Se habla mucho últimamente de la igualdad entre sexos; pero se habla mucho menos sobre las responsabilidades que implica ser igual al otro.
A mi parecer, lo que algunas personas pretenden es una igualdad selectiva; es decir, una igualdad sólo para aquellas cosas que interesan y una continuidad en la desigualdad para aquellas diferencias que conlleven una ventaja e impliquen una responsabilidad o un esfuerzo extra.
Para educar en la igualdad, lo primero que deberíamos hacer es exigir los mismos niveles de valentía en los dos sexos.
No puede educarse a los niños y a las niñas de forma distinta, si se desea un resultado igualitario, especialmente en referencia a la superación de los temores, de las desgracias, de los errores y de los fracasos; porque quien desee ser igual a otro, no debería esperar ser tratado con mayor blandura, ni ser inferior en fortaleza por su sexo.
En la educación de la igualdad se deberían tener los mismos cuidados para unos que para otros y también los mismos castigos; y no debería tratarse con mayor mimo a la niña por ser mujer, ni consentírsele una justicia distinta a la de los varones en ningún aspecto.
Para educar a niños y niñas iguales en valentía, hace falta ayudarles a domar primero todos sus temores irracionales y sus prejuicios de género.
La sensación que genera el temor irracional superado, es de gran satisfacción y en los niños esto se manifiesta con un estado de inmensa alegría y contento.
Hay pocas cosas que produzcan más satisfacción a cualquier edad, que la superación de los temores irracionales.
El temor nace de un instinto de supervivencia básico y denota inteligencia; cuando el niño se hace mayor siente miedo ante un animal salvaje, algo que un niño de tres años no siente, porque es menos inteligente a esa edad.
Hay un temor que preserva y otro que limita y el deber de los educadores es principalmente diferenciarlos y promover la superación de aquellos temores que limiten, mediante la comprensión razonable de los posibles peligros y la superación experimental de todo aquello que no debería de ser temido.
Se debería promover también, la superación de aquellos peligros que se hacen realidad cuando uno sale al mundo y vive, en vez de estimular una sobreprotección destructiva y limitante y dotarles de las herramientas necesarias para superar el miedo.
El adulto educador ( padres o maestros) no debería mostrar temor de ninguna índole frente a los niños, ya que el miedo es sumamente contagioso, y para cultivar el valor en los niños y en las niñas, se necesita contagiar fortaleza.
Esta valentía debería ser indispensable en todas los hombres y mujeres que pasen mucho tiempo con niños. De más está decir, que ser mujer no es una excusa para ser cobarde.
La persona valiente no es el guerrero temerario que no mide los peligros, sino aquella persona (hombre o mujer) que con un inteligente discernimiento de las circunstancias y de sus capacidades y aptitudes es capaz de realizar cosas en cualquier ámbito, que otros dejarían de hacer sólo por miedo.
La valentía es en realidad lo único que nos diferencia a unos de otros, sin distinción alguna de raza, de sexo, ni de edad.
La igualdad tiene muchas ventajas y algunos inconvenientes; pero quien la desea, debe estar dispuesto a aceptarlos a ambos.
JR