
Siempre me pregunté porqué a la gente le resultan tan antipáticos los economistas y finalmente comprendí, que estos seres son los únicos valientes, que desactivan al instante la falacia de que algo sea gratis.
Para un economista el concepto “gratis” es un concepto equivocado desde su raíz. Y lo primero que te preguntan cuando les dices que algo es gratis es: “si claro, gratis, ¿pero a qué costo?”
Su afirmación de que lo gratis no existe, resulta definitivamente antipática para un pueblo acostumbrado al discurso socialista de la igualdad y del derecho a todo; que se resiste a entender y a hacer entender, que todo derecho se desprende de la obligación de otra persona y que todo lo que se percibe como gratis, es gratis para él porque lo paga otro ciudadano.
Cuando comienzas a estudiar economía descubres un mundo nuevo y empiezas a darte cuenta de que la historia de los errores de la humanidad, está basada en errores de cálculo, falta de previsión de imponderables, desconocimiento de los elementos, ignorancia de datos y hechos y ausencia de sentido común.
Uno suele ver a la economía como a esa materia difícil y disponible sólo para algunos eruditos, pero cuando te sumerges en ella, descubres que toda la evolución y la distribución del mundo se basa en la economía.
La economía ha guiado desde los asentamientos de las poblaciones y sus enfrentamientos, hasta las expediciones más atrevidas.
El concepto de la inexistencia de lo gratis es quizás el aprendizaje más frustrante y sin duda, también el más iluminador de todos, porque cuando descubres que el precio de las cosas tiene su sentido, entonces, empiezas a pagarlo con más ganas.
Mi amiga médica se queja de que la sanidad pública está colapsada en España y esto sucede porque es gratis. La gente aburrida no tiene otra cosa que hacer que inventarse enfermedades y acudir a las consultas como diversión. Hoy les duele esto, mañana les duele aquello y cuando no les duele nada, entonces es hora de chequearse todo; análisis de esto, de lo otro y de lo de más allá. Y todo esto sucede porque la sanidad es gratis.
Si al señor hipocondríaco le costara 5 o 10 euros cada consulta, os aseguro que se le pasaba el malestar en un segundo y en vez de ir a molestar y a gastar dinero ajeno al hospital, se quedaba en casa viendo la tele. La curación sucede de forma milagrosa cuando estar enfermo te cuesta dinero a ti.
La saturación de un sistema de sanidad “gratis” bloquea la sanidad para los temas verdaderamente importantes y cuando aparece un paciente realmente enfermo, no hay disponibilidad para atenderle, porque el médico está ocupado con el hipocondríaco de turno.
Este es el precio de lo gratis; la baja calidad de un servicio o producto, que se desgasta debido al mal uso que se hace de él. ¿Y por qué el mal uso? Porque es gratis.
El principal problema de lo gratis es que la gente abusa de los servicios y no los utiliza como es debido. Ni los hospitales, ni las universidades públicas gratis funcionan a largo plazo, si no se usan con responsabilidad.
Pero como pedir responsabilidad es una utopía, lo mejor es ponerle un precio. Y cuando hay que pagar, la gente se responsabiliza sola. Es un remedio mágico.
La pregunta es entonces por qué los gobiernos insisten en la sanidad gratis. Y aquí está el meollo de la cuestión: cuando un servicio es gratis, los costes también se descontrolan. ¿Quién controla el precio de una endoscopia o de un análisis clínico en un hospital público? Si no existe un cliente ( nadie paga la factura) que compare precios, reclame y proteste, se inflan las facturas. Y como “nadie” paga, se inflan los costos.
¿Y quién paga el timo? ¡Usted con sus impuestos cada vez más elevados!
La conclusión es que lo gratis no sólo no es gratis, sino que al final sale más caro.
Cuando era joven me invitaron a un cóctel en Venecia en donde ofrecían Spritz gratis. Si hubiera tenido que pagarlos me hubiera bebido 2 en vez de los 9 que acepté. En ese momento comprobé que el precio de las cosas, te cuida la salud evitándote además, borracheras innecesarias.
Cuando se ofrece algo “gratis” se desvaloriza al trabajador que provee dicho servicio, y se instruye de manera irresponsable al consumidor de ese servicio; que mal aprende a tener el derecho a la explotación “gratis” de otra persona en su beneficio.
Aprender que cada cosa tiene un precio y que ese precio tiene una razón de ser, no sólo nos hace más analíticos, exigentes y responsables a la hora de elegir entre nuestras opciones, sino que nos ayuda a pagar por un servicio de calidad con más entusiasmo.
JR