«El Vértigo a la Palabra»

La oferta académica contemporánea es tan extensa que parece no haber un fin en esta carrera por obtener una formación que sea lo suficientemente completa.

El conocimiento abarca tantos aspectos nuevos que los curiosos somos propensos a la formación constante.

Somos muchos quienes consideramos escencial mantener despierta la actitud del aprendiz y muchos más quienes han aprovechado el beneficio económico de esta nueva forma de codicia por saber.

A pesar de esta sobrealimentación de cultura que muchas veces nos aplasta en vez de impulsarnos a crear, es difícil encontrar a gente que se atreva a pronunciar palabras nueva.

No es muy corriente dar con obras en donde aparezca un pensamiento propio o una conclusión original, porque la mayoría de textos hoy en día son un compendio de citas y de cifras estadísticas que se van entrelazando para justificar el tema asignado, como si fuesen trabajos de estudiante o apuntes de una investigación científica.

Esto no sucede por falta de preparación, sino todo lo contrario; la mayoría de estos artículos están escritos por profesionales con un extenso currículum académico, pero es llamativo ver cómo esta sobredosis de conocimiento hace a veces de tapón a la inteligencia creativa.

 El exceso de información no suele dejar espacio para la originalidad, quedando ésta aprisionada en el fondo, sin encontrar un hueco por donde salir. 

El temor a la palabra propia no responde únicamente a la escasez de espacio, sino también a la falta de coraje.  

La creatividad y la inteligencia necesitan imperativamente de un grado de inconsciencia y quien no posea esa dosis indispensable de locura nunca será capaz de perder el vértigo a la palabra.

Escribir sin red es un trabajo temerario que pocos se han atrevido a hacer a lo largo de la historia  y los que lo hicieron, fueron aquellos que comprendieron que la verdad particular no hace concesiones con nadie.

Hoy por el contrario se nos alienta a contar de antemano con alguien reputado que avale nuestro pensamiento y a quien podamos citar a menudo en el texto, a modo de excusa o de permiso para formular un pensamiento.

La tendencia es escribir intentando complacer a todo al mundo; con la mira puesta en la aprobación de las masas, en vez de permanecer enfocados únicamente bajo la luz de la razón.

Abducidos por el éxito, especulamos con las masas igual que hacen los políticos, sabiendo que son ellas quienes definirán nuestro triunfo o nuestro fracaso.

El temor a la crítica o a la desaprobación va anulando así cualquier posibilidad de originalidad  o brillantez y termina convirtiendo a nuestro arte en un entretenimiento vacío de conclusiones originales, en un compendio de citas, de obviedades, de corrección política y de relaciones públicas con un consenso garantizado.

Sabemos que la autenticidad requiere de apertura y a la vez supone dar un salto sin red, sin que haya nadie disponible para atajarnos de la caída, pero somos demasiado cobardes para saltar.

El arte y el pensamiento siempre fueron actividades solitarias, pero la palabra como símbolo de originalidad sólo apareció de la mano de aquellos que además de solitarios, fueron valientes.

JR

«El conocimiento es una prisión para aquel que depende de él y un trampolín para aquel que lo ha identificado como a una prisión.»  JR

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