«Muero lleno de asombro»
(Albert Einstein, en su lecho de muerte)
Conocer a algunos científicos me ha dado la oportunidad de descubrir, que lejos de ser personas estructuradas, son algunas de las personas mas flexibles que existen. Estas personas poseen una cualidad que los convierte en niños.
La cualidad científica que compone a este tipo de miradas, las vuelve abiertas a lo nuevo y cualquier atisbo de algo diferente a sus propios descubrimientos, es siempre valorado con respeto y requiere de toda su atención.
Lejos de rechazar cualquier evidencia que pueda contradecir a sus actuales hallazgos, la mirada científica se encuentra siempre abierta a cualquier opinión distinta sobre los mismos temas.
Esta mirada está siempre enfocada hacia la búsqueda y hacia el descubrimiento. Y la gran mayoría de estas personas, dedican toda su vida a buscar una respuesta, sin llegar a ser testigos muchas veces, del éxito de las investigaciones a las que han dedicado todo su esfuerzo.
Estas miradas hechas de muy pocas certezas, generan una falta de estructura y es esa falta de rigidez, la que las predispone a estar siempre abiertas a aprender de sus errores. Cualquier resistencia a reconocer un fallo, sólo provocaría la persistencia en la duda o la permanencia en el error, posturas que una mirada con cualidades científicas no puede jamás permitirse.
Se pone así en evidencia, a una forma de mirar que lejos de estar apegada al triunfo individual, prioriza la investigación que abarcaba al colectivo por sobre cualquier otra ambición personal.
Pocas son en este mundo, las personas dispuestas a encontrar sus propios fallos como lo hacen los científicos o los niños. Y mas extrañas aún, son aquellas personas que aceptan sus errores con la misma devoción con la que retoman y redirigen su búsqueda. Sin dejar que sus desaciertos alteren jamás su fe, ni detengan su trabajo.
Los hombres de ciencia y los niños, miran al mundo como a un lugar lleno de misterios hacia el que se muestran profundamente respetuosos.
Se percibe además en ellos un proceso transformador que les vuelve cada vez mas inocentes a medida que progresan en sus conocimientos. Y aunque manejen conceptos complicados, que la mayoría de nosotros seríamos incapaces de entender, su actitud hacia la vida se torna misteriosamente cada vez mas asombrada y perpleja.
Con el tiempo se parecen cada vez mas a los niños porque a medida que su inteligencia aumenta, su asombro también crece en la misma proporción.
_»Cuanto más aprendo, más descubro que es un milagro que estemos vivos» me dijo un científico hace poco. Y esta frase conmueve de una manera extraña, porque mientras la voz de un científico te habla, el corazón solo escucha palabras de fe.
Curiosa es la historia de la humanidad que enfrentó siempre a los científicos con la religión, porque si realmente las religiones hubiesen escuchado a la voz de la ciencia, no hubieran oído jamás argumentos tan sagrados como éstos.
Pocas son en este mundo las miradas que priorizan el avance de la humanidad por encima de los pequeños triunfos personales. Y menos frecuentes aún, son las miradas que contemplan al mundo con el respeto de un niño, que reverencia sin tapujos al misterio y a la belleza que le rodea.
Cuando algunas de estas miradas científicas se crucen con la tuya, inevitablemente cambiarán algo en tu mundo, porque hay maneras de mirar que contagian y te regalan una nueva perspectiva.
La mirada científica nace de la observación entregada y generosa, que pone al «todo» por delante del «uno».
Mirada de niño sin duda, aquella que no está enfocada en la pequeñez del éxito individual, sino en la grandeza de la evolución del hombre en todos los niveles. Cuyo trabajo valiente se dispone a destruir toda certeza, si en esta destrucción se intuye la búsqueda de un horizonte mas amplio.
¿ Habrá generosidad mas grande que aquella mirada, capaz de levantar sus ojos desde lo individual a lo eterno, convirtiendo a la sabiduría en el verdadero proceso hacia la inocencia?
JR
«Dejad que los niños vengan a mi»
(Jesús el Nazareno)