«La Demonización de La Valentía»

Uno no suele repetir el título de un artículo que ya ha utilizado, pero cuando las cosas se parecen tanto, es necesario hacerlo.

Javier Milei, el candidato a presidente argentino, al que muchos catalogan de extremista y de loco, representa a una población de gente harta de la corrupción de los gobiernos en Argentina.

Este movimiento comenzó a crecer en redes sociales, con nula financiación y entre los sectores más dispares de la sociedad.

Le votan pobres y ricos, viejos y jóvenes, cultos e ignorantes; porque todos comparten la misma impotencia e indignación contra el sistema corrupto de la casta del Estado.

Muchos hablan de él con temor, alegando que está loco y yo creo que realmente lo está, porque nadie en su sano juicio es capaz de tal acto de valentía.

Sólo un loco es capaz de enfrentarse al narco estado mafioso en el que se ha convertido hoy la Argentina.

Otro síntoma de locura es el de jugarse la vida por un pueblo tan desagradecido y pretencioso como es el pueblo argentino, que se caracteriza por morder siempre la mano de quién está dispuesto a ayudarle.

El pueblo argentino, una gente adiestrada en fútbol y asado, que vive recordando glorias pasadas, mientras se deja robar callado para no parecer maleducado, ha perdido no sólo los valores, la valentía y la esperanza, sino también un futuro.

A veces ser tan indiferente y mirar siempre para otro lado tiene consecuencias, y hoy están a la vista.

No se trata solamente de no mover un dedo; sino de morder el dedo de aquel que se atreva a moverlo y a patear el tablero para «vos».

El argentino es alguien que está convencido de que siempre se merece algo mejor que aquello que tiene disponible. Y que nada de lo malo que le sucede se lo merece, ni se lo ha buscado él.

Otra característica típica es la de buscar y preservar siempre la conveniencia personal, ese lugar cómodo y calentito al que uno está acostumbrado y le beneficia, pero que trae luego la incomodidad de terminar viviendo en un país arruinado.

Las oleadas de argentinos que emigran a otros países se ha incrementado al 500 por ciento en el último año. Y los pocos jóvenes que aún están allí, creen en Milei, como la última esperanza para lograr salir de la destrucción sistemática de un país en todos sus aspectos; moral, económico, legal, cívico y creativo.

Los medios de comunicación, en su gran mayoría corruptos y comprados por el gobierno marxista, atacan a Milei el día entero y por cualquier punto o coma que encuentren en cualquiera de sus discursos e intervenciones.

No hay otra ocupación para la prensa argentina, que seguir destruyendo en un país en ruinas; motivando el miedo constante hacia un candidato dispuesto a luchar por ellos y por un país en el que sólo él cree.

¿De qué vivirán estos pseudoperiodistas patéticos que no saben de nada, ni de Economía ni de Historia, si al país le va bien? Ellos viven de las desgracias, del chismorreo y del fútbol. Esas son sus fuentes de ingreso.

No saben preguntar más que por cosas de la chusma y son incapaces de seguir una conversación de Economía o de Historia, sin que se les vea la mirada perdida, propia del estudiante que no ha abierto el libro, ni ha hecho los deberes y esperando volver a retomar el tema de la frivolidad en la que estos «periodistas» se mueven y donde se sienten bien cómodos.

Hablemos del perro, del gato, de la hermana, de lo que dijo el que dijo y demás estupideces en las que ellos se gradúan, en distracción de la información; hablemos del mundial y de porqué gira la pelota; porque es lo único que saben y se les da bien.

Es mucho más cómodo hacer caer a Milei y que sigan los mismos comunistas de siempre, que atreverse a un cambio, que podría ser incómodo, peligroso o incluso salir bien.

Cuando me cuentan aquella historia del hombre perdido en una isla que le reprocha a Dios su abandono y éste le comenta todas las veces en que le envió formas de rescate, sin que él reaccionara; no puedo más que pensar en la Argentina. («primero te envié una balsa, después un bote y luego un helicóptero, pero no agarraste ninguno»).

Porque para que te ayuden, primero hay que dejarse ayudar.

JR