«EL MATERIAL DE LOS SUEÑOS: LA NIÑEZ»

Si la niñez es el momento de descubrirlo todo, la juventud es el momento de rebelarse y de soñarlo todo, la madurez es el momento de sufrirlo todo y la vejez es el momento de liberarse de todo…  ¿Por qué, es que esto no sucede mas a menudo?

Actualmente, las distintas facetas del ser humano se solapan y se confunden.  Apurando la alegría de la infancia, retrasando en muchos casos la rebeldía y coartando los sueños de la juventud. Evitando  el sufrimiento y el crecimiento adulto y saltando la sabiduría que la vejez prometía a la humanidad.

El mundo ha cambiado y con él, la esperanza de vida.

Hoy se alarga la vida  retrasando a  la muerte. La ciencia sigue ayudando a otorgarnos mas tiempo del que nos concedía la vida antiguamente.

Las enfermedades que antes te mataban, hoy ya se controlan y permiten una continuidad en este proceso, que nos mantiene con forma humana y pisando el suelo mas tiempo.

Pero esta esperanza de vida no parece relajar todos los procesos, sino que por el contrario, incrementa muchas veces su premura.

Si uno cuenta con mas tiempo, sería razonable poder dedicarle a cada etapa un tiempo mas relajado.

La ciencia nos garantiza una continuidad, por lo cual lo lógico sería, poder tomarse las cosas con mas calma y transitar por cada etapa con mas soltura.

Pero sin embargo, se observa el efecto contrario en la niñez.

Parecería ser, que esta nueva longevidad nos tiene aún mas apresurados que antes. Y nos encontramos en algunos casos, con la urgencia de acelerar los procesos de los niños.

Los niños saltan la niñez con una asombrosa rapidez, motivada en muchas ocasiones por la obsesiva preparación que exige el mundo super competitivo que les espera. Y adquiriendo en muchos casos y con demasiada antelación, la habilidad que este nuevo mundo exige: la ambición, la competencia, el exitismo y la sensación de fracaso.

Sin contar además, que esto conllevará perder antes de tiempo, virtudes tan esenciales y tan difíciles de preservar intactas a lo largo de la vida. Como son  la simpleza, el compañerismo, la alegría, la solidaridad, el altruismo y la confianza en uno mismo.

Virtudes todas ellas, que se afianzan con la motivación adecuada en la niñez  y que como todo hábito, requieren también de una  continuidad.

Todas estas virtudes que  en la niñez se encuentran presentes, sin la  necesidad de tener que producirlas artificialmente. Por lo cual, son en si mismas un valor añadido que conceden a esta etapa mágica de la vida, una importancia clave.

Reconocer las virtudes que trae consigo la niñez, respetarlas e intentar preservarlas el máximo tiempo posible, nos aseguraría además, que en la edad adulta no fueran virtudes tan escasas, como lo son en la actualidad.  En donde la desesperación por recuperarlas, llenan las consultas mëdicas,  los libros de autoayuda, los grupos de coaching y  los asesoramientos de todo tipo.

En otros casos, esta premura por apurar la infancia está motivada por el mundo super banal que a estos niños les espera y que promete ser muy rentable.

En esta concepción del mundo como espacio puramente material, el éxito se mide por la riqueza y por la fama. Y la preparación  intelectual en estos ámbitos  no adquiere la  importancia de los casos anteriores….(Aunque la intelectualidad también sea hoy la excusa de muchos,  para subir la escalera de la riqueza y de la fama, perdiendo la cualidad altruista, que caracterizaba a los que desarrollaban estos talentos…)

En la expectativa de un mundo rentable, se fomenta en los niños los modelos de riqueza y de fama existentes, exigiendo enmascaradamente su continuidad.

Siendo en muchos casos el talento para el deporte, la belleza o el escándalo, los verdaderos peldaños para alcanzar estos fines. Una fama rápida y garantizada.

Las niñas de hoy, sueltan rápidamente las muñecas, dejan de jugar a la maestra o la mamá ( a la que asocian con el fracaso)  y montan pasarelas para  jugar a ser esqueléticas y ricas  super modelos, mientras los niños sueñan con ser el futbolista famoso de turno, para poder acceder así, a todas las posibilidades materiales que este tipo de éxito promete.

Esta tendencia mas mercantilista del futuro de los niños, no apunta a la competitividad intelectual como en el primer caso, sino al éxito  materialista. Y estos casos son mas frecuentes en entornos con niveles de desarrollo cultural mas bajos  o en ámbitos sometidos a  sistemas políticos o sociales que no fomentan el desarrollo intelectual como recurso de progreso, sino que la valoración de la persona está sujeta al nivel de enriquecimiento material que obtenga.

Esta postura materialista del éxito suele encontrarse también en zonas de pobreza o bajo gobiernos con tendencia al comunismo o a la corrupción, que a pesar de defender ideologías anti materialistas, crean» inesperadamente» una población totalmente apegada a lo material, ya que la prohibición o la carencia, potencian siempre estos vínculos, en vez de disolverlos.

Creando así, una atadura a lo material, que lejos de liberarnos de ella, nos esclaviza aún mas.

Sin entender, que solo después de que las necesidades  básicas materiales de las personas estén cubiertas, es cuando el ser humano se dispondrá a entregarse a búsquedas mas elevadas.

El resultado de esta acelerada infancia, no solo nos deja carentes de las virtudes mas maravillosas del ser humano con mas rapidez, sino que además, genera una adolescencia mas perezosa en soñar.

Y cuando hablo de sueños, hablo de esas fantasías maravillosas que tiene esta etapa de la vida, la juventud.

La humanidad necesita esos sueños. Esa materia prima fundamental, con la cual los adultos podrán construir luego, las nuevas realidades y el progreso del mundo.

Los sueños están hechos de algo que se eleva por encima de lo material. Y un mundo demasiado apegado a las cosas, dificulta su aparición.

La materia de la que están hechos los sueños se parece a las virtudes de la infancia. Y el poder de soñar, esta muy arraigado a un hábito que solo se afianza en la niñez : La capacidad de confiar y de observar lo misterioso con una mirada libre.

Reconocer y valorar las virtudes de la infancia, no solo nos aportará la alegría y la esperanza  que la niñez trae a nuestro mundo, sino que además, generará el material que necesitarán los jóvenes para soñar ese mundo, que cuando sean adultos deberán crear.

JRueda.

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