“La Era del Social Distancing”

El miedo suele mostrarnos más de lo que creemos. El miedo descubre al desamor, descubre a la cobardía, a la falsedad en los sentimientos y también en los ideales.

Una cosa es la afirmación del sentimiento o de la virtud en la seguridad y otra muy distinta, en los momentos de temor.

Son pocos los que atraviesan el temor igual de firmes e íntegros que la bonanza.

El miedo es algo que habíamos logrado erradicar en aras de un mundo seguro.

La seguridad era un artículo de lujo y un invento occidental por excelencia, que nos hizo creer durante mucho tiempo, que si podíamos acceder a ella, no teníamos nada mas que temer.

Pero frente a una pandemia como ésta, ya no se está seguro de nada, ni de la vida, ni de los ideales, ni de los afectos.

La gente empieza a alejarse cada vez más cuando percibe en el otro un peligro para su propia seguridad. Y lo hace naturalmente y sin necesidad de que la obliguen.

Las relaciones se vuelven más frías, más distantes, más desconfiadas. Las parejas duermen en cuartos separados, los hijos ya no besan, ni abrazan y todos miran con recelo al infectado con síntomas; ignorando que quizás ellos fueron los portadores silenciosos que le infectaron.

El peligro está en el otro y de esa distancia de seguridad depende la mía.

El mundo que nos espera en los meses siguientes a la cuarentena será decisivo; no sólo en nuestra percepción del otro, sino también en nuestra capacidad de controlar y de superar nuestros miedos.

Ya están los movimientos comunistas esperando con ganas el declive económico; lo esperan como la oportunidad para echar por tierra a los gobiernos parlamentarios y democráticos y para cambiar un sistema económico capitalista, al que detestan desde hace décadas.

Y lo dicen sin pudor en las redes. Ellos son los únicos contentos con la epidemia, los portadores silenciosos de un nuevo ideal político, social y económico tiránico, que incluye el pensamiento único, el control total del ciudadano, de la prensa, de los datos, de los números, de la información, la dependencia total del estado y el dominio total de una población aterrada y que se deja hacer, sin resistirse demasiado.

La pandemia es la oportunidad que muchos han estado esperando durante décadas. Y el miedo es tierra fértil, al igual que la cobardía de una población que resulta fácil de manipular con frases hechas y eslóganes bonitos, cuando se siente insegura y frágil.

Muchos son los cambios que vendrán en los países más débiles y con menos recursos, o de gente cobarde, buenista, poco inteligente o bien pensada.

Es bonito ser bien pensado; pero no cuando te gobiernan oportunistas; en ese caso, es un peligro ser demasiado ingenuo o demasiado educado.

El Presidente español, actualmente aliado de comunistas, se presenta como buen manipulador, haciéndose el bueno y diciendo a los jóvenes que seguramente el coronavirus se cargará su futuro. Ya no podrán estudiar sin trabajar hasta los 30, como hacían hasta ahora, porque el estado de bienestar se verá limitado por todo lo que se está gastando en salvar a los ancianos.

Han estudiado muy bien los mensajes que deben llegar a la juventudes votantes, que pronto echarán la culpa de todos sus males venideros a los viejos.

Ellos, que eran la generación del bienestar gracias al sacrificio de los abuelos españoles, tendrán que salir a buscar trabajo por primera vez en su vida en un mundo sin empleo. Pobrecitos. No es de extrañar que luego de semejante mensaje, comiencen a caer abuelos por los balcones.

Hay técnicas de desunión que son tan maquiavélicas y tan evidentes para los mal pensados como yo. Técnicas tan burdas como hacerse el bueno sin serlo y echar la culpa de tus malas gestiones a la franja más débil de la población.

O disfrutar de lo cristalinas que están las aguas sin gente y de cómo corretean las ardillas por los parques; ese tan normalizado «el mundo verde se lo merece».

Si, el mundo, claro, se merece que desaparezcan todos menos yo.

La cosa empieza a cambiar cuando la que muere es mi madre y no la tuya.

Cuando eras tú el que tosía, el mundo se lo merecía; cuando empiezo a toser yo, entonces esto es una injusticia sin ninguna explicación.

El social distancing da una perspectiva muy distinta de las mismas cosas.

Pero a medida que las cosas se acercan y te tocan, uno ya no es ni tan bueno, ni tan solidario, ni tan profético, ni tan democrático, ni tan valiente, ni tan ecologista como antes.

Por eso aprender a dominar el temor para no arriesgar los principios, resulta ser hoy tan importante.

Que el social distancing no nos sirva para seguir alejándonos y para hacernos cada vez mas cobardes; sino como perspectiva para poder ver mejor las cosas que vendrán, si no las paramos a tiempo.

JR

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