«De Vegano a Moralista»

Cada uno vive según su receta y todos hemos ido juntando a lo largo de la vida determinada información que nos es útil para sobrevivir en este mundo.

Esta particular selección en muchos casos, ha incluido también el descarte de muchas cosas que hemos detectado como perjudiciales para nosotros y de las que nos hemos deshecho convenientemente a tiempo.

Lo malo no es elegir libremente tu propio manual, sino nuestra tendencia de ir intentando imponérselo al otro. Esta manía de convencer a la que los sofistas nos han acostumbrado desde hace tiempo ha prevalecido intacta a través de los siglos.

El trabajo intelectual de explicar el porqué de haber llegado a determinadas conclusiones es interesante y un pasatiempo que los intelectuales disfrutamos como a una rutina semiautomática y predilecta por sobre cualquier otra; pero intentar convencer a quien no desea ser convencido es un acto de violencia, como lo es cualquier otro tipo de evangelización.

Esta violencia la han detectado todos aquellos místicos que se negaron a fundar sistemas, e incluso a dejar por escrito sus palabras, para evitar que se convirtieran en doctrinas. Esto por supuesto no pudo evitarse tras su desaparición y junto con ellos desaparecieron también  esas verdades que «no podían ser dichas», sino únicamente comprendidas a través de la experiencia.

Y cada uno la vive a su manera, pero el intentar crear nuestra propia iglesia es una tendencia que no podemos evitar, como si la experiencia solitaria de la felicidad no nos fuera suficiente y tuviéramos que convencer a otros para que nos acompañen.

A veces dudo si es nuestra intolerancia a la soledad aquello que nos mueve a la evangelización o si es esa sensación de poder que genera el sentirnos los salvadores de otras personas. O si simplemente es una estrategia comercial que beneficia a un grupo. 

Hay muchas formas de convencer y muchas son muy sutiles, pero no menos violentas. Está la amenaza del infierno, la del limbo, la de la recompensa, el paraíso, la santidad, la eternidad, la reencarnación, la de la aprobación, la pertenencia, la enfermedad y también la muerte.

¡Amenazas algunas, tan inevitables!

El tema es cómo y de qué manera se muere. Algunos comiendo lechuga, otros a base de jamón serrano y dieta mediterránea, unos rezando hacia un hemisferio y otros mirando hacia el otro, algunos en descampados sin atención médica y otros en hospitales cinco estrellas.

Aunque quizás nuestro deseo inconsciente, no sea el de evitar lo inevitable, sino el de suavizar de algún modo la llegada de lo inevitable, porque está claro que compartiendo todos un mismo y único final, la única libertad posible es vivir nuestro camino a nuestra manera.

Elegir nuestros manjares es una de esas pequeñas y breves libertades a las que todos tenemos derecho.

JR