Pocas cosas asustan mas que las palabras cuando éstas van acompañadas por el adjetivo «perfecto».
Es inevitable relacionar a lo perfecto con aquel absoluto que de tan acabado, se ha quedado inmóvil; petrificado como una estatua que en su intención de abrazar la perfección, ha debido permanecer quieta para siempre.
Algo que de tan perfecto muere, cerrándose al mundo y a sus cambios, sin ser capaz de permanecer permeable a todos ellos. Prescindiendo de esa sagrada imperfección que es justamente quien permite a todo seguir avanzando, manteniéndose siempre inacabado, mejorable, vivo.
Perfecto me suena a muerto a personas que asumen haber llegado a un destino y que se detienen inmóviles deteniendo todos sus procesos y todos los relojes, en pos de una perfección que sólo te convierte en un cadáver.
¡Cuánta mas confianza me han inspirado siempre los hombres que los dioses! Esos imperfectos que con su humildad consiguen la evolución del ser humano en todos los aspectos, mientras los dioses de mármol permanecen inmóviles ante los cambios del mundo.
¿No es acaso nuestra imperfección la garantía de que aún estamos vivos? ¿No será quizás la imperfección que escondemos la única condición que pueda salvarnos?
Imperfección implica continuo aprendizaje y crecimiento. Respirar, estar vivo, caer y levantarse. Aprender y remediar, búsqueda y encuentro. Prueba, error y un nuevo volver a comenzar.
Esa capacidad de igualdad con la existencia que se mantiene en un continuo movimiento que provoca una realidad compuesta de procesos. En donde aquello que florece debe morir cada otoño, si desea volver a florecer en la siguiente primavera.
Teme a todo aquello que se adjetive perfecto, impenetrable, insensible, incorruptible por la vida, que fue pensada como la transformación de todo.
JR
«Toda evolución es obra de las pendientes, no de las alturas» JR