Las vacaciones representan la universalizacion del descanso. Un espacio en donde todos tienen derecho a parar y a alejarse de sus labores y de su rutina.
La realidad es que hay vacaciones que descansan y vacaciones que cansan aún más que el trabajo; pero cada uno las elige según sus preferencias.
Hay vacaciones sociales y vacaciones solitarias, vacaciones urbanas o playeras, vacaciones rurales, sibaritas, exóticas, aventureras, organizadas en tour o alejadas de todo tipo de agenda.
Mucho ha colaborado el progreso en establecer este derecho a descansar y a moverse; con las low cost, los arbnb y todo tipo de aplicaciones y facilidades económicas que nos permiten a todos; y ya no sólo a unos pocos, acceder y disfrutar de este derecho vacacional.
Pero toda popularización tiene también sus desventajas, en cuanto que es hoy difícil encontrar sitios alejados para desconectar.
Uno regresa de adulto a aquellos lugares vacacionales idílicos de la infancia y encuentra 25 autobuses aparcados en la cala paradisíaca y solitaria de su niñez.
Es difícil encontrar centímetros disponibles en donde aparcar la toalla y aquel mar transparente deja entrever los vasos de plástico, las bolsas y todo tipo de asquerosidades que la masa vacacional aporta a la naturaleza cada verano.
El progreso es sin duda maravilloso, pero el problema surge cuando el progreso económico y el acceso a las cosas no van de la mano de una educación que les acompañe.
No es de extrañar que hayan surgido también y a raudales, los «adults Only» y los «VIP»; parejas que escapan a los pañales, a los cochecitos y al griterío de los niños y se refugian detrás de unos muros que les aíslan de aquellas realidades estridentes y molestas; que algunos vivirán en su momento y otros ya han pasado, superado y dejado finalmente atrás.
Tampoco hay que negar, que en una época en donde la palabra igualdad es el estandarte y el eslogan de todas las campañas, uno añore, a veces, aquella desigualdad que le aseguraba el descanso.
Como afirmaba Camus hablando de las distintas acepciones de la rebeldía, toda libertad llevada al extremo garantiza la aniquilación. Y no puedo estar más de acuerdo en que hay algunos límites y barreras que protegen la libertad y no sólo la de aquellos que están dentro.
Yo estoy acostumbrado desde pequeño a los clubs, en donde sólo entraban los socios, y nunca me sentí ni ofendido ni discriminado, simplemente entendía que uno pertenecía o no, y según esa regla, se establecían las diferencias y sus normas.
Pero hoy todo concepto de club o de muro es intolerable porque esta es la época del «o todos o ninguno» y creo que desgraciadamente, este complejo de inferioridad disfrazado de rebeldía y de justicia social es lo que nos llevará a la aniquilación de todas aquellas virtudes y valores que deberían ser quienes realmente acompañen y justifiquen la verdadera desigualdad.
JR