La publicidad se ocupa de promover las ventas convenciéndonos a todos de que somos especiales y de tan especiales que somos, nos merecemos el producto promocionado.
El mundo está superpoblado y sin embargo, no hay nadie que no se sienta especial.
Todos estamos convencidos de que por algún u otro motivo somos particularmente seleccionados, pero el problema es que cuando miles de millones de personas se sienten especiales, el resultado termina siendo una masa de lo más común.
Sentirnos especiales nos ayuda a perseguir nuestros sueños porque la percepción de nuestra unicidad hace de impulso hacia nuestras metas, combatiendo eficazmente nuestros temores y nuestras inseguridades.
Pero cuando la ilusión de ser especiales nos hace creer que siempre merecemos algo más de lo que tenemos, este impulso cambia de dirección. Nos convencemos de que somos merecedores de algo mejor, o distinto, convirtiendo a nuestra realidad en la representación viva de la injusticia y a nosotros en unos desdichados.
Si no obtengo lo que merezco es porque el mundo es cruel e injusto. ¿Cómo puede alguien tan especial como yo, no tener aquello que se merece?
El problema es mucho más grave de lo que parece, ya que esta fábrica descontrolada de egos; que resulta muy rentable a corto plazo, va dejando en el camino a un ejército de «especiales insatisfechos», que tarde o temprano saldrá a reinvindicar todo aquello que cree que se merece, pero que este mundo cruel no le ha proporcionado.
Fabricarse un ego es sin lugar a dudas indispensable para poder sobrevivir en un mundo en donde todos tienen uno, pero aprender a destruirlo a tiempo es además de un talento, una maniobra de supervivencia.
Mientras el ambiente de descontento crece sin tregua entre la gente especial, que cree siempre merecer algo más de lo que tiene; entre la gente común uno percibe un ambiente de alegría, como si ellos hubieran logrado sobrevivir a la ilusión de ser especiales.
El hombre común es agradecido, trabajador, fuerte y sobre todo contento, porque siente que la vida no le debe nada.
Después de pasar un tiempo entre esta gente tan extraña, uno vuelve a su mundo ególatra, deseando desarrollar ese extraño talento, que se parece al despertar de un sueño.
JR
«No hay nada más motivador que estar con los contentos» JR