«Lo primero que descubre un niño curioso es lo poco que saben los adultos»
Si convenimos en que tanto el bien como el mal son construcciones culturales creadas por el entorno en donde crecemos; (ese lugar en donde uno aprende lo que es bueno y lo que es malo), podremos entender que hay distintas acepciones para el bien y para el mal, según las diferentes culturas.
Hay culturas por ejemplo, en donde la sumisión de la mujer está bien vista y sin embargo hay otras, en donde esto mismo es la representación del mal.
No podemos entonces decir que alguien es malo por haber aprendido como bueno aquello que nosotros hemos aprendido como malo, porque en realidad su mirada sólo es el resultado de una mente que ha sido formateada de una forma distinta a la nuestra. Y seguramente, aquello que para nosotros es bueno, en otra cultura se instruya como malo.
La relatividad del bien y del mal es evidente y por ende, sólo representa a conceptos que no se comparten universalmente.
Sin embargo, hay algo que sí compartimos mas allá de la cultura o del formato mental que cada individuo haya adquirido. Y ese elemento es el error.
El error es universal y es el mismo para todos, aunque no todos erremos en las mismas cosas, ni con la misma frecuencia. Sin embargo, el hecho de errar es inherente al ser humano y lo único que es común en todos.
No solemos dar al error la importancia que se merece, a pesar de haber sido una constante en la historia de la humanidad como parte de la estructura del ser humano. Si nos remontamos a la Biblia por ejemplo, queda claro que mas allá del bien o del mal, es el «error» de Adán aquello que crea nuestro mundo.
Si vemos al error con una mirada optimista podemos considerarle como a la luz que ilumina la comprensión de lo correcto, o ese fondo oscuro sobre el cual destaca aquello que no supimos ver como acierto en el momento en el que cometimos el error.
El error, cuando es visto como una oportunidad se convierte en el escalón necesario hacia el acierto y resulta ser de esa forma, mucho mas tolerable que cuando sólo nos conduce a una condena sin salida.
Es cierto que no todos erramos de la misma manera ni con la misma asiduidad, pero también es cierto que quien no se mueve en direcciones distintas a las conocidass suele errar mucho menos.
Por lo cual no errar, no siempre es sinónimo de virtud o de inteligencia, sino que muchas veces es un signo de inmovilidad. Quien no mira mas allá de lo cotidiano tiene muchas menos posibilidades de equivocarse que aquel que es curioso.
Seguramente no fueron ni el bien ni el mal los que llevaron a Adán al error, sino simplemente la curiosidad.
Aquel que no es curioso no tiene grandes posibilidades de errar, ni tampoco grandes posibilidades de descubrir algo nuevo.
Pero existe un error que cuesta perdonar y perdonarse y es aquel error que se repite, porque no es el error lo que más duele, sino la sospecha sobre la falta de inteligencia que existe en todo aquel que repite siempre los mismos errores.
Porque lo imperdonable no es el error, sino el haberlo cometido sin haber aprendido nada.
JR
«Todos los errores que me han llevado a un aprendizaje me los he perdonado. Pero lo que uno no se perdona, es errar sin haber descubierto en donde yacía escondido el néctar de su error. Lo que uno no se perdona es la falta de inteligencia.» JR