Releyendo a Ortega y Gasset uno se encuentra con Nietzsche en cada página.
Mientras el genio español se sumerge en la cultura germana y desenreda la filosofía Kantiana; basada en esa subjetividad de Kant que irreversiblemente termina convirtiéndose en una nueva moral; (tan subjetiva ésta como cualquier otro camino único); uno comprende que la maravillosa óptica en la mirada de Ortega y Gasset conlleva las cualidades de una mirada extranjera.
La extranjeria dota de la capacidad de mirar sorprendido, porque el extranjero no posee el acotamiento nacional, ni ese acostumbramiento dormido del que mira siempre lo mismo y que provoca todo lo que está ya muy visto.
Esta forma de ver se parece a la que tienen los niños pequeños, que ven gordo a quién es gordo y viejo a quién es viejo, sin sentir después de expresar esa objetividad ningún tipo de remordimiento. ( hasta que llega la censura de los mayores que le oyen decir la verdad y le corrigen rápidamente la óptica, espantados por tanta sinceridad)
Esta libertad de culpa para percibir la realidad se debe a que la mirada de un niño muy pequeño, aún no ha sido sometida a la cirugía con la que se moldea la córnea de los individuos desde pequeños, para que aprendan a decir siempre lo que no ven y a esconder aquello que ven en realidad.
Esta domesticación indolora en la que habitamos, se basa principalmente en que uno no debería nunca herir a nadie.
La filosofía cristiana construida sobre una compasión mal entendida y combinada con la educación inglesa basada en la compostura y en el disimulo, dio vida a individuos de discursos medidos, duales, de esos que cuando acaban de hablar,uno es incapaz de sintetizar nada de lo que han dicho con certeza. ¿Por qué?
Porque a la contradicción es muy difícil traducirla en idea.
La idea necesita de una linealidad y de una coherencia para adquirir algún sentido. De lo contrario, se convierte en un pronóstico del tiempo en 24 Hs, cuyas temperaturas variables confunden y evitan llegar a una conclusión determinada.
Hará frío pero no tanto, (no es cuestión de que el frío se lo tome a mal), hará calor pero no tanto, ni todo el tiempo, (para que el calor tampoco se ofenda).
Y al final a uno no le queda claro si llevar el bañador o la bufanda; y para no quedar mal con nadie, carga con los dos.
Uno debe ser medido hasta en la mentira, educado y políticamente correcto de principio a fin, porque si entre alguna de las contradicciones que le son permitidas se le escapa sin querer alguna verdad, el descuido puede ser mortal.
Si se te escapa una verdad te exigirán explicaciones y disculpas; porque todos permitimos y estamos inmunizados contra la mentira, pero la verdad nos resulta verdaderamente intolerable.
Existe una libertad de visión en ser un extranjero y esa libertad está dada por la falta de ceguera nacionalista o fanática a cualquier ideología.
La filiación nacional incluye a un tipo de lente graduado que se implanta en el individuo desde el amamantamiento y que luego continúa administrándose en grandes dosis con el nesquick y la tostada de cada mañana.
Este tipo de visión obstruida nos amplifica algunas cosas y nos ciega a otras, (de una forma específica según la latitud y el meridiano en el que habitemos) y de la que uno no se libra tan fácilmente, sin pasar antes por un arduo y doloroso trabajo de auto- destierro que incluye un tratamiento de autocrítica y verdad.
Este auto- destierro consiste en un despellejamiento a modo de peeling doloroso, que puede sangrar mucho hasta adquirir cierta objetividad para poder observar y observarse.
Este éxodo voluntario es una especie de alejamiento de la tierra a la que uno conoce de memoria y de aquellos sabores que ha degustado hasta el hartazgo como si fuera un esclavo, para adentrarse en busca de una tierra desconocida, a la que tendrá que mirar con ojos nuevos.
A esta objetividad despredida de sustancias adictivas, (que para unos resulta ser tan inevitable si se quiere reaprender a mirar como mira El Niño de Nietzsche), los compatriotas la llaman traición imperdonable, mientras los lectores la agradecemos y la llamamos objetividad contructiva.
No sé si corresponde considerar valiente a quien transita por el mundo desconfiando de todo, incluso de su propia sombra,( de quien uno no puede fiarse jamás ni un pelo, porque según la orientación de la luz resulta ser la más traicionera de todas); pero teniendo en cuenta el percal, sin duda esos atrevidos son siempre los que destacan.
El enaltecimiento del «pusilánime» según Ortega y Gasset consiste en poner en el podio a aquellos individuos cuyo único objetivo en la vida es disfrutar del placer y rehuir del dolor, (y yo agregaría también agradar a todos), y condición que sigue estando tan vigente al día de hoy, como lo estuvo en 1927.
Escandaliza y sorprende como lo único que cambia a lo largo de la historia son los menús del día, el vestuario, el peinado y el skyline de las ciudades, mientras lo escencial permanece increíblemente intacto.
Es cierto que también han cambiado las palabras y aquel “pusilánime” de Ortega y Gasset podría ser hoy el individuo “políticamente correcto”, que gracias a la cultura de la igualdad reinante nos ha hecho creer que somos todos iguales y aunque no creo que seamos iguales, sí somos igual de necesarios.
Y lo somos, porque el aparato visual funciona a modo de contraste de la misma forma en que funciona la mente humana y su razonamiento. Si no existiera una variedad de colores ¿cómo reconoceríamos el rojo?
Y si no hubiera pusilánimes ¿cómo reconoceríamos al genio?
JR