“ Lo que está entre la manzana y el plato también se pinta” Georges Braque (pintor del siglo XX)
Junto al resurgimiento de los tan temidos nacionalismos aparece la excusa de la identidad cultural como frontera y motivo de separación.
Tenemos un sistema de pensamiento que para comprender cualquier cosa y reafirmar ese conocimiento, necesita separar y comparar a una cosa con otra.
Todos nuestros conceptos y nuestras conclusiones se forman entonces como resultado de una comparación y de una diferenciación de lo otro.
Lo que soy, se define por aquello que tengo distinto a ti.
Por lo cual, uno va forjando su identidad en relación a otro de una forma negativa (porque es en base a una diferencia)
No soy en cuanto soy, sino en cuanto soy distinto.
Al diferenciar, comprendemos y establecemos aquello que conocemos como identidad.
Esta identidad implica además, la continuidad de una forma específica de conocer y marca los parámetros de un tipo de pensamiento; el de una mentalidad a la que yo llamo mentalidad en blanco y negro.
Tanto el blanco como el negro marcan dos extremos fijos e inmóviles, separados por su diferencia. Pero esta distancia “entre” el blanco y el negro también se pinta, como diría Georges Braque.
Nos dicen que la identidad cultural es la forma de pensar el mundo y para una mentalidad en blanco y negro es en realidad una construcción de cimientos fijos, en contraposición a grupos distintos.
Todo lo que no es blanco, es negro y el policromado o el espacio entre el uno y el otro, nunca se pinta.
¿Pero por qué no se pinta? Porque no se conoce.
¿Y por qué no se conoce? Porque no está sujeto a ninguna comparación.
La identidad cultural es un concepto que amalgama dos valores que se contradicen entre sí (identidad y cultura) y este término se inventa para que sirva de frontera y como excusa para mantenerme indentificado y separado de aquello que es desconocido.
La excusa suele ser el temor a la uniformidad o el temor por la desaparición de una cultura que desea preservarse intacta. Pero la cultura no es una cosa a la que puedas mantener inmutable, sino un proceso vivo, que nunca se mantiene separado o inmune al entorno.
Mantenerse separado no es sólo separado de algo, sino quieto, fijo, sin curiosidad, muerto. Algo que sin duda, contradice al concepto de cultura; que es por definición un proceso permeable y en continuo movimiento y transformación.
En cuanto la cultura se estanca, muere; como sucede con cualquier otro proceso que está vivo.
Los vendedores de identidad cultural recurren a la identificación (identidad) como recurso para la inmovilidad, que cosecha el aislamiento y el sectarismo y cultiva el carácter temeroso y desconfiado de todo aquello que si no es blanco o negro, no debería pintarse.
Pero la cultura no es una estatua griega a la que uno debe contemplar embobado e inmóvil, sino una bicicleta que está allí para que la uses y para que te lleve a todos lados.
Nuestro pensamiento en blanco y negro no es capaz de conceptualizar algo inacabado como son todos los procesos; ya que por definición un concepto es la reducción de un proceso a una definición estanca.
En la lengua sajona el término “human being” resulta ser mucho más acertado que el término castellano “ser humano”.
Su traducción literal sería “siendo humano” y este “siendo” es mucho más preciso para referirnos a algo que es un proceso inacabado. Porque el ser humano es una continuidad.
Y lo mismo sucede con la cultura. La cultura es también un “culturizando”; un proceso inacabado en constante movimiento, tensión y formación.
Concebir a la cultura como a una identidad fija es un error y usarla como frontera es condenarla a que en vez de pintarse, se momifique.
JR
“Algo que tiene ruedas y no puede transportarte a lugares distintos y desconocidos, está averiado” JR