«Vivir sin Hondura»

Hemos recuperado la búsqueda de la felicidad que Sócrates promovía  como el fin último de todo conocimiento. Según él, el conocimiento debía ser el vehículo hacia algo mas elevado y no dejarnos anclados sólo en la superficie de las cosas. La felicidad de Sócrates no se detenía en la búsqueda individual del bienestar, sino que convertía al proceso individual en un desencadenante hacia una felicidad colectiva. Los jóvenes mas preparados de la ciudad seguían sus enseñanzas y comenzaron a ir mas allá del bienestar individual. Su mirada se ensanchó desde allí hasta el conjunto, volviéndose peligrosos para una sociedad que funcionaba según un orden establecido y que posteriormente condenaría  a Sócrates a muerte, por ser una mala influencia para la juventud ateniense.

Hoy hemos vuelto a  esa búsqueda de la felicidad, convirtiéndola casi en un mandato: estamos obligados a ser felices. Pero hemos ubicado a la felicidad en la superficie de las cosas y en todo aquello que es caduco. Nuestra cultura actual nos impulsa hacia ese camino con una desmesurada insistencia, proporcionándonos todo tipo de entretenimientos y manuales que nos conducen de forma rápida y estipulada hacia una felicidad obligada e individual, que aspira a ser alcanzada mediante unos sencillos pasos que responden a una metodología.

La mayoría de los  best- sellers actuales aluden a esta idea de la felicidad contemporánea  y tratan los temas del éxito, la fortuna, el dinero y las relaciones fugaces, dejando al descubierto nuestros intereses como humanidad.

Se fomenta el cambio rápido frente a cualquier dificultad, dándole a esta palabra  un nuevo significado. Hoy la palabra «cambio»está asociada a una actitud escapatoria ante cualquier cosa que se vuelva demasiado dificultosa. Todo aquello que se aleje de nuestros superficiales conceptos de felicidad, debe ser velozmente abandonado. Esto ha provocado la aparición de nuevos tipos de relaciones, que al menor inconveniente se derrumban, demostrando el poco interés que existe en el esfuerzo por mantener relaciones sólidas y profundas, asociando a la felicidad con la facilidad.

Nuestro mandato actual de ser felices acarrea la urgencia que posee todo aquel que es  consciente de su propia finitud.  Al acabarse el tiempo urge disfrutarlo y experimentarlo todo, sin perder tiempo en profundizar en nada.

Lejos han quedado ya aquellas creencias religiosas, que nos proponían otra vida después de la muerte y con las cuales el hombre lograba mitigar esa urgencia, contando con la posibilidad de otra vida, que le proporcionaría todo aquello que esta vida no le había dado.  Estas creencias lograban consolar los dolores y las carencias, pero también promovían una actitud de resignación en el individuo hacia su destino, evitando que asumiera la responsabilidad de cambiarlo. Potenciando así las políticas y los sistemas en donde la pobreza es aún utilizada como forma de dominio y justificada por argumentos ideológicos. Cuanto mas religioso es un pueblo, mas resignado convive con su pobreza. Cuando la pobreza fue divinizada por el cristianismo y convertida en un símbolo de virtud, su aceptación y propagación aumentaron inmensamente y mas aún, cuando esta forma de virtud fue también adoptada por el islam para su pueblo.

La sociedad de la Era digital ha renunciado a estas creencias y se rebela contra  todas las ideologías que enaltezcan a la pobreza o a  la injusticia social.  La sociedad digital  exige un paraíso en la tierra y busca un mundo mas justo con oportunidades para todos.

Pero la evolución de esta conciencia se ha quedado anclada en la superficie y  en vez de que este progreso nos haya dotado con más hondura, nos ha convertido en seres mas superficiales. Seres que solo acceden a ver la superficialidad de las cosas y de las situaciones, sin la capacidad de llegar al fondo de las cuestiones  para descubrir las verdaderas causas que  generan nuestra problemática actual.

La felicidad se ha colocado ahora en un lugar  distinto, pero sin embargo, igual de improbable y peligrosa en cuanto sigue dominándonos, ésta vez, esclavos de las apariencias  y de la finitud que nos espera.

Cuando el progreso no sirve para elevarnos y  permitirnos ver con una mayor perspectiva, toda altura resulta inútil.  Sólo desde el punto mas alto surge la posibilidad de ver con una mirada mas amplia. El conocimiento se vuelve así el  vehículo que Sócrates proponía, un trampolín  para saltar desde la felicidad individual, hacia la felicidad colectiva. Un salto que requiere de una profunda inmersión en el dolor del otro. Y  es sumergido en esa empatía, en donde nace el alma o la conciencia.

Cuando la riqueza en todas sus versiones se queda sólo  en la superficialidad de las cosas, se convierte entonces en la más imperdonable de todas las pobrezas. Aquellos que como Sócrates, lograron saltar desde lo alto de ese conocimiento, fueron condenados por atreverse a vivir y a soñar con hondura, en un mundo en donde sólo está permitido vivir  y soñar en la superficie.

 

JR

«Algunas cosas, para mostrarme su inexistencia se hicieron mías» A Porchia.

 

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