El buen inmigrante llega con la cabeza baja y con los sueños bien altos. Con la memoria intacta sobre aquello que le llevó a huir de su tierra, para no repetir jamás, los errores de su lugar de procedencia.
El buen inmigrante llega sabiendo que en esta nueva tierra nadie le está esperando y que hacerse un lugar dependerá solamente de su voluntad, de su esfuerzo y de su trabajo.
El buen inmigrante se mantiene humilde y en actitud de aprendizaje constante y de admiración hacia la nueva tierra que le acoge. Ella tiene algo que la suya no supo darle, por eso ha viajado y lo ha dejado todo, para estar allí.
El buen inmigrante se mantiene siempre agradecido, se amolda a las nuevas costumbres y desea integrarse en la nueva cultura que le recibe con generosidad.
El buen inmigrante aprende y enseña, colabora y devuelve con afecto y con trabajo las oportunidades recibidas.
El buen inmigrante cría a sus hijos en la cultura de la tierra que le acoge, desea que se integren y que progresen. Les transmite el amor hacia el anfitrión que le ha ofrecido a la familia, una nueva oportunidad de vida.
El buen inmigrante escasea, pero cuando lo encuentras, compruebas que abrir los brazos vale la pena.
JR