Cuando uno se encuentra con amigos uno busca relajarse, reír, comentar y en algún punto incluso hasta confesarse; desplegar esa cuota de sinceridad que uno retiene y que al encontrarse entre amigos, tiende a descargar sin censura.
Uno cree estar a salvo entre los amigos; se atreve a contar chistes verdes, comentarios políticos, íntimos, sociales y demás indignaciones, que entre colegas se difuminan y se calman entre carcajadas y coincidencias.
Y eso es lo maravilloso de los amigos; la sensación semanal de sentirse libre y a salvo.
Siempre podremos achacar la sinceridad brutal a los efectos del alcohol o simplemente a la exaltación del momento, pero el problema es generalmente el amigo santurrón.
Ese que sólo bebe agua o Coca Cola light y anda siempre con aires de profesor mediocre de escuela e intenta aplicar al grupo la moralina del político.
Este individuo generalmente aburrido, complicado para todo y maniático hasta más no poder, no llega nunca a comprender la diferencia entre una reunión de trabajo y una reunión de amigos.
Este encuentro mágico que incluye sinceridad, descarga, terapia, confesiones y risas es como un bálsamo en el medio de la vida cotidiana.
Uno lo cuida y lo preserva con esmero como si fuese una joya y no importa lo llena que tengamos la agenda, siempre encontramos un hueco para participar de este oasis.
Después del encuentro cada uno regresa a su realidad, a su comportamiento habitual y a sus ocupaciones, cada cual con más o menos coherencia o con más o menos efectividad, pero todos regresamos con esa sensación de liviandad que nos deja el sentirnos libres.
El santurrón en cambio vuelve tenso; ha apuntado cada frase, cada broma, cada comentario escandaloso y seguramente los utilice en nuestra contra en algún momento.
Uno se da cuenta en la reunión de las miradas del santurrón e intenta evitarlo la próxima vez, pero al final el santurrón complicado siempre se las apaña y aparece; a volver a tomar nota con grabadora o martillo, según el pronóstico del tiempo.
El santurrón está de moda y tiene rating, ocupa horario prime en todas las televisiones, siempre tiene algo que comentar, decretar o interpretar sobre trivialidades y sobre las confesiones íntimas de los demás, incumpliendo sin cargo de conciencia todas las normas de confidencialidad y de amnistía que implican una amistad saludable.
Uno no sabe si ser más callado la próxima vez o ser más hipócrita, para no caer en sus garras, pero al final aunque lo intentemos, la espontaneidad siempre nos gana.
Y pienso… ¿Tendré que renunciar a mi libertad por miedo a que me dé con la vara o con el martillo?
Pero luego de analizar en una tabla de Excel los pro y los contras de si ser o no ser como soy, me doy cuenta de que lo único rentable es que el santurrón se meta la vara en culo.
JR