Dios vivía en un pueblo lejano con su hijo. Cada día las multitudes se abarrotaban frente a su casa para pedirle favores. Dios aguantó estos abusos por un tiempo, hasta que un día, ya no pudo más y le sugirió a su hijo mudarse, para poder así escapar de las incesantes peticiones y de los reclamos a los que se veía diariamente sometido.
» Me culpan de todo aquello que sucede y nada de lo que tienen les es jamás suficiente»_ le explicó Dios a su hijo. «Nadie está contento con lo que le ha tocado y sea esto poco o mucho, siempre me convierten a mí, en el responsable de todas sus desgracias»_
Su hijo propuso mudarse a una montaña lejana pero Dios supuso que las multitudes no tardarían en llegar hasta allí, para tocar nuevamente a su puerta y continuar con sus reclamos. Y así tendrían que seguir mudándose una y otra vez.
Dios no veía solución a este problema y presentía que cualquier lugar en el que intentara esconderse sería prontamente descubierto. Pero un día, su intuición le susurró una peculiar sugerencia _ «Escòndete dentro de ellos, ya verás que allí nunca te buscarán»Dios reconoció que la idea era brillante y encontró así la solución a su problema.
Los hombres, incapaces de buscar a Dios en si mismos, optaron entonces por construir casas vacías e imágenes variadas, para poder así seguir llamando a alguna puerta, pidiendo favores y exigiendo responsables.
Nuestra cultura nos ha aportado a un Dios que existe fuera del hombre. Un Dios al que acudimos para pedir y al que hacemos responsable de nuestra infelicidad. Hemos aprendido a tocar todas las puertas, de un Dios que sólo intenta mudarse para huir de nuestros reclamos y de nuestras exigencias constantes.
Permanecemos aún siendo incapaces de encontrarlo dentro del hombre que nos conforma y de aquel que nos rodea. E incapaces de descifrar los mensajes y de interpretar los símbolos hemos dibujado a palomas blancas, a destellos mágicos y a corazones luminosos, sin haber sospechado jamás de su escondite.
» El reino de Dios vive en Ti» repetía un Jesús incomprendido, que venia de saborear la experiencia de un Dios diferente, en la tierra que había visto florecer a Buda 500 años antes que él. Allí experimentó una fuerza que habitaba dentro del hombre, esperando a ser descubierta.
Nuestra mirada ha bajado a lo largo del tiempo; ya no miramos hacia arriba buscando a Dios, sino hacia abajo buscando en las cosas nuestro valor y nuestro consuelo. Aún incapaces de enfocar en el centro que como bien imaginó Dios, resultó ser el escondite perfecto.
JR
«Algunas cosas se hacen tan nuestras que las olvidamos» A Porchia.