«Me enseñan más tus ojos vivos, que todos los libros de los muertos» JR
Hace unos días acompañamos con gran entusiasmo a gente muy querida en la celebración del Año Nuevo Judío. Durante la cena nuestro anfitrión leyó algunas oraciones en hebreo, que ninguno comprendió, pero que resultaron entretenidas para todos y luego comenzó a relatar la historia del profeta Abraham, para aquellos niños que nunca habían oído hablar de él.
De pronto vi a Marc llevarse las manos a la cabeza escuchando perplejo aquel relato; en el que ese Dios, al cual todos celebraban esa noche, había pedido a su seguidor mas fiel que matara a su único hijo como muestra de fe.
La cara de Marc rozaba el espanto y de pronto me dí cuenta de que todos los demás nos habíamos vuelto inmunes a la crueldad y a la incongruencia, sin percatarnos del daño que hacíamos al intentar heredarlas a nuestros hijos.
«¿Y que pasó entonces? «preguntaba Marc con las manos aún en la cabeza y atento al asesinato.
«Al final, Dios paró a tiempo y le dijo a Abraham que sólo le estaba probando» prosiguió el relato. Pero esto espantó a Marc aún mas.
¿Qué clase de prueba era esta? ¿Qué clase de Dios era ese?
«Tranquilo Marc, nosotros jamás le haríamos caso a un Dios así» intervine yo para tranquilizarle.
Por un momento me cambié de sitio en la mesa e intenté habitar por un segundo dentro de esa inteligencia aún despierta, que posee la cualidad de escuchar claramente, sin necesidad de dogmas.
«Si este es el Dios al que adoráis, entonces yo estoy en peligro». pensó Marc aterrorizado. «Esta gente desquiciada alaba a un Dios que como prueba de fe les pide a sus fans que sacrifiquen a su hijos».
Luego me trasladé a la mesa de Pascua, en donde el mismo Dios cristianizado, alardea cada año de un amor sin limites, que le ha llevado a enviar a su único hijo a morir crucificado por nosotros.
¡Pero qué manía esta de amar, siempre matando a los hijos!
Todos estos amores psicóticos se propagan y se alaban sin descanso, hasta que logran hacerte entrar en una ceguera colectiva, en la que semejantes incongruencias dejan de sacudirte y empiezas entonces a aceptar al amor psicótico como divino.
Y así es como la mas siniestra de las películas de terror, se transforma entonces para nuestros ojos ciegos en la mas sublime de las historias de amor.
Aún le falta al pobre Marc enterarse de que la religión de la paz ( el Islam) ofrece también a sus propios hijos a inmolarse en los mercados en pleno siglo 21. Y descubrir con espanto cómo las madres entregan en una ceremonia religiosa a sus hijas pequeñas, junto a sus tías y a sus abuelas, a Alá como muestra de fe. Le colocan entre todas el chaleco bomba y una furgoneta recoge a la niña para trasladarla al mercado, en donde se llevará a cabo la gran prueba de amor.
Así transitamos a ciegas por este mundo religioso que esconde a tantos peligros; inmunes al espanto y sin llevarnos las manos a la cabeza por nada que valga la pena.
Exaltando sin rubores la incongruencia y haciendo alarde de tradiciones perversas, como si perpetuar la ceguera fuera un trabajo sagrado.
Y apagando sin reparos ni remordimientos, a las pocas inteligencias que aún están encendidas y que son lo único salvable y a lo que sin embargo, no salvamos.
JR