«La Desesperación de la Insignificancia»

Puede que el temor a la muerte no sea aquello que más nos desespere, sino la condena a la invisibilidad que la muerte nos augura; ese desaparecer de un ámbito al que deseamos anclarnos por siempre.

Ese pasar sin ser vistos, ni emitir ningún olor, suena tanto más desesperante que la final extinción.

Algunos luchan incansables por dejar un legado, éxitos reconocibles, para cuando les falte la presencia.

Y otros sin embargo, dejarán un legado que no han buscado, habiendo vivido vidas que parecían insignificantes.

Los hechos y el azar elegirán a aquellos que serán los recordados y también a aquellos que serán los olvidados; aún a pesar de los logros y de la importancia que hayan tenido en su tiempo.

¿Pero cómo se siente la insignificancia?

Sandra me dice que huele a soledad y que arde como una herida a la que echas alcohol.

Por momentos la insignificancia duerme distraída entre quehaceres cotidianos y frivolidades que le anestesian la falta de sentido a una vida; y a veces esa invisibilidad se viste de de Prada y logra engañar y pasar desapercibida por un rato.

La conciencia de la insignificancia no está siempre presente; sino que aparece y desaparece según la ocasión.

Entre sombras tiende a aliviarse, y desaparece todo el dolor entre gente sencilla, que hace de la insignificancia una virtud y de la invisibilidad un arte.

Pero cuando se encuentra entre luces e iluminados se despliega y clava; dejando la herida de la insignificancia expuesta y en dolorosa evidencia.

Entre iluminados que destellan, Sandra se inventa relatos, se disfraza de importancia, se baña en logros inventados para intentar disimular su carencia;  pero cuando llega la noche y apoya su cabeza en la almohada la vuelve a encontrar; intacta y reluciente, como esas verdades que aparecen sólo cuando estás en casa y en pijama.

Inevitable, persistente y dolorosa, la insignificancia  vuelve a brillarle en la frente con tonos fluorescentes; sustantivo, singular y femenino.

Y Sandra vuelve a ser consciente de que cuando se apaga la fantasía, en realidad no es nadie.

JR

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