Tim ama la Navidad. Cuando empieza el frío en esta mitad del Hemisferio nota enseguida que se acerca ese día mágico y unos meses antes de la fecha señalada, comienza a presionarme para armar el árbol de Navidad.
Su tortura consiste en preguntarme, cada día y varias veces al día, cuando voy a subir el árbol del sótano y al final, la insistencia gana a cualquier razonamiento y termino subiendo las cajas, tirada en el suelo y armando el árbol al son de los villancicos, dos meses antes del día señalado.
El árbol ya está en el salón, con sus luces, sus guirnaldas y Tim lo contempla cada noche, deseando que ese momento mágico se alargue un poco más.
Aunque uno se resista como un grinch, demasiado ocupado para darle importancia a estas cosas, hay algo contagioso en esta necesidad de prolongar la magia.
Algo en nuestro mundo, empuja a los niños a ir mas de prisa y a dejar de ser pequeños antes de tiempo. Pero algunos duendes como Tim, se resisten con todas sus fuerzas a que la magia se esfume a los 7 años.
Su alegría navideña, se vió incrementada con la noticia de la representación de la obra de navidad del curso. Y su papel de estrella, le tenía emocionado. También insistía, en que el disfraz estuviera listo mucho antes y permanece colgado en su ropero, esperando al gran acontecimiento.
Pero desde hace una semana, su alegría por el festival de Navidad se transformó en preocupación. De pronto la magia y la celebración, se convirtieron en una gran responsabilidad y en el desafío de poder repetir una frase larga y complicada en inglés, vestido de estrella plateada.
Ayer me llamaron del colegio, porque Tim había sufrido varios mareos, durante el ensayo de la actuación y tuve que ir a recogerlo.
Al salir de la consulta de su pediatra y tras una exhaustiva revisión, el doctor le diagnosticó un» trastorno de ansiedad anticipada» y me preguntó intrigado, si había algo que a Tim le estaba poniendo nervioso. Tímidamente sugerí el festival de Navidad y el médico, sin dudarlo lo confirmo._ » Es eso » me dijo,»eso es, lo que le tiene mal». Me recetó unos gránulos homeopáticos y me sugirió que los empezara a tomar desde ahora, 3 veces al día.
Salí de allí, de la mano de un duende de 7 años medicado por primera vez y preguntándome cual fue el momento en que la magia se había convertido en una enfermedad. Y por qué, el único espacio de celebración de la niñez, se había transformado en un espacio más de exigencia y de perfección, en vez de ser el espacio en donde las sumas, las restas, los problemas, las oraciones y los verbos quedaran aparcados por un rato.
Mi única expectativa era poder ver a mi estrella, feliz con sus amigos. Cantando y celebrando la magia de ese día, en donde disfrutaría y reiría con ellos. No esperaba grandes elocuencias en ingles, ni la perfección de una coreografía, pero sentía que mis expectativas, no coincidían con las de muchos otros.
¿Cuál es nuestra urgencia en la desaparición de éstos duendes? ¿Cuál es la necesidad de teñir todo de perfeccionismo, arruinando la magia de lo auténtico? ¿ Cuándo fue, que cambió tanto el concepto del éxito en esta civilización? ¿ No es acaso, la capacidad de generar niños felices, la misma que generará pueblos prósperos?
Tim partió hoy al colegio, con sus tres gránulos en la boca y un abrazo de su madre que repetía que la actuación sólo era importante, si él estaba feliz haciéndola. Y que la frase difícil la aprenderíamos de a poco, ya que a nadie le importaría ese día, si la decía bien o mal. Y que aunque intentaríamos siempre lo mejor posible, evitaríamos siempre lo perfecto.
Mi duende partió a un mundo que le exige la perfección incluso en la celebraciones. Y esta enfermedad perfeccionista, que se propaga desde muy pequeños, ha demostrado ser un arma altamente destructiva para nuestra sociedad.
Muchos otros duendes salen cada mañana, a un mundo que no considera a la magia, como a un activo importante para cambiar este mundo. Siendo éste ingrediente, sin embargo, la pócima indispensable, para generar todas las transformaciones mágicas de nuestra vida.
JR
Para todos los duendes.