«El Duelo en la Era de la Diversión»

Cuando se produce un cambio de era, ésta suele asociarse a la aparición de elementos nuevos que modifican de forma abrupta nuestra vida.

Todo termina acomodándose con el tiempo a las nuevas formas, pero este acomodamiento conlleva una época de crisis hasta que todo se ordena de una forma distinta.

Asi paso con la Revolución Industrial, así sucede con la irrupción de Internet y así suele ocurrir también con la muerte.

La muerte de la gente muy cercana irrumpe en nuestra vida como una revolución, desencajando nuestro mundo y modificando nuestra rutina.

Antiguamente la muerte no tenía la distancia que tiene hoy en el mundo occidental, sino que era un episodio cotidiano y doméstico porque sucedía en cada casa.

Las mujeres morían en los partos, los bebes morían al nacer, los niños morían de infecciónes y los adultos morían de neumonía durante el invierno en sus hogares.

La muerte era cotidiana y doméstica, como lo era también la enfermedad. Y el duelo era contemplado con la misma consideración que se le tiene a cualquier otra patología.

La sabiduría popular conocía sobre la fragilidad que se apodera de aquel que sufre una pérdida, llegando incluso en algunos casos a afectarle también a niveles físicos.

Los traumas de pérdida no sólo afectan a nuestro sistema nervioso, sino también a nuestro sistema inmunológico. El dolor cuando es muy intenso corre por la sangre, ya que cuerpo y mente conforman una estructura indivisible.

El duelo antiguamente suponía un periodo en el que se propendía a la indefensión frente a estímulos externos y requería de un tiempo de apaciguamiento.

Se considera que un año es el tiempo estimado que necesita la rutina para recomponerse, llenándose de nuevas opciones, al principio auto impuestas a modo de esfuerzo obligado, hasta lograr afianzarse.

Cuando el último cumpleaños o la última Navidad dejan de ser aquellos que compartimos juntos y el recuerdo próximo a todas aquellas fechas significativas se llenan de nuevas memorias, el dolor entonces empieza a menguar.

Esto no quiere decir que la ausencia se supere, (la ausencia se mitiga pero no se supera), sino que el umbral de dolor se ensancha a medida en que la rutina se reorganiza y la memoria se puebla de nuevos referentes y de nuevos recuerdos.

Pero el duelo se ha vuelto difícil de experimentar en nuestros tiempos, en donde la felicidad está íntimamente asociada a la diversión y en donde la muerte y todo aquello que la evoque, se han vuelto temas tabú y esquivados por todos.

La muerte ha adquirido en nuestros tiempos una distancia tal y se ha postergado tanto en el ciclo vital, que a veces tendemos a creer que esa realidad no existirá para nosotros.

Muchos evitamos la cercanía con el dolor ajeno porque le consideramos una enfermedad contagiosa; una que sabemos que tarde o temprano nos llegará también a nosotros.

Aquel que sufre una pérdida siente que con su dolor estropea la tendencia colectiva a la diversión; que representa el fin último del individuo actual y que caracteriza a nuestro tiempo (la Era del entretenimiento); y tiende por lo tanto a aislarse.

He escuchado que muchas de las personas que han sufrido pérdidas muy cercanas aseguran pasar por un proceso similiar a la invisibilidad luego de perder al ser querido, ya que uno siente que es visible en cuanto es amado.  (Existo en tu mirada, en tu necesidad de mi presencia y en tanto tú existes yo soy, y ahora que tú no estás, yo también desaparezco).

Otros describen al duelo como a una sensación de vacío y desorientación que muchas veces se traslada también al plano espacial.  (Mi vida se ha trastocado, mi rutina ha cambiado y tu ausencia es quien ha provocado que yo esté desorientado en este nuevo orden. (Estoy perdido en una vida sin ti).

Aquellas vestimentas negras que se les obligaba llevar a las mujeres durante el luto advertían esa sensación de ausencia. Y aunque la ausencia que deducíamos al ver aquellos trajes era la del muerto, la ausencia que anunciaban era otra. Alguien se habia ido dejando a un individuo en un estado de fragilidad transitoria. 

Cuando uno pierde tanto, también se pierde un poco a si mismo y desearía poder llevar durante un tiempo una  advertencia pegada en la frente,  similar a la de aquellos paquetes de Fedex que transportan mercadería delicada y que solicitan por favor que se les trate con cuidado.

«Handle with care» ( frágil) ; es que poseo una enfermedad extraña en los tiempos de diversión y de los seres eternos: «He perdido y estoy sufriendo».

JR

«La contradicción permanente que caracteriza a este mundo hace que la percepción de nuestra propia transitoriedad en vez de empujarnos hacia la muerte, nos lleve a estar más presentes, porque la muerte del otro presagia también la nuestra» JR

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