“Aborto Libre, Vacuna Obligatoria”

En esta nueva época caracterizada por el triunfo del storytelling, el postureo humanitario y la utilización del miedo como droga hipnótica; nos hemos acostumbrado a vivir en permanente cortocircuito, pero sin quemarnos ya con nada.

Nos tragamos el verso del murciélago como si fuera un tratado de física de Einstein. Y sin ninguna diferencia se lo tragaron igual los intelectuales que los niños y todos con la misma facilidad.

Hasta que algunos niños comenzaron a sospechar de esta historia tan inverosímil y fantástica y plantearon la duda sobre un complot malintencionado.

Por supuesto, los intelectualoides siguen firmes y aún hoy sostienen a capa y espada la mala cocción de un murciélago, como verdad irrevocable del origen del CoVid.

Lo curioso de este nuevo mundo que impone el ostracismo como nueva práctica social, el miedo a la muerte como único mandamiento y la condena implacable hacia todo aquel que elija algo distinto a lo mandado; es recordar que esos mismos individuos tan estrechos de miras hoy con el Covid, son los mismos que hace dos días chillaban en las calles exigiendo el derecho a la libertad sexual, la libre identidad, el derecho al aborto libre sin límite de edad ni tiempo de gestación, etc etc.

Aquel despliegue de libertades por las cuales estos pseudo-revolucionarios daban la vida hace unos días, hoy sin embargo, les resultan intolerables.

Quien no quiera vacunarse en estos tiempos es enemigo del régimen de los zurdo- revolucionarios y es condenado al ostracismo y al PCR diario; se le niega el saludo, el movimiento y la admisión a lugares públicos e incluso a su puesto de trabajo.

Hoy aquellos que condenaban a los gritos la discriminacion, discriminan sin complejos a todo aquel que rehuse cumplir con sus estándares de salud.

“Mi cuerpo, mi elección” (my body, my choice) parece ser un eslogan acomodaticio y apropiado según para qué ocasión. Si es para follar, abortar o solicitar la eutanasia, por supuesto que aplica, pero para el resto, uno ya no es dueño de nada.

Todos los revolucionarios hippies que decían que vacunarse contra la hepatitis era envenenarse y que llevaron durante décadas a sus hijos a la escuela o a cruzar fronteras sin un calendario de vacunación, se han vuelto ahora, los talibanes de la vacuna del covid. Te contagian cualquier cosa, desde la tuberculosis, hasta el sarampión o el sida, pero usted tranquilo, que se dieron la phizer gratis en Miami, todo pagado con los impuestos de los imperialistas americanos.

Los regímenes se caracterizan siempre por esta tendencia constante al cortocircuito; por un lado, el discurso libertario y por el otro, la taser en el culo, dándote caña 24 horas.

Y uno aprende a obedecer bajo amenaza y a la fuerza; uno se insensibiliza a la contradicción y se vacuna aunque haya pasado ya el corona y sobrevivido, se enmascara, baja códigos en el móvil para justificar a cada paso su obediencia ciega y su pertenecia al grupo de los “correctos”, acepta que sus hijos pasen 8 horas diarias en el colegio enmascarados y sin siquiera tener derecho a la cara descubierta en el patio, firma consentimientos y todo tipo de amenazas que la institución le envía, y en caso de estornudar por el polen, se atiene en silencio a las consecuencias de que le obliguen a volver a casa a meterse otra vez el palo hasta el cerebro, para quitarse de dudas.

Lo más astuto de todo este asunto es que la justificación de estos abusos y de toda esta locura extremista y contagiosa, es el “respeto” a los demás.

Quien no se atenga a estas normas totalitarias es que no ama suficientemente a su prójimo, es un asesino de abuelos y está condenado a la peor versión del infierno de Dante.

En fin, que uno llega a casa y se siente un gilipollas por callarse y aguantar, un cagon de mierda, de esos que denunciaban a los judios durante el régimen nazi, incapaces de contradecir una orden injusta, pero todo con tal de presumir de ser un ciudadano obediente, complaciente con las órdenes, amigo del tirano de turno, siempre a tono con lo mandado y que cumple y traga, (sin utilizar ni una neurona), con toda aquella orden o mentira que le cuenten.

Cuando uno estudia historia se pregunta muchas veces… ¿cómo esta barbarie no se paró a tiempo? ¿Cómo nadie reaccionó? ¿Cómo no se rebelaron? ¿Cómo obedecieron durante tanto tiempo, órdenes tan crueles e injustas?

Yo recomiendo que cuando la historia del mundo le sorprenda, le horrorice y le haga pensar cómo pudo pasar aquello que pasó, corra rápidamente hacia un espejo para encontrar en su imagen la respuesta: el mundo estuvo siempre sobrepoblado de cagones como usted y como yo.

JR

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