudores o sobresaltos cardíacos.
Hoy no son sólo los japoneses quienes sufren este tipo de episodios; en donde la realidad que se nos presenta, comparada a la imagen que nos vendieron, no coincide en absoluto.
Y es que en esta obsesión tan narcisista por mejorarse y mejorarlo todo, el retoque digital nos ofrece y en bandeja, la posibilidad de convertir lo defectuoso en perfecto; aunque la realidad no acompañe.
Muchas veces andando por la ciudad me pregunto ¿adónde está toda esa gente tan bella y amable que vive en Instagram?
Y he llegado a la triste conclusión de que el mundo es mucho más bello, brillante y fotogénico en formato digital.
Serrat nos cantaba hace tres décadas…»nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio»… pero es cierto que en ese entonces, Instagram no había llegado.
JR