Habitar fuera de la vanidad es imposible, pero habitar en la vanidad, sin ser consciente de ella, es posible.
¿No es acaso vanidad escribir un ensayo, debatir, pintar un cuadro, construir una casa o plantar un jardín?
¿No son acaso todos los actos expuestos a la mirada y al juicio ajeno, actos de vanidad?
Hay vanidad hasta en aquellos que se muestran ausentes, ascetas, humildes, espirituales y no solamente en aquellos que se pavonean sin tapujos, acelerando su descapotable rojo, a la vista de todos los peatones.
Hay vanidades groseras, escandalosas, escondidas, intelectuales, artísticas, religiosas, morales, sutiles, disimuladas; pero todo en nosotros es vanidad.
¿Qué son el hombre y su historia sino una trayectoria de vanidades múltiples y diversas?
El problema con la vanidad es cuando se vuelve tan extremadamente aguda, que la mirada del otro pasa a condicionar toda nuestra existencia.
La vanidad entonces, ya no se remite a pequeños espacios de expresión y lucimiento, sino que pasa a definir y a condicionar todas nuestras experiencias.
Ya no soy si no me ven y nada de lo que vivo existe, sino es observado, aprobado o desaprobado por el otro.
Esta vanidad se alimenta de la mirada ajena y toda experiencia que no es compartida u observada, deja de tener valor.
Las redes sociales han enmascarado a nuestra vanidad bajo el nombre de “compartir”. Y con la máscara de la generosidad (“estoy compartiendo”…) la vanidad se establece como una virtud y pasa desapercibida.
En esta época digital ya no hay vanidosos, sino seres sociales digitales.
Me sucede a veces, que al reunirme con alguien resulta imprescindible hacernos una foto, pero no se toma la foto para inmortalizar el momento, sino para subirla a las redes sociales inmediatamente.
El encuentro off line se transforma entonces, en una excusa para aportar contenido a nuestra plataforma y mi amigo en tiempo real, se convierte entonces en un receptor de likes y comentarios virtuales de nuestro encuentro, permaneciendo ausente durante el lapso del encuentro.
Aquel encuentro compartido y digital se transforma entonces, en una ausencia, porque mi amigo ha dejado de estar conmigo, para interactuar y responder en otro plano y con otra gente.
El encuentro existió porque puedo ver las fotos de los dos en Facebook e Instagram, pero no estoy tan seguro de haberlo vivido de la forma en que se exhibe.
Me exhibo, luego existo.
¿Pero cuándo existo?
JR